FERRER LERÍN: UNA VISIÓN DE FERNANDO VALLS
[Fernando Valls, profesor, crítico y director editorial de Menoscuarto, en su colección Reloj de arena, es un gran conocedor del raro y precursor de los novísimos Francisco Ferrer Lerín, a quien entrevistamos hace no demasiado tiempo en Borradores. Fernando, que agota sus últimos días en Berlín sin perder la afición a la belleza y a las hermosas mujeres (sospecho que ahora anda buscando los catálogos y la aventura fascinante de la fotógrafa Yva), le dedica este texto. Sin decirle nada, aquí lo pongo para animar el sábado. Su blog es estupendo y variado.]
LA METAMORFOSIS DE FRANCISCO FERRER LERÍN
Por Fernando Valls
Mucho antes de haberlo leído, de poder tratarlo y charlar con él, conocí la leyenda del joven Ferrer Lerín, noi de casa bona. Así que, su fama singular solía preceder a la persona, e incluso a la lectura de la obra literaria, no demasiado asequible hasta hace unos pocos años. Los rumores lo habían convertido en un poeta raro, de culto, que vivía alejado del mundo literario y extrañamente había sido excluído de la célebre antología de los novísimos. Lo mismo que le ocurrió, por otra parte, a Antonio Colinas, Juan Luis Panero y Antonio Carvajal. ¡Qué vista tuvieron Castellet y sus consejeros! Dejaron fuera a los que eran poetas, pero incluyeron a varios que ni lo eran, ni llegarían a serlo nunca. En fin. Su fama de tahúr, le gusta presumir de jugar bien al póquer descubierto, le atribuía el desplume de alguno de sus mejores amigos de entonces, como Félix de Azúa y Leopoldo María Panero; no así, claro está, de Pedro Gimferrer, ¡sólo faltaría! Años después, Azúa y Enrique Vila-Matas lo convirtieron en personaje literario, en novelas, o lo que sean, como Diario de un hombre humillado, donde aparece como "el Buitre", y Bartleby y compañía, libro en el que su producción literaria actual ya no le permitiría estar.
A las gentes de mi edad, sus poemas nos llegaron en un libro de la entonces insólita Ocnos (La hora oval, 1971). Fueron también los años, me refiero a los primeros setenta, en que tradujo a Gustave Flaubert, Paul Claudel, Tristan Tzara y Eugenio Montale. Y cuando quince años después apareció Cónsul (Península, 1987), tuvimos que dejar de poner en duda su existencia. Luego ya, en esta última década, ha echado la casa por la ventana publicando su poesía completa "autorizada" (lo que debe querer decir, `todo lo que sigue interesando de mi poesía´; añadiéndole, además, casi una treintena de poemas inéditos), con el título de Ciudad propia (Artemisa, 2006), la novela Níquel (Mira, 2005), que tiene su origen en un guión de cine que le encargó el pintor Frederic Amat, y que nunca se rodó, y un Bestiario (Círculo de Lectores, 2007), cuyo remoto origen es una heterodoxa tesis doctoral, que hubiera hecho las delicias de Juan Perucho. Con todo ello, prepara además otra novela titulada La bestia de Gévaudan, el escritor empieza a igualarse con el personaje, quizá porque ha logrado mitigar con la escritura esos ruidos que a veces decía que le rondaban por la cabeza.
Hace un par de veranos, la fortuna me llevó a Jaca y allí conocí a Ferrer Lerín. Yo participaba en uno de esos gratos cursos de verano, al que me convocaron Mari Ángeles Naval y Carmen Peña, en la agradable compañía de José Luis Calvo Carilla, Luis García Jambrina, Manuel Vilas, Javier González y Laura Freixas. En algún momento, apareció por allí, no por las conferencias, claro está, Ferrer Lerín. Y la verdad es que este hombre, quien ha reconocido haber vivido nada menos que para ser sorprendido, no me pareció nada raro; aunque quizá sea debido a que no lo traté en sus afanes de salvar a las carroñeras, al buitre leonado, en peligro de extinción, sino con una copa de vino en la mano, tomándonos, de pie, unas croquetas y unos pinchos de tortilla de patatas.
*Una criatura de Anna Koudella. No estoy seguro de que Ferrer Lerín estudie esta especie tan hermosa y etérea en su bello y plural Bestiario (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores).
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