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Antón Castro

EL MONSTRUO AMABLE: EL MÉDICO IMAGINARIO Y DESESPERADO

EL MONSTRUO AMABLE: EL MÉDICO IMAGINARIO Y DESESPERADO

En una apacible ciudad francesa, cercana a la frontera con Suiza, en enero de 1993, Jean Claude--Romand hundió la cabeza de su mujer de un golpe, mató a sus dos hijos de un disparo, hizo lo propio en otro lugar con sus padres, redactó un mensaje tan ambiguo como misterioso, y volvió para prender fuego a su casa, con él dentro. Quiso el azar que en medio de la hecatombe y del horror, él apareciese entre las llamas y los despojos carbonizados respirando vagamente. Se pensó en un accidente o en un atentado, pero casi de inmediato se supo que el autor de semejante disparate había sido el supuesto médico, hasta entonces un ejemplar padre de familia.        

Emmanuele Carrère (París, 1956) --conocido en España por novelas publicadas en Circe: Fuera de juego y La clase de nieve, muy estimables; también ha editado en Debate El bigote, que desconocemos, entre otros títulos-- se sintió atraído por esa noticia que conmovió a Francia tras leer un reportaje de Libération y le escribió al asesino, que se salvó de las llamas, recordándole que no era un escritor morboso. Romand tardó en contestarle, leyó La clase de nieve y le dijo que estaba dispuesto a colaborar en la redacción de una novela sobre él. Esencialmente esta es la materia de El adversario, que ya ha sido traducido a más de 20 lenguas y que ha hecho recordar tanto A sangre fría de Truman Capote como La canción del verdugo de Norman Mailer y Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez, y algunos postulados de aquello que se llamó el nuevo periodismo, abanderado por Tom Wolfe, Gay Talese o Hunther S. Thompson, y la novela de no ficción, reivindicada por Capote.        

Uno de los problemas de la novela de no ficción es hacerla creíble: se trata, aunque los hechos estén verificados y figuren en los sumarios de un juicio escandaloso, de que sean verosímiles literariamente. La literatura impone su código, ese artificio al que se llega por múltiples veredas y estilos, y muchas veces hemos leído historias reales, líricas o espeluznantes, que resultan falsas, o que están muy por debajo de la conmoción que nos creó el hecho. Aquí se nos dice en un momento, "el mejor cuento es el de la verdad", algo que también aprendió el homicida. Con eso lidió, por ejemplo, Truman Capote, quien --permaneciendo al margen del corpus narrativo de A sangre fría-- sí deseó que los asesinos fuesen condenados. Carrère en cambio participa de su relato, es un protagonista más, un testigo imparcial que desea entender la infamia que ha sucedido, sus íntimas y ocultas razones, y, sobre todo, la gran patraña en que vivió Romand, que era un embaucador perfecto, un estafador de poca monta y un hombre que vivía del fraude casi como una alimaña, de aquí para allá, en su coche que era su oficina portátil, alimentando una bola de nieve: la de ser un médico famoso, la de trabajar para la OMS, la de poseer contactos financieros de altura, la de viajar alrededor del mundo sin moverse de Francia o del motel de al lado (Romand, se nos dice, es un hombre que deambula sin rumbo, "replegado sobre su absurdo secreto"), la de que ni su mujer tuviese el teléfono de su despacho sin sentirse intrigada por ello, y así hasta el infinito. La falsificación es inmensa.         

Leyendo El adversario (Anagrama, 2000. 172 páginas) sorprende (más que sorprender, resulta casi inconcebible) la presencia del azar, la acumulación de agujeros negros, las distracciones y la buena fe de familiares y amigos para que este hombre --cariñoso con sus hijos, enamorado de su mujer Florence, nada sospechoso en apariencia--, este monstruo amable no caiga nunca víctima de sus embustes, no sea descubierto. Y cuando lo es por su amante Corinne, elige una solución inquietante: la de matar a quienes más ama.        

Carrère, sin afectación y con un pulso seguro, narra la existencia de Romand y logra un texto a la altura de la brutal realidad. Hurga en la infancia del impostor, bucea en su adolescencia, documenta el hecho insólito --para la institución universitaria resultó corriente-- de que un estudiante lleve doce años matriculándose en segundo de Medicina y se fija en el detalle que pudiera ser el epicentro de la gran desgracia: aquel día que no asistió a un examen, debido tal vez a una frustración sentimental. El volumen es esencialmente un reportaje, un informe detallado y límpido que no nos permite pestañear, el torrente imparable de la mentira y el mal.         

Càrrere orilla con gran brillantez los riesgos de su propuesta y logra un libro contenido, bien graduado y fascinante. Que luego, ya en la cárcel, Jean--Claude Romand intente salvarse o justificarse a través del misticismo es otro asunto. Y acaso una nueva novela. 

*Hablo aquí de una novela perturbadora, El adversario (Anagrama, 2000), de ésos libros que releo a menudo. He vuelto a él, entre otras cosas porque acabo de encontrar este retrato del escritor Emmanuel Carrère de Olivier Roller. 

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