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Antón Castro

ENTREVISTA CON MANUEL PÉREZ-LIZANO*

ENTREVISTA CON MANUEL PÉREZ-LIZANO*

Manuel Pérez-Lizano (Zaragoza, 1937) es un trabajador incansable del arte. Acumula recortes, entrevistas, catálogos, tarjetas; visita talleres y alterna la redacción de prólogos con distintos libros: ahora ultima uno sobre el arte de Puerto Rico y un extenso estudio sobre el escultor Oteiza. Hace no demasiado tiempo aparecían “Ángel Maturén (1949-2005). Vida y arte como acción” y el libro catálogo sobre la ceramista Dionisia Masdeu (1902-1962), que formó parte de las vanguardias históricas de Zaragoza con mujeres como la pintora Pilar Aranda, la pianista Pilar Bayona o aquella enigmática poeta que se llamaba Maruja Falena. De cada cosa que toca, Pérez-Lizano extrae documentos inéditos, secretos, leyenda: se zambulló en la vida de Honorio García Condoy, motivo de su tesis de licenciatura, y lo condujo a José Luis González Bernal, y éste a Federico Comps, e incluso llegó a visitar a al escritor y galerista Tomás Seral y Casas. Tiene algo de prestidigitador que abre sucesivas cajas chinas y al fondo, en la penúltima, descubre cartas de amor, volcanes, inéditos fragmentos de una biografía. Esa manera de proceder ha dado otros frutos: el material de “Focos del surrealismo español” o un libro tan sugerente como “Aragoneses rasgados”.  

-Empecemos por la leyenda familiar. Por ejemplo, por su tío Manuel Pérez-Lizano y Pérez.
-Su historia ya está en los libros.  Mi tío había sido alcalde la ciudad y era, cuando estalló la Guerra Civil, presidente de la Diputación de Zaragoza. Lo cogieron, lo llevaron a Torrero y le aplicaron la ley de fuga. Le dispararon en campo abierto y luego lo arrojaron al Canal. Era el gran amigo de Manuel Azaña en Aragón. 

-¿Le hablaron de niño de eso?
-Desde luego. Y de lo que significaba la democracia. Como se lo digo.  Pero en mi hay una historia personal que va a gravitar sobre mi vida de una manera personal.  Yo nací en octubre de 1937 y en ese momento mi padre estaba en la cárcel. Siendo una criatura, mi madre  me llevó a conocerlo. ¿Se imagina la escena? Le he dado muchas vueltas.  

-Hablemos de su padre.
Se llamaba Antonio Pérez-Lizano y Pérez.  Había trabajado en una constructora, estuvo en la cárcel, y cuando salió logró salir adelante. Hay algo muy curioso en su biografía: Ramón Acín, cuando  venía a Zaragoza, llamaba siempre a su padre. 

¿También tenía cualidades artísticas o interés por el arte?
No, no. Yo creo que esa complicidad procedía de una etapa anterior de la vida de mi padre. Había sido jugador de póquer, un auténtico profesional que había estado en Hispanoamérica. En Panamá tenía un garito para jugar al póquer. Mi madre, Carlota Forns, había estudiado magisterio. En la historia de la familia había cosas curiosas: mi abuelo Pedro Forns, que era gerente de una empresa de elementos eléctricos, escribía en un diario anarquista y era amigo de Gil Bel Mesonada, y fue concejal con Basilio Paraíso. ¿Sabe una cosa? 

No.
Cuando se casaron mis padres, Basilio Paraíso les regaló un precioso juego de té. Y Ramón Acín, una maravillosa antigüedad: una caja china. De mi padre quiero contarle que fue espía de los aliados. Y también se contaba que durante un viaje en el expreso Madrid-Sevilla narcotizó a un espía nazi, al que atraparon luego en Gibraltar. Y también tenía una tía pintora, Julia Pérez-Lizano, a la cual iba a ver al menos una vez por semana. Siempre recuerdo que cuando tenía quince años me pidió que permaneciese callado porque iba a visitar su estudio el profesor e historiador de arte don Federico Tarralba. No dije ni una palabra. 

