JUAN TUDELA: DEL LÁPIZ AL RATÓN. UNA ENTREVISTA*
Juan Tudela (Alcantarilla, Murcia, 1940) es diseñador publicitario, dibujante, pintor y fotógrafo. “Del lápiz al ratón” es una exposición antológica, que se exhibe en el Palacio de Montemuzo, de casi medio siglo de trabajo y es la crónica visual, gráfica y tipográfica de Aragón. Sus carteles de las fiestas del Pilar, de las fiestas de Primavera y de diversos ciclos musicales, sus logos y sus evocadoras cajas de Conguitos pertenecen a nuestra memoria y, en cierto modo, a ese periodo de consolidación de la democracia y de conquista de la alegría pública. Juan Tudela llegó a Zaragoza con tres años y hay en su vida algunas lagunas. Por ejemplo: ¿cuál es la verdadera historia de su padre? Juan baraja dos relatos complementarios. Su progenitor era aserrador y había estado en Aragón, en Ansó y en Seira, en el valle de Benasque, donde recogía maderas para las cajas de fruta; cuando llegó la Guerra Civil, fue guardia de asalto de la República en Valencia y Puigcerdá, y tras la derrota estuvo en la cárcel. Durante mucho tiempo, tuvo que pasar por el cuartel de la Guardia Civil y por fin logró trasladarse a Zaragoza. La otra versión es que permaneció en varios campos de concentración y en el exilio, y volvió a España con un empleo en Constructores Unidos, que pertenecía a Escoriaza, para confeccionar vagones de tren de madera. A los Tudela les asignaron un piso en Torrero y lo compartieron durante 17 años con otra familia de Murcia.
O sea que creció en Torrero.
Sí, al lado del Canal. Al otro extremo estaba el almacén de la fábrica de muebles Loscertales y el hijo del encargado era amigo mío. En su casa había tebeos, libros, un piano, parecía otro mundo. Pero lo más impresionante era el almacén de Loscertales: mi amigo Félix Abad nos dejaba entrar y allí veíamos auténticas maravillas: muebles de estilo, cuadros del siglo XIX y algunos del XX. Siempre he pensado que allí se me despertó el gusanillo del arte. Un día nos atrevimos a copiar un bodegón.
¿De qué tebeos se acuerda?
Uno que no he vuelto a ver, “Cimarrón”, y “Roberto Alcázar y Pedrín”, “El guerrero del antifaz” o “El capitán Trueno”. Luego estudié en el colegio de La Salle de los pobres y me matriculé en la Escuela de Artes. Tendría doce años o así.
He leído en su catálogo, que redacta Josefina Clavería, que fue alumno de Félix Burriel y de Luis Berdejo.
Félix Burriel me dio clases de dibujo. Era un hombre de carácter que no soportaba a los alumnos traviesos. Era exigente. Una de sus frases favoritas era “esto, más simétrico. Esto, más simétrico”. Con él realizaba dibujos de escayolas, orejas, narices, luego el busto completo. Luis Berdejo daba clases donde ya se hacían figuras enteras. Era una bellísima persona, prudente, con una obra artística importante que ya conocíamos porque el Museo Provincial estaba ahí al lado y lo visitábamos. Yo no asistí a sus clases: impartía lecciones a los más avanzados.
¿Qué le atraía del Museo Provincial?
Entonces aún no estaba dominado por las piedras. Era un museo de pintura, y allí había piezas de Goya, estaba Marín Bagüés y esa estupenda pintura del siglo XIX, con Pradilla y Sorolla a la cabeza. De todo ese mundo te ibas impregnando, incluso de un pintor al natural que plantaba su caballete en la plaza de Aragón, que hacía pasteles y luego los rifaba.
De ahí pasó a Alejandro Cañada.
