RETRATO DE MARÍA TAUSIET, ESTUDIOSA DE BRUJERÍA
El apellido Tausiet, raro en España, procede Gascuña y significa “roble blanco”. De alguna extraña manera, casi desde que era niña, María Tausiet alimentó la atracción de María por Francia. Pasaba los veranos en San Sebastián, que se le antojaba una ciudad muy francesa: la recorría de punta a punta, en sus playas, en sus callejas o en sus montes de impresionantes panorámicas. Era una joven charlatana hasta la desmesura, exagerada y crédula. Le fascinaban los cuentos de hadas y el mundo de Lewis Carroll y se fabricó, entre libros y la pasión por el baile y la música, un mundo a su medida. Su padre, empleado de banca ante sus exageraciones o su incontinencia, solía decirle: “Te doy una peseta si eres capaz de callar durante cinco minutos”. Era incapaz. En casa se vivía una atmósfera religiosa muy particular que tenía su prolongación en el colegio de monjas donde estudiaba. A los catorce años puso término a todo eso: ingresó en el Instituto de la Magdalena y se le abrió como un abanico de sugerencias infinitas un mundo nuevo con profesores “progres” que igual le hablaban de Spinoza, de Nietzsche o del psicoanálisis. Entonces, la idea del inconsciente cobraba una gran importancia. Que se interesase por la Filosofía Pura era una consecuencia natural de su aprendizaje apasionado. Lo mismo estudiaba guitarra en el Conservatorio, que asistía a clases de pintura con Alejandro Cañada o se matriculaba en la Escuela de Artes Corporales para hacer danza contemporáneo. Un torbellino de inquietudes le bullía en la cabeza y en las piernas.
Con algo menos de veinte años, si puede decirse así, estaba malquistada con Zaragoza. Había decidido ir a estudiar Filosofía Pura a Madrid, aunque acabó haciéndolo en Valencia. “Me decepcionó la ciudad y la mentalidad tradicional de la enseñanza. Me encontré con un ambiente que ni era tan moderno ni tan abierto ni tan interesante como el que había tenido en el Instituto”. Regresó y al año siguiente se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza y se especializó en Historia Medieval, aunque lo que de veras le atraía era cursar Historia de las Mentalidades. Fue una estudiante casi modélica en los primeros cursos y ejemplar en los dos últimos, que ilustró con matrícula en todas las asignaturas.
En quinto, la profesora Isabel Falcón llevó a un grupo de alumnos al Archivo Diocesano de Zaragoza a hacer fichas de procesos criminales de justicia episcopal. Y esa visita, en apariencia rutinaria, fue toda una detonación. “Descubrimos algunos procesos de brujería. Isabel Falcón me dijo: ‘Esto podría interesarte’. Al principio expresé mi negativa. Me parecía un tema fácil, de moda, ‘demasiado’ atractivo. No soy nada esotérica. Leí los procesos con atención y vi que era una fuente maravillosa: se hablaba de sueños, de delirios, de cosas íntimas e inusuales con un lenguaje simbólico. A las brujas se las empezó a perseguir al final de la Edad Media”. Verificó que allí podría haber una tesis que acabaría dirigiéndole el profesor de Historia Moderna, Eliseo Serrano. “Isabel Falcón fue mi primera madrina. Ella me puso en contacto con el experto Ángel Gari, que me inició en el conocimiento de la brujería. Fue generoso conmigo, me facilitó documentación, me abrió la cabeza a ese universo y fui con él a congresos a Barcelona o a París, en concreto a uno que se titulaba ‘El sabbat de las brujas’, que me resultó maravilloso. El sabbat es el aquelarre. Allí aprendí muchísimo, vi otro concepto de Historia; dos años después, en 1994, ya presenté una ponencia sobre ‘El infanticidio y sus traducciones en Aragón’ en Swansea, Gales”.
