DIÁLOGO CON MAITE GONZÁLEZ, VIUDA DE MIGUEL BUÑUEL
Hace algunas semanas, Castellote recordaba a su hijo más ilustre: Miguel Buñuel Tallada (1924-1980), escritor, dibujante, crítico de cine, periodista, actor, guionista, fotógrafo. Todo un personaje que ha dejado una estela de originalidad, coherencia y curiosidad por la vida. Y de rareza también. Con su libro “El niño, la golondrina y el gato” (1959) ganaba el premio Andersen. El Centro de Estudios de Castellote, bajo la coordinación de Silvia Ferrer, organizó un ciclo al que acudieron su viuda, María Teresa González, los cuatro hijos del escritor, y amigos y expertos como Juan Villalba (autor de un importante artículo sobre su trayectoria en “Turia”), los cineastas Pedro Costa, Alfredo Castellón y Bernardo Fernández, editores como Manuel Chivite. María Teresa González (Tafalla, 1941) vivió con Miguel Buñuel los últimos 16 años de su vida, y lo recuerda así.
¿Recuerda cómo y cuándo conoció a Miguel Buñuel?
Fue a principios de diciembre de 1964. Aprobé un examen para el puesto de secretaria de redacción de la editorial Doncel, donde él trabajaba como director técnico.
¿Director técnico? ¿En qué consistía su trabajo exactamente?
Yo creo que era el responsable de la edición de textos, de la maquetación, de la elección de autores e ilustradores. Doncel publicaba los libros obligatorios que marcaba el Estado, y Miguel también asumía esa parte. También se creaban colecciones juveniles y revistas como “La ballena blanca”, en la que él publicó uno de sus libros. La aparición de esta serie coincidió con el regalo de unas simpáticas ballenitas de fieltro.
¿Qué pasó cuándo se conocieron?
Lo conocí nada más llegar. Allí trabajaban Antonio Castro Villacanas, Miguel y José Miguel Biurrun, que era de Pamplona. Y creo que una persona de contabilidad. La ubicación de la editorial estaba en un edificio de Juventudes. Por entonces, Doncel era invitada constantemente a actos y saraos, y como yo era una chica joven, tenía 23 años, 17 menos que Miguel, iba en representación de la editorial aquí y allá. En realidad, me exhibían un poco.
¿Cuándo le tiró los tejos Miguel?
No me di cuenta, en realidad. Salimos a cenar a tal o cual sitio. Y así, casi sin darme cuenta, sucedió. Fue todo muy rápido. Nos enamoramos.
Miguel Buñuel, que ya había publicado novelas y libros infantiles y era crítico de la revista “Índice”, estaba casado con la poeta María Elvira Lacaci, ¿no?
Sí, lo estaba, y compartían el piso, pero no hacían vida conyugal. Ella recibía tratamiento psiquiátrico, era una mujer muy especial. Inicialmente, Miguel me decía que no podía dejarla. Y era cierto. La llamaba todas las mañana, la cuidaba...
Cuenta el escritor y realizador Alfredo Castellón que ese matrimonio fue anulado por el Tribunal de la Rota, y que él actuó como testigo. ¿Cuándo empezaron a vivir juntos ustedes?
En el verano de 1965. Habían pasado poco más de seis meses. Aquello no fue fácil: yo era hija única, mi padre había sido militar, y mi madre había sido casi monja. Imagínese qué panorama. Como Miguel Buñuel era crítico de cine de “Índice” y de otras publicaciones, fuimos juntos al Festival de San Sebastián. Yo dije en casa que tenía un viaje en representación de Doncel. Unos meses después, nos fuimos a casa de mis tíos de Tafalla. No dijimos que éramos novios, preferimos que lo viesen como una política de hechos consumados. Para entonces ya habíamos alquilado un apartamento en Madrid.
Qué romántico.
Después de aquel viaje ya no volví a casa.
¿Descríbanos el escándalo?