Allí conocí a muchos amigos: Eduardo Salavera, Rubén Enciso, Jorge Gay. Fue una escuela estupenda de aprendizaje. Hice de todo: escayolas, pintura al natural, había una modelo que casi llegaba al desnudo integral, una chica panadera, y también un jubilado que usaba taparrabos. Otros modelos fueron un joven gitano e incluso uno de los hijos de don Alejandro, que se vistió de monaguillo. También teníamos un traje de cartujo de Aula Dei. Yo quería ser pintor, pero fui fontanero, tornero, agente comercial de cajas registradoras... Me ocurrió una cosa muy curiosa.
Usted dirá.
En una ocasión, en uno de estos empleos, fui al Oasis para reparar la calefacción, que estaba debajo del patio de butacas, y asistimos a un ensayo de la vedette, algo que estaba prohibidísimo. No la vi, la imaginé, sé que cantó un cuplé, “Salero de España”. Yo tenía menos de veinte años.
Y en éstas llegó a Zaragoza la agencia Danis.
Fue una agencia en el mejor sentido de la palabra. La empresa tenías sedes en Barcelona, Bilbao y Madrid, y abrió delegación en Zaragoza con Alfonso Usón al frente. Él fue, entre nosotros, un precursor de la publicidad, que parecía cosa de extraterrestres. Y allí, tras realizar el servicio militar, empecé con José Luis López Velilla o Francisco Belsué, entre otros. Recuerdo que un día recibimos una invitación para hacer dibujo de animación en Canadá, un poco a la manera de Walt Disney. Yo ya estaba casado y no me atreví a marchar, pero Paco Belsué sí y allá hizo una importante carrera.
-Uno de sus mejores trabajos de ese periodo fue su caja de Conguitos.
Fue un proyecto para Federico Díaz, que era como un indiano muy modesto que venía de Sudamérica y allí había conocido el cacahuete relleno de chocolate. Nosotros le hicimos el desarrollo completo: le hicimos la mascota, le dimos nombre al producto; en realidad, el nombre Conguitos se le ocurrió a José Luis Izaguirre, el comercial de la empresa. En ese momento, el Congo belga libraba su batalla por la independencia. Nos costó un poco más de una semana. Recuerdo que le presentamos la factura, 9.500 pesetas de entonces, algo menos de 60 euros, y el hombre leyó todo con minuciosidad. Y al final, dijo: “Lo pago”. Luego perdió la empresa, y acabó pasando a Chocolates Lacasa.
Allí ya se empezó a ver una de sus características: a usted le ha interesado el dibujo, la pintura, la fotografía.
-Eso ha sido capital para mí. Siempre he querido conocer todo el proceso, dominar las técnicas. Y eso te hace sentir más libre y te permite transmitir mejor las ideas que quieras. Para mí todo es importante: los lemas o eslóganes, el uso del color, las líneas, la claridad de lo que se quiere contar.
¿Qué aprendió en Danis?
Lo decisivo fue la información que nos llegaba. Yo era muy joven. Mi cometido se limitaba más a bien a dibujar (cosechadoras, tractores...), hacer bocetos, y todo empezó a cambiar. Accedíamos a una información muy útil. En Barcelona, por ejemplo, estaban a años luz y nos intercambiaban información y nos enviaban revistas italianas y francesas que eran muy innovadoras en publicidad.
Poco después se integró en la agencia Bellca, de Camilo Bellvís.
Nos fuimos varios y allí estaban artistas del futuro Azuda-40 como Natalio Bayo y Vicente Dolader. Fue en Bellca cuando definitivamente me hizo un poco pragmático: aparqué la pintura por la publicidad. Y poco después me pasé a Karman, otra empresa cuyos socios eran José Luis Martínez Candial, Agustín Félez, el desaparecido Publio Cordón y Jesús Muro, entre otros. Ese periodo ya coincidió con dos carteles de las fiestas de Tarazona, de 1967 y 1969, con el cipotegato como motivo central, con las campañas de Navidad o los carteles de moda para Calixto. Allí estábamos ya más especializados.
-¿Tiene libertad el diseñador?
