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Antón Castro

VILLA CONOCE A VILLA O LA NOCHE DE MONTJUIC

VILLA  CONOCE A VILLA O LA NOCHE DE MONTJUIC

RETROSPECTIVA

[Este reportaje apareció el mismo día que el Real Zaragoza se batía, un 17 de marzo de 2004, con el Real Madrid en Montjuic por  el título de la Copa del Rey. Ganó el Real Zaragoza por 3-2, con aquel latigazo final de Galletti, que batió a César. Encuentro este texto en  mi fondo de armario y lo pego aquí. Siempre soñé con escribir un libro sobre el Real Zargoza, y aquí anda, desparramado. La fotografía es  del Zaragoza d Los Magníficos.]  

 Juan Manuel Villa, sevillano accidental y madrileño como su familia, creía hacia 1962 que estaba acabado para el fútbol. Pertenecía al Real Madrid de los primeros galácticos –Di Stefano, Kopa, Gento, etc.- y tenía rivales en su demarcación de interior tan famosos como Del Sol, Rial o Puskas. “Era un equipo espectacular, el que mejor ha jugado al fútbol de todos los tiempos, junto al “dream team” de Cruyff a nuestro equipo de ‘Los Magníficos’. Era un fútbol vistoso y genial, variado y brillante”. En 1962, tras haber estado cedido en la Real Sociedad, decidió venir a Zaragoza, porque ya había visto jugar a Marcelino, Lapetra y Reija. Y aquí empezó todo: esa leyenda de la que ha oído hablar vagamente David Villa, el otro Villa. “No conozco a Juan Manuel Villa –dice- pero he oído hablar de él. Sé que era muy bueno. Estoy muy orgulloso de pertenecer este equipo: durante muchos años fue uno de los cinco mejores del fútbol español, un histórico y un grande”.

Juan Manuel Villa compara al Madrid de su época y al actual. “Jugaba mejor el de Di Stefano y compañía. El de ahora es un equipo de destellos, también porque el fútbol es más difícil por la fuerza con que se juega, porque la preparación física se ha impuesto sobre la imaginación, la clase o el arte. En mi época, para los grandes jugadores era más fácil jugar y hacer una especie de ballet. Pienso que si quienes hicieron el reglamento del fútbol supiesen que se podía correr tanto y durante tanto tiempo, habrían hecho campos de 200 x 80 metros. Ahora los futbolistas corren y aguantan tanto que no hay sitio para correr. A mí el fútbol me parece el deporte más bonito y apasionante, pero ahora no voy al estadio, lo veo desde casa. Se corre más y se juega menos”.

Retoma su reflexión sobre el rival del Real Zaragoza en Montjuïc: “El Madrid de ahora se mueve a golpes de genialidad de Figo, Ronaldo o Zidane, pero ver esa cosa fluida, armoniosa de principio a fin es muy difícil”, explica. ¿Cómo se puede ganar a un equipo así?, queremos saber. El diez de “Los Magníficos” dice: “A base de fuerza, preparación física y de aburrimiento. Hay que amargarles y aburrirles la vida”. El “Guaje” Villa observa: “Tenemos un precedente en el partido de Liga de la primera vuelta, que empatamos y nos les dimos respiro. Necesitaremos dar lo mejor de nosotros, hacer las cosas bien. Ganarles no sería ningún milagro. El partido espero que sea bonito. Se va a jugar de poder a poder, será abierto y con muchas ocasiones”. Y en buena parte dependerá de la inspiración del asturiano. Su predecesor lo valora: “Tiene muy buenas cualidades: es rápido, tiene buena visión, chuta, se desmarca y sabe jugar armónicamente con sus compañeros, pero aún es pronto para evaluarlo: necesitamos un pequeño compás de espera, pero apunta alto”, dice el interior, tres veces internacional. ¿Jugaban igual? Ambos pisan el área, pero de modo diferente y con distinta intensidad. El actual Villa se define “como un delantero centro nato, que disfruta con el gol y lo busca”. Y al integrante de “Los Magníficos” le gustaba recoger el balón en el principio del centro del campo, de las botas de País o Violeta, e iniciar allí la trama y el vértigo del ataque, apoyado en Carlos Lapetra, en Marcelino, en la brega con calidad de Santos o en Canario. Practicaban un juego trenzado, de desmarque, que nacía en el cerebro y en el hilván de la bota de Carlos Lapetra. Villa –“que era rápido, técnico, y que regateaba y chutaba con ambas piernas”- no le hacía ascos al área ni al gol. En sus nueve campañas en La Romareda marcó 70 tantos, 43 de ellos en la Liga. Curiosamente, fue determinante en las cuatro finales que jugaron los blanquillos: vencieron en dos, en 1964 y 1966, y perdieron en 1963 y 1965. Villa marcó tres goles en cuatro partidos.