Con estos antecedentes, su infancia no sería precisamente idílica.
En realidad, sí lo fue. Aunque parezca increíble (y hubo otros ejecutados en mi familia: Casimiro Sarriá, casado con mi tía Victoria, hermana de mi padre, también lo fusilaron), tuve una infancia feliz. Mi padre salió de la cárcel y rehízo su vida. Pidió un préstamo, compró varias vacas y creó una vaquería en la calle del Trovador. Tengo fotos de nuestra casa: había un magnolio, una charca próxima con ranas, teníamos la perra loba Dora.Yo soy del barrio de la Aljafería y aquello era como un paraíso, con la acequia, con la Química, con los campos de tierra ferruginosa. Tenía la sensación de que aquello era mitad pueblo y mirad ciudad. 

Su padre había pertenecido a las clases acomodadas. Intuyo que recuperó su buena posición.
Sí. La granja Victoria se unió con la Cooperativa de Ganaderos y la granja del Pilar y surgió Cluzasa, que fue la tercera empresa láctea de España. Yo estudié en Escuelas Pías y en los Marianistas, que estaba en el palacio de Larrinaga, que era un bellezón monumental. Allí, a diferencia del colegio anterior, no había castigos físicos. Recibí una educación exquisita. Sin embargo, por distintas cuestiones, mi padre consideró que yo no servía para los estudios y me fui a Madrid a realizar el curso de Técnico de Industrias Lácteas. Estuve en la Casa de Campo nueve meses, en una especie de central lechera piloto. Luego trabajé siete meses en Gruelesa de San Sebastián, y luego fui jefe de producción de Cluzasa. 

Por ahora, hecha la salvedad de su tía, el arte no parecía haber entrado en su vida.
El arte estaba en mi casa, en el ambiente. Mi tía hacía flores y bodegones, pero también se acercó a una abstracción próxima a José Orús. Teníamos obras de García Condoy, de Vicente Rincón, pintura del siglo  XIX, cerámica creativa. Mi vida se precipitó: viví algunas aventuras amorosas muy intensas en Baden-Baden, Frankfurt o Heidelberg. Me casé a los 24 años, y mi mujer me  dejó al cabo de un año. Luego conocí a una puertorriqueña, que estudiaba  Medicina en España, y esa experiencia duró alrededor de nueve años. Tuvimos tres hijos, y la separación fue dolorosísima. Durante algún tiempo, a efectos  legales, fui un perfecto bígamo. 

Sigamos.
Tengo que decirle que para entonces yo ya había comprado obras de Julia Dorado, de Iturralde, del Equipo Crónica, de Pedro Giralt. A mí me interesaba únicamente el arte contemporáneo. Si tengo que escribir del impresionismo me  deshago del aburrimiento. Yo frecuentaba entonces, en los años 60 y principos de los 70, a gentes como Enrique y Emilio Gastón, Enrique Grilló, José María Bardavío, José Antonio Rey del Corral, etc. Intenté recuperar el tiempo perdido y Federico Torralba me aconsejó que hiciera mi tesis de licenciatura sobre el escultor Honorio García Condoy.  

¿No llegó a escribir crítica de arte en “Andalán”?
De repente, La Hermandad Pictórica, que se encargaba del diseño de la revista, me invitaó a comentar la  exposición de Antoni Clavé. Y ahí me di cuenta de que había que dar el paso. Había que vencer el miedo. No sabía ni cómo empezar. Había que actuar con valentía. Y no he parado hasta ahora. 

Tengo mucha curiosidad. ¿Cómo llegó usted a la vida y a la obra de José Luis González Bernal?
Fue durante mi  trabajo en la hemeroteca municipal sobre García Condoy. Allí descubría una y otra vez notas sobre González Bernal. Y creo que fue Federico Torralba quien me habló del doctor Julián Vizcaíno, que había sido su médico. Lo había operado de un neumotórax. Logré su dirección y resulta que vivía en mi misma calle. Yo vivo en Baltasar Gracián 11 y él en Baltasar Gracián 9. Cogí todos mis apuntes, mis fotocopias y con ellas fui a verlo. A él ya le sonaba  el nombre de mi  familia y es posible que oyese hablar de mí. 

¿Cómo lo recibió?
Me dejó pasar y me mostró todo lo que tenía: dibujos, documentos de París, fotografías, espléndidos cuadros, el retrato que González Bernal le había hecho a su padre. Recuerdo que cada vez que lo iba a ver me sacaba un vodka muy fresca de la nevera y la servía en elegante copas. Había tenido tres infartos. Me regaló el precioso dibujo de Seral y Casas. Recuerdo que tenía los cuadros de González Bernal enrollados al revés. 