Todo depende del cliente, pero el grado de libertad es más bien limitado. Los mejores trabajos han ido a la papelera. He tenido clientes muy respetuosos que se dejan seducir, y también he conocido clientes que querrían haber hecho ellos el trabajo y utilizan tu mano. A mí me cuestan mucho encontrar lo que busco: eso es angustioso, porque no vale cualquier cosa, pero en cuanto te ves en los mupis o en los carteles, te resarces.
Hacia 1977 funda, con Julian Rabanaque, la empresa Resón. ¿Cómo les fue?
Éste es un trabajo muy artesanal. Y antes lo era mucho más. Tanto Julián como yo éramos autodidactas y ya habíamos trabajado juntos. Nos complementábamos: él hacía los textos, los eslóganes, realizaba el estudio de medios, se encargaban de la parte comercial. Las ideas salían a medias. Y teníamos un pequeño equipo de gente más.
Uno de sus mayores éxitos fue la publicidad de Montolio. ¿No?
Era una cadena de tiendas infantiles, de la que se hicieron cargo los hijos de los dueños. Su prestigio era tan incontestable que cada vez que Jané sacaba un coche se le enseñaba para que opinasen. Tenían tiendas en Sagasta, Coso, Delicias y César Augusto, y nos invitaron a hacer una campaña más osado. Dividimos el nombre Montolio en Monto y Lio. Chico y chica. Como en aquel tiempo, no había televisión por la mañana, hicimos un juego en Radio Zaragoza, al aire libre, con búsquedas de tesoro y aventuras así.
¿Y qué pintó en todo esto Gloria Fuertes?
Le propusimos a Gloria Fuertes que escribiera unos textos e hicimos tres libros, con ilustraciones mías. La visitamos en Madrid y me pareció una gran persona. Los libros de Monto y Lío se regalaban en las tiendas con la ropa. Nos encantó su casa: era la casa de una mujer que era como una niña inmensa, gorda, rodeada de muñecas. Recuerdo que me habló de Miguel Labordeta, al que conocía bien, y de que había tenido algunos novietes por Aragón. Nos dieron el Óscar de Oro de la comunicación y tuve que alquilar un traje de etiqueta en una tienda de disfraces.
Viendo la muestra, se ve que usted ha hecho muchos logos: Videar, Previasa, Mayoral, el Teatro del Mercado, Astún... ¿Cuál es la clave de la imagen?
Siempre nos han interesado mucho. Y nuestra intención ha sido que fueron muy sólidos, que aguantaran bien el paso el tiempo y que se pudiesen reproducir en blanco y negro sin que perdiesen su impacto, su fuerza.
Algunos de sus carteles del Pilar son auténticos iconos: pienso en el de 1988.
A mí no he importado competir con gente como Cano, que ganó muchas veces y es un fuera de serie, con Samuel Aznar. Yo gané cuatro veces y obtuve varios accésits. Ése que dice, con la fotografía y aquellas letras en blanco y rojo, quizá sea el más conocido. Siempre he intentado prescindir de lo superfluo y he intentado jugar con la tipografía. La clave es la eficacia y la comunicación, y para eso cuanto mayor limpidez, cuantos menos elementos, mejor.
¿Qué nos dice esos calendarios para coleccionistas?
Era nuestro obsequio de navidad. Los hicimos en Gráficas Mola, luego en Perruca, en Ino, al final en Sansueña de Paco Boisset. Eran ediciones pequeñas cuyo papel a veces nos regalaban los almacenistas. Nos hemos divertido y aquí está la exposición. Mucha gente conocía las obras pero no sabían que eran mías o de mi colaboración con Julián. De alguna manera, hemos perdido el anonimato.
*"Juan Tudela. Del lápiz al ratón" es el título de la exposición del diseñador, pintor y publicista, que se exhibe en las tres salas del palacio de Montemuzo (calle Santiago). Permanecerá abierta hasta el 24 de junio. Por ahora, han pasado a visitarla más de 4.000 personas. Portada del catálogo que ha escrito Josefina Clavería.
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