CON MARIBEL VERDÚ, POR EL GOYA
Maribel Verdú es una maravillosa actriz. Película a película, prueba su madurez, su variedad de registros, su talento, y esa belleza cada vez más angulosa, cada vez más intensa, amasada de experiencia y de vitalidad. Esta es otra de sus noches, y ojalá que, por fin, el cine español le reconozca sus más de veinte años haciendo estupendas películas. En el verano de 1987, cuando empezaba yo en el periodismo, Plácido Díez y Lola Esther me mandaron a hacer un reportaje a Calatayud de “El aire de un crimen” de Antonio Isasi. Y allí estaba ella, jovencísima, silenciosa, como un ángel de luminosa beldad en el set, en el restaurante, mientras Germán Cobos la miraba con ternura, con una humanidad de labrador antiguo, surcado de arrugas y de sabiduría.
Maribel Verdú, después de esa película, no ha hecho más que crecer y crecer. Y en “Siete mesas de billar francés” de Gracia Querejeta, sin desdeñar a nadie, sin desdeñar el espléndido trabajo de Blanca Portillo, el de Emma Suárez y Belén Rueda, de nuevo, Maribel está muy bien. Además, si ganase, ¡qué alegría se iba a llevar la madre de Luis Alegre, la gran Felicitas Saz de Lechago!
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