Defínanos la importancia de González Bernal.
Para mí era un artista excepcional. Nació en Zaragoza en 1908 y murió en París en 1939. Tenía un gran sentido del color,  imaginación, versatilidad. Y era cleptómano, le gustaban las cucharillas. Tenía una gran facilidad para enamorarse, y fue novio de una hija de Corpus Barga, pero ella no quiso abundar en ello porque su marido era muy celoso. González Bernal evolucionó del surrealismo hacia un realismo mágico con elementos simbólicos. 

En 1974 publicó un artículo sobre él en “HERALDO.
Sí. Empezaba a adquirir hábitos de historiador y de crítico de arte. Yo lo guardo todo: tarjetas, dípticos, catálogos, entrevistas de prensa. Y todo lo tengo radicalmente ordenado. Empecé a conceder mucha importancia a la teoría del arte. Mi crítico de referencia era José María Moreno Galván, que escribía en “Triunfo”. Yo pienso que la crítica de arte, incluso la más rutinaria, te aporta datos imprescindibles. Tengo una cosa muy clara: el artista es sagrado y ocupa siempre el lugar fundamental, luego vienen el historiador y el crítico de arte. El artista es el sujeto principal. 

Bueno. Aún no hemos  tocado algo determinante en su vida: su estancia en Puerto Rico.
Me fui en 1980. Con mi segunda mujer, la puertorriqueña, tuve tres hijos: uno aquí y dos allí. En realidad, yo me he casado cuatro veces con tres mujeres. Durante mi estancia en Puerto Rico, daba clases en la Universidad y estudié el arte puertorriqueño, conecté con muchos artistas jóvenes. En 1984 volví a España por un tiempo, y regresé. Gracias a Samuel B. Cherson, un exiliado cubano que padecía cáncer y que se lo iba a tratar a Nueva York, empecé a escribir críticas de arte en “El nuevo rico”, donde saqué a todos los jóvenes. Y más tarde, escribí mucho en “Cruz Ansata”. Puerto Rico fue algo trascendente para mí: encontré un empleo, me sentí reconocido. Se rompió mi segundo matrimonio y entró en mi vida la pintora Edrix Cruzado, con quien vivo desde hace veinte años. 

Uno de sus últimos trabajos ha sido sobre Ángel Maturén.
Era un trabajador impresionante, personalísimo, influenciado por Barceló en algún instante, pero atisbó nuevos movimientos como el land art. Era un gran dibujante: poseía un dominio técnico apabullante. Empezamos a trabajar en el libro cuando estaba vivo: me pidió que no hablase de sus borracheras ni de sus mujeres. 

¿Y Dionisia Masdeu?
Es una historia increíble. También la recupero a través de estos trabajos de investigación. Y de repente descubro que su hija vive en mi misma casa, y que su nieta había cuidado a mi hijo Alonso de niño. Me pongo a investigar y descubro una trayectoria muy interesante: una mujer de vanguardia que había hecho una obra importante en la cerámica creativa. Luego siguió a su marido a Burgos, Logroño y Tetuán, y su producción se debilita tras la Guerra Civil. La contienda interrumpió vidas y sueños. Alfonso Buñuel, afectivo e hipersensible, vivía sólo por y para los recuerdos de la Guerra Civil. 

¿Cómo se define Manuel Pérez-Lizano a sí mismo y al arte de su tiempo?

Creo que  tengo un buen ojo para el arte, sensibilidad y experiencia. La obra de arte auténtica transmite algo que sale fuera y yo lo noto. El arte actual es variado, muy interesante. En arte, actualmente, todo es válido y depende del resultado.

*Esta entrevista apareció ayer en la sección dominical de "Heraldo". La foto no es de Manuel Pérez-Lizano, sino de Ángel Maturén.      

4 comentarios

Arturo Arroyo Gracia -

Me alegro de leer tu entrevista porque hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas y tengo muchos recuetdos de cluzasa.

Labana -

Muy buena entrevista.

Un saludo, Antón

ana a. -

Conocí a doña Julia Pérez Lizano. De pequeña la visitaba con mi madre y con mi abuela y me animaba a pintar. Era cariñosa y sabia. Los colores de sus flores siempren me acompañan cuando como, cuando ceno. En este momento los estoy viendo. Un beso a Manuel Pérez Lizano, a quien no conozco, y a ti, Antón, a quien sí conozco.

Antonio Pérez Morte -

Querido Antón, como te dije ayer en correo privado, me gustó mucho esta entrevista de Heraldo, que nos acerca un poco más a la entrañable figura de Manuel Pérez-Lizano.
¡Un abrazo!