Blogia
Antón Castro

REEDICIÓN DE MUSEO DE LA SOLEDAD DE CARLOS CASTÁN

REEDICIÓN DE MUSEO DE LA SOLEDAD DE CARLOS CASTÁN

[Recibo esta nota del escritor y editor y activista literario (inicia un ambicioso taller literario con la librería París y su socio Amadeo Cobas) Óscar Sipán:

Hola, Antón Acabamos de actualizar la web de Tropo, donde aparecen las nuevas portadas. Si puedes echarnos una mano con Museo de la Soledad, de Castán, te lo agradecería. Allí es donde comienza la verdadera aventura editorial, donde nos jugamos los cuartos -sin patrocinadores, a pecho descubierto- de nuestro bolsillo. Abrazos.

Busco la nota que publiqué del Museo de la soledad, apareció en ABC Cultural, y la pego aquí, con la nueva portada de Óscar Sanmartín Vargas. Creo recordar que presenté el libro en Ámbito Cultural de El Corte Inglés.]

EL TORMENTO DE EXISTIR
Carlos Castán (Barcelona, 1960) fue todo un descubrimiento con su primer libro: Frío de vivir, aparecido en una modesta editorial como Zócalo en 1997 y reeditado de inmediato por Emecé. El éxito se prolongó a Alemania y a Estados Unidos, donde ya ha sido traducido. En su debut, Castán ofrecía un mundo inquietante y sombrío, dominado por la tiniebla y el desamor, por un dolor exacerbado y por un estilo poético lleno de matices. Una característica esencial animaba las narraciones: la ficción irrumpía en la realidad desde una interioridad convulsa, desde la búsqueda del ser. Museo de la soledad, su nuevo libro, se instala en una fronteriza región de la soledad, donde la vida y el sueño se confunden en forma de pesadilla. El tono vuelve a rondar la desesperación y se mantiene, y se mejora, la capacidad de sugerencia de las atmósferas y de la prosa, la densidad del silencio, la eficacia de una estética que guarda semejanzas con Julio Cortázar.

Este libro está invadido de personajes que intentan reconstruir una y otra vez su existencia: son seres infelices y aburridos que andan aquí y allá, entre sueños y desengaños, barajando el álbum del tiempo, el álbum de su disgregada memoria: aquellos días de Universidad en Madrid con toda su agitación y las pasiones imposibles, aquellos viajes a Huesca, las músicas y las películas de los 70, tantas mujeres que amamos o a las que nos les dimos importancia y que a lo mejor regresan ahora para vengarse en un viaje en tren como ocurre en la primera de las doce piezas del conjunto. Dice uno de los personajes, y resume una característica común de casi todos: "La mía es una vida sin retratos en la repisa de la chimenea". El autor, sin salirse de esos ámbitos de angustia que le son tan propicios, ensancha aquí la paleta de sus registros y se arriesga mucho más como sucede en 'Casi marino': una fantasmagoría en la que, a través del cristal, una enferma ve pasar a "su adorable capitán del dolor" que pasea bajo la lluvia en un alucinado viaje de recuerdo, plenitud y pérdida.

En el volumen también hay dos historias de dos hermanos: una conmovedora, inesperada como un bofetón de crueldad, que juega con la fuerza y el enigma de las cartas de amor sobre un fondo de trenes; la otra, "Silencio tan de Silvia", posee uno de los pocos desenlaces luminosos e irónicos del libro. Una de las más hermosas y sugestivas invenciones transcurre en Huesca, donde ahora vive el autor, y tiene por protagonista a otro Antonio Machado, que invoca el poeta sevillano en De un cancionero apócrifo, que habría fallecido en la ciudad del Alto Aragón y que vuelve ahora a una ciudad espectral y casi legendaria. El narrador, que se siente "hermano no de sangre, sino de aire" del difunto, percibe la existencia de la sociedad secreta de los heterónimos y labra un relato magnífico que rinde homenaje por igual a Fernando Pessoa que a Enrique Vila--Matas. Hay otras fábulas extraordinarias, ninguna tan lograda como "El aroma de lo oscuro", la historia de un hombre, Pablo el Francés, que posee un Museo de la soledad y lo llena de piezas que parecen anunciar las distintas estancias del infierno. El carácter simbólico de esta narración es evidente y su ejecución nada temeraria nos deja perplejos. Y desgarradoras lo son tanto "Las rosas de la noche" como "La chica de los buenos tiempos", dos cuentos donde el narrador parece concluir que la relación amorosa conduce a la locura. A una de las mujeres --y éste, insistimos, es un volumen de mujeres obsesivas-- le espera un desenlace abominable y la otra, la prostituta Valeria, naufragará a la sombra de dos amores.

La variedad formal de los textos es plausible: los hay en primera y tercera persona, dietarios, epístolas, álbumes fragmentados del ayer, y sobre todo hay una proliferación de metáforas y de aforismos acerca del tormento de existir. El convencimiento del creador no decae en ningún instante, ni tampoco la seguridad en sus materiales, el virtuosismo lírico de la prosa, la hondura indiscutible de sus criaturas: aquí está de nuevo Carlos Castán, con un universo avasallador y a menudo insoportable por que nos deja temblando, al límite del precipicio, doloridos. Soledad, memoria y tragedia se anudan en un libro de filósofo más bien pesimista que escarba en el abismo y en la amargura con una docena de fogonazos que ponen patas arriba el almario del ser humano y nuestra propia conciencia.

0 comentarios