         El conjunto de “Los Magníficos” llegó a la final por vez primera en 1963. “Todo fue muy desgraciado. Jugamos en el campo del contrario, porque Franco viajó por esos días a Barcelona; nuestro entrenador César acababa de firmar un contrato con el club catalán y no organizó nada, descuidó sobre todo los marcajes. Se portó fatal; incluso hizo algunos cambios bastante raros. Y por si fuera poco, nos concentramos en un ruidoso hotel del Tibidabo, donde no se podía dormir. Perdimos por 3-1. Marqué el gol del honor, junto al palo izquierdo, pero salimos cabreadísimos, escaldados, con un disgusto impresionante”.

Juan Manuel Villa quiere recordar a dos entrenadores de entonces: Fernando Daucik, que era un gran psicólogo, les decía: “chicos, salís jugar y hacer que queréis”. Dice Villa que entendía a la perfección “nuestro estilo, un estilo que era rápido, malabarista, de regate y de pases al primer toque. Armaba la defensa y nos daba libertad total. Jugábamos como nos daba la gana. ¿Sabe cómo entrenábamos? A dos toques: parar y tocar, de lo contrario era falta”.  Y el otro entrenador inolvidable, en aquellos dos meses de felicidad de 1964, cuando se consiguió la Copa de Feria y la Copa del Generalísimo, fue Luis Belló: “Es una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Tenía y tiene una visión estupenda del fútbol, que coincidía con la nuestra, pero tras los éxitos –a los que debe sumarse el triunfo de la Eurocopa con el estupendo gol de Marcelino- se fue incomprensiblemente y vino Roque Olsen, con el que nos llevamos muy mal”. En 1964, el Zaragoza venció al Atlético de Madrid por dos a uno en el Bernabéu, con goles de Lapetra y uno de Villa, que se anticipó a Glaría e impactó espléndidamente. Un aficionado le dijo: “Villita, debes volver a casa”. Y los aficionados aguardaban al equipo ya en Arcos de Jalón. Al año siguiente, el Atlético de Madrid se tomó la revancha: marcó Cardona y el Zaragoza, que presionó y atacó hasta la extenuación, no pudo remontar. Y en 1966, en el Bernabéu de nuevo, el Zaragoza se midió en la final al Atlético de Bilbao de Iríbar y diez más. Villa, “de un remate de volea, un auténtico cañonazo”, abrió el marcador, y Carlos Lapetra consumó la superioridad abrumadora del Real Zaragoza. “Marqué otro gol: centró Canario, Marcelino cabeceó hacia atrás, la paré con el pecho y rematé. Iríbar no pudo hacer nada. El árbitro Bigaray lo anuló, pero al final vino a pedirme disculpas. ‘He metido la pata. Lo siento, pero ya no podía volverme atrás’, me dijo”. El Zaragoza ya estaba entre los grandes. Y, con una Copa de Ferias en la vitrina, en septiembre optó a otra. “Esa ha sido la experiencia más decepcionante de mi etapa en el Real Zaragoza. Nos jugábamos el título a doble partido con el Barcelona, y les ganamos allí con un gol de Canario. El domingo anterior al partido de vuelta, que se jugaba el miércoles, nos enfrentamos al Granada y perdimos por 6-2. Esos días, en víspera de la final, aparecieron artículos terribles contra nosotros. Nos pusieron verdes, y se generó un ambiente terrible. El público nos recibió con una pitada increíble y con algunos insultos. No exagero. Cuando metía un gol el Barcelona, los socios aplaudían; cuando empatamos nosotros, nos pitaban. Parecía que estuviésemos jugando en un campo contrario y muy hostil. Perdimos por 2-4. Recuerdo que mi padre vino desde Madrid para ver el partido y me dijo: ‘Lo siento mucho, Juan Manuel, no volveré más a La Romareda’. Estábamos tan nerviosos que no dimos pie con bola. Una verdadera lástima”.

David Villa querría empezar hoy a saborear la miel de los títulos. “La victoria sería magnífica. Es un honor para mí el cariño y la confianza que me tiene la afición. Yo no soy fantaseador, no sueño despierto. Soy  muy ambicioso del día a día, y me encantaría que consiguiésemos esta Copa. Y no me importaría marcar el gol de la victoria, tras mucho sufrimiento, en los últimos minutos, aunque no sea tan bello como el de Nayim”.


         Juan Manuel Villa dice que ahora, al mirar hacia atrás, le cuesta verse jugando al fútbol. Como si tuviese la sensación de que los suyos son recuerdos de otra persona o un espejismo del tiempo. Hoy, al mirar la pantalla, podría pensar que se ha reencarnado en un joven delantero, David Villa, que como él aspira a todo. Al gol, al sueño, al milagro más que probable.  

 

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