No lo recuerdo. Juraría que no lo hubo. Para mis tíos, Miguel era mi novio. Y para los amigos también. Finalmente, nos trasladamos a Biarritz y esa fue la excusa para decir que nos habíamos casado allí por lo civil. Miguel ya había empezado los trámites de separación. Él ya tenía entonces una auténtica obsesión por ser padre.
¿Por qué?
No lo sé muy bien. Pero lo tenía muy claro. Él no sabía conducir, y cada vez que lo llevaba por la ciudad en coche o iba en un taxi, les hacía gestos a los niños y los niños le hacían cosas a él. Tenía un gran sentido del humor. Se llevaba estupendamente con los hijos de sus amigos. Miguel era tierno, cariñoso, simpático y, ya le digo, poseía un gran sentido del humor. De niño, con dos años o así, sufrió una insolación que estuvo a punto de costarle la vida. Y se quedó un poco sordo de un oído.
¿Cuándo se dio usted cuenta de que Miguel Buñuel era un intelectual, un escritor?
Pronto me enteré de que era un escritor más o menos conocido, que había publicado libros juveniles y novelas, que había sido premiado varias veces y que tenía el sueño del cine. Miguel tenía muchos contactos: era muy amigo de Carlos Robles Piquer, cuñado de Fraga. También era amigo de autores como Sánchez Silva o Tomás Salvador. Él, que había estudiado Perito Agrícola, había empezado a trabajar en el Instituto del Hierro y del Acero. Por aquellos días, para trabajar se necesitaba una cierta afinidad con el régimen de Franco y a él debió conseguirle ese empleo don Agustín Planas, el mecenas de Castellote. Yo creo que es por eso por lo que metió en el Frente de Juventudes.
Miguel Buñuel le dedicó un libro a sus años zaragozanos: “Manuel y los hombres” (Doncel, 1961).
Es cierto. El vivió en Zaragoza antes de la Guerra Civil. Pasó la contienda en su pueblo, y en la posguerra inicial estuvo de nuevo en la capital. Su padre tenía tierras en Castellote y una fábrica de turrones, dulces y peladillas escarchadas, Azucarería Buñuel. Antes de su traslado definitivo a Madrid, Miguel trabajó en un taller de escultor. Y ya en Madrid realizó sus estudios de peritaje, estudió en la Escuela Oficial de Periodismo, intentó entrar en la Escuela Oficial de Cine y derivó hacia diversos ámbitos: el periodismo, la literatura, la edición. En la Escuela de Cine, en el curso 1956-1957, lo suspendieron (“increíblemente”, según él) en la asignatura de Dirección. Miguel respondía a todo, era muy terco e incluso era capaz de convencer a sus censores. Eso lo hizo, página a página, con alguno de ellos en libros como “Un mundo para todos” (1962) y “Un lugar para vivir” (1962).
Por cierto, la huella de Castellote en su obra es muy importante.
A mí siempre me ha llamado la atención “El aquelarrito” (Doncel, 1965), que contiene en pocas páginas los recuerdos de su pueblo. ¿Sabe usted que vino a su pueblo y que regaló a todos los niños del colegio un ejemplar? El actual alcalde Ramón Millán recuerda esa visita, y dice que “Miguel daba un poco de miedo”. Castellote era como su obsesión. Hablaba mucho de los niños, de su infancia, de los juegos, de la oliva y del aceite. “Desde esta ventana, he visto cómo se casaba Enrique Líster”, decía. Y también hablaba de las de guerras de bolas de nieve que llevaban excrementos dentro.
El cine parecía ser su sueño. Su literatura, de inspiración cervantina, como sucede en “Rocinante en La Mancha” y en la novela extensa “Un mundo para todos”, está llena de imágenes, de diálogos...
Hacía crítica de cine, iba al cine todas las semanas, escribía guiones. El cine fue su obsesión. Tras ser suspendido en Dirección a mediados de los años 50, intentó ingresar de nuevo en 1967, tengo la carta de Carlos Fernández Cuenca donde le prohíbe en aplicación del artículo 28 “la entrada en el recinto”, cuando ya había nacido nuestro primer hijo. Luego lo dejaron entrar. Y en 1972 se matriculó por tercera vez, ya en guión. Realizó algunas piezas, como la que se ha exhibido en Castellote. La víspera cambió el guión entero y realizó un corto muy buñuelesco con nuestros hijos Miguel y Maite. Les llenó la cama de cangrejos...
