JOYAS DE PIEDRA JUNTO AL CURSO DEL GÁLLEGO
José Antonio Duce es uno de esos aragoneses poliédricos que lleva el entusiasmo por montura. El entusiasmo, la pasión por el territorio y sus paletas de luz, y una cámara de fotos pegada al ojo. Una cámara de fotos, o dos o tres, pero antes también realizó mucho cine: fue operador de cámara en diversos lugares del mundo y director de “Culpable para un delito”, aquella película con Hans Meyer y Perla Cristal, entre otros, que convertía a Zaragoza en una neblinosa ciudad con puerto de mar, metro y algún que otro crimen. José Antonio Duce es un enamorado de Huesca desde hace muchos años. Le contaban maravillas de sus gentes, de sus paisajes y de su patrimonio muchos amigos, y entre ellos un fotógrafo como Joaquín Gil Marraco, embrujado por lugares como las iglesias de San Pedro de Lárrede, San Bartolomé de Gavín o San Juan de Busa, a las que captó en un blanco y negro evocador en 1922.
Casi medio siglo después, en 1968, José Antonio Duce tomó su cámara, sus ojos asombrados de ver, y atrapó esas iglesias mozárabes de Serrablo, que han hecho correr ríos de tinta y de polémicas en torno a su origen. ¿Son mozárabes, seguro, o solo románicas...? Por cierto, Duce contó con dos embajadores del arte en aquella expedición inicial: el historiador y sacerdote Antonio Durán Gudiol, que fue uno de los primeros en intentar que se recuperasen aquellas joyas de antaño, de los siglos X y XI, y el delineante y dibujante Julio Gavín. Dos señores que si no hubieran existido habría que haberlos inventado. De la mano de ambos, y de otras ilusiones, nació la Asociación Amigos de Serrablo, que tanto se afana en divulgar, proteger y restaurar estas alhajas de la arquitectura que, tal vez, “procedan de arquitectos mozárabes dependientes del valí de Huesca, tal como apunta Durán Gudiol, o de anteriores pobladores de cultura visigoda o carolingia”, según anota el propio Duce en el espectacular libro titulado “Las iglesias de Serrablo” (publicado con varias instituciones), en el que él mismo ha tomado muchas, muchas fotos, y a la par ha coordinado a un puñado de profesionales como José Luis Cintora, Javier Ara, José Luis Capablo, María del Socorro Liesa, Víctor Mamblona y José Garcés, que es el responsable de los textos.
El homenaje a Durán Gudiol y a Gavín es explícito: Amigos de Serrablo considera que las conjeturas de Durán son las correctas. Garcés, después de recordar el viaje de Rafael Sánchez Ventura y Joaquín Gil Marraco en 1922, dice: “Para don Antonio la iglesia mozárabe serrablesa viene a ser una síntesis de las corrientes culturales del viejo Aragón altomedieval, puesta al servicio de la antigua liturgia hispánica. Hereda del mozarabismo la concepción de la nave; adopta de la arquitectura carolingia la traza y decoración del ábside semicircular; y asume del arte musulmán la ventana ajimezada, el alfiz, la torre campanario y, posiblemente, el friso de baquetones”. Y de Gavín se incorporan sus espléndidos dibujos que captaban algo que era “la manifestación pura y simple de sus sentimientos” (señaló Fernando Alvira); a Julio Gavín, por cierto, se le debe una iniciativa tan hermosa como la creación del Museo de Larrés y un detalle de su infinita elegancia: jamás quiso que hubiera allí dibujos suyos.
El libro consta de tres partes: los viajes de José Antonio Duce a las iglesias de Serrablo, que son auténticos poemas de piedra y belleza, refugios de fe contra la tormenta, edificios de insólita beldad en medio de una naturaleza indómita y exuberante. A veces, como un alargado especto de algodón, se despereza la niebla en una atmósfera rezagada de silencio. Los fotógrafos se fijan en todo: el panorama general, los detalles, la textura de la piedra, los baquetones, la energía y el misterio de los interiores, la onírica caligrafía del celaje. La segunda parte del libro ofrece una selección de los dibujos de Gavín, que soñó con este libro en vida, y en la tercera se captan las vistas de las iglesias románicas posteriores. He aquí una propuesta extraordinaria: un libro repleto de historia, de singularidad y hermosura, y de vida en el tiempo, en el arte y en la naturaleza, junto al curso del río Gállego.
*Este es el artículo que aparecía hoy en las páginas de opinión de Heraldo de Huesca. La foto es de José Antonio Duce, tomada en San Pedro de Lárrede.
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