María Tausiet se presentó a oposiciones a profesora de Instituto en Toledo y obtuvo plaza en Talavera de la Reina. Al año siguiente, se trasladó a Alcorcón como profesora de Geografía e Historia, pero no dejaba de viajar a Aragón. Se trasladaba a los archivos de las siete diócesis de Zaragoza, Huesca, Teruel, Tarazona, Albarracín, Barbastro y Jaca con el objeto de realizar un estudio de la brujería en el siglo XVI. “La brujería es lo más representativo de la cultura popular, encarna el simbolismo de la cultura popular. Es la esencia de las creencias misteriosas enraizadas en la vida cotidiana de la gente. Y para mí era un reto intentar traducir todo eso a un lenguaje racional”. Así nació “Ponzoña en los ojos. Brujería y superstición en Aragón en el siglo XVI” (IFC, 2000). María intenta explicar el mito del aquelarre con toda la fantasía y horror que encierra: la presencia del demonio, la relación sexual con las brujas, el asesinato ritual de niños, las metamorfosis. “Me preguntaba cómo había podido hacerse real todo eso en la mente de los jueces o los demonólogos e inquisidores. ¿Quién se va a creer que vuelen las brujas o que exista el demonio? Eso es una ficción, un lenguaje simbólico”. Su trabajo abarcaba la justicia episcopal, la seglar y la inquisitorial. Le salieron historias preciosas: en Zaragoza había muchos hechiceros. Las mujeres se dedicaban a la magia del amor, y los hombres, de origen francés y casi siempre clérigos, se preocupaban por la búsqueda de riquezas. “Hallé la historia de un cura de San Pablo, Joan Vicent, que organizó un círculo mágico. Fue acusado por la Inquisición, lo encerró en la torre del Trovador de la Aljafería, y se escapó atando sábanas. Salió por la ventana, se fue a Roma y puso una denuncia a los inquisidores de Zaragoza”. En medio de su estudios, María dio con un proceso del siglo XIX en el Archivo de la Diócesis de Zaragoza, titulado “Los energúmenos de Tosos”. “En latín ‘energumeni’ quiere decir endemoniados. Y aquí se planteaba el mundo al revés: es la supuesta bruja la que va a denunciar a los supuestos posesos, que la persiguen, a la justicia episcopal y ésta la defiende. El alto clero, en ese momento, hablo de 1812 a 1814, ya no cree en la brujería. El propio obispo ve la posesión como un fraude. Los 32 posesos sostenían que ella les habían enviado los demonios y acabaron echando a esa mujer, Joaquina, del pueblo. Era de Villanueva de Huerva y allí hubo de volverse; cada que intentaba regresar, la apedreaban o la acuchillaban. Ese periodo coincide en el tiempo y en el espacio con Goya, que reflexionó a su modo sobre la fascinación, el horror, la superstición y la irracionalidad de la brujería en ‘Los desastres de la guerra’, ‘Los caprichos’ o ‘Las pinturas negras’”. El libro de este proceso se llama “Los posesos de Tosos, 1812-1814)” (Instituto Aragonés de Antropología, 2002) y no será el último. Acaban de sugerirle un trabajo comparativo sobre la hechicería urbana en Brujas y en Zaragoza.
[María Tausiet presentaba hace poco su nuevo y fascinante libro: “Abracadabra Omnipotents. Magia urbana en Zaragoza en la Edad Moderna”. María Tausiet. Editorial Siglo XXI. Así define la editorial el libro: “Abracadabra Omnipotens’ presenta un recorrido por el submundo de la magia zaragozana en los siglos XVI y XVII a través de testimonios en su mayoría procedentes de fuentes judiciales. Pese a la imagen de la magia como algo opuesto a la religión, y de la persecución de sus múltiples y diversos practicantes, lo mágico y lo religioso aparecían íntimamente entrelazados, como dos caras de la misma moneda”.]
5 comentarios
Daniel -
Victoria -
Javier -
Carmen Espada Giner tiene también varios e interesantes libros sobre el tema: La vieja Narbona, Dominica la coja, Sangre en la catedral... y puede que alguno más y no recuerdo.
José Vicente Zalaya -Librería Certeza- los publicó en una serie titulada Manuscritos de la Inquisición.
Abrazos
Luisa -
El trabajo en los archivos de historia, que conozco para otros temas, es apasionante. He sentido muchas veces la emoción de ir descubriendo retazos de vidas, detalles que alumbran episodios como profundos escenarios... en fin, nada aburrido, nada que ver con lo que seguramente aparenta desde fuera.
Un beso.
Magda -
Un abrazo para ti.