Esa pieza demuestra que estaba más cerca de Luis Buñuel de lo que podía pensarse. ¿Cómo definiría usted su carácter?
Era una persona especial, caprichosa. Hacía cosas que solo a él se le podían antojar. No era una persona vulgar. Y tenía sus rarezas. Le apasionaba la fotografía.
¿Llegó a exponer?
No, pero era incansable. Más que incansable, resultaba cansino. No paraba de tomar fotos. Ha dejado cientos, miles. No revelaba él, pero le preparaban los carretes. Al principio tenía una cámara Kodak, y luego una Canon. Estaba todo el día haciendo fotos. Era una obsesión. Se gastaba en periódicos y revistas lo que no está escrito. En el viaje diario al quiosco se dejaba medio sueldo. La vida no siempre fue fácil para nosotros. Pudimos casarnos en 1972, y para entonces ya teníamos cuatro hijos. ¿
Por qué no fueron bien las cosas?
Lo echaron de Doncel. No recuerdo con exactitud el motivo. Reconocieron que había sido un despido improcedente. En política cambió mucho. En los tiempos de la Escuela de Cine, traía a casa a los jóvenes alumnos, futuros directores y productores, como Pedro Costa. También trabajó en la ya desaparecida Radio Juventud, fue asesor de programas infantiles y juveniles de TVE, e intervino como actor en películas series como la malograda de “Rinconete y Cortadillo”. Era un actor muy característico con sus melenas, sus pobladas cejas... Publicó en “El País”, era amigo de Juan Luis Cebrián y Rafael Conte...
A su marido, sus compañeros lo presentaban todos como “un rebelde, como un hidalgo solitario por los pasillos de la vida”.
Creo que lo fue. Evolucionó mucho. Fue la primera persona que sacó en las fiestas de Castellote una bandera republicana, con el siguiente escándalo. En los últimos años, aquí halló la felicidad. Empezó a grabar a todo el mundo con un magnetófono: quería saber los recuerdos de la II República y de la Guerra Civil. Se enrollaba con todo el mundo. Y no solo eso: tomaba fotos. Sin parar. Sin pedir permiso en ocasiones. A veces, si se lo reprochaban, decía: “No se preocupen. No llevo carrete”. Y era verdad.
¿Cómo murió?
Fue un poco espantoso. Padeció un cáncer de colon. Pero antes sufrió un atropello, mientras estábamos de vacaciones en Benicasim. Cruzó para comprarles patatas fritas a sus hijos y lo arrolló una moto. Y al final, cuando vieron que no le podían operar el cáncer, le falló el corazón... Yo creo que destacaba por su humanidad: llegaba a todo el mundo. En aquellos tiempos convulsos de finales de los 60, yo estaba embarazada de nuestro hijo Miguel, pues llegó a celebrarse una de aquellas reuniones de amigos y de política y de cine en mi habitación en la Clínica de la Concepción. Esta anécdota define perfectamente a mi marido.
2 comentarios
Diego Cara Barrionuevo -
EL NOMBRE QUE TENÍA LA TASCA-PUB DONDE SE REUNÍAN LOS JÓVENES FALANGISTAS, EN LOS AÑOS 30, POR LA ZONA DE PUERTA DEL SOL.
Paco López -
Me gustarÃía mucho escribirle a Doñaa Maite González para sugerirle que, igual que ya ha hecho con "El aquelarrito", difunda libremente la obra de su marido "El niño la golondrina y el gato". Me parece que es una lástima que esta obra no pueda ser leída por los niños y niñas de hoy. Si ella no tiene inconveniente, le agradecería que me indicara su correo electrónico o postal.
Saludos.
Paco López.