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Antón Castro

CECILIA BARTOLI: FELICIDAD Y LLANTO DE UNA VOZ

CECILIA BARTOLI: FELICIDAD Y LLANTO DE UNA VOZ

Cecilia Bartoli (Roma, 1966) es una de las mejores mezzosopranos del mundo. Poseía desde niña tal facilidad vocal, tal virtuosismo, tal sensibilidad y tanta plasticidad teatral que pronto despertó la admiración y el interés de directores tan importantes como Herbert von Barajan, Daniel Barenboim o Nicolas Harnoncourt. Nacida en Roma, ha desarrollado una vertiginosa carrera: ha actuado en medio mundo en distintos proyectos con las mejores orquestas y con los mejores acompañantes. Ahora, por su carisma, por su arrolladora simpatía y por su calidad, es una de las grandes divulgadoras de la música clásica. Llega adonde quiere: su voz es como un ciclón y como un remanso, trueno y centelleo, vado de silencio inundado y brisa adormecida en el pozo de la noche. Ha actuado y actúa en los grandes teatros del mundo, y despliega una y otra vez estupendos proyectos creativos, el último se centra en un homenaje a la cantante española María Malibrán (París, 1808-Manchester, 1836), hija de Manuel del Pópolo Vicente García (Sevilla, 1775-París, 1832), un compositor que figura en el proyecto de Ana Carpintero y Gloria María Martínez, “Música en la época de Francisco de Goya”.

El álbum contiene 17 temas que había interpretado esta cantante española –definida por el abogado y crítico musical Antonio Lasierra como “la cantante española más aclamada de todos los tiempos”-. Cecilia Bartoli, en su concierto de anoche en Zaragoza, rindió un homenaje explícito a la cantante española: “María Malibran: la revolución romántica”. El concierto fue realmente espectacular: Cecilia Bartoli posee una voz prodigiosa, tan rica y matizada en los altos registros como en los bajos y suaves, posee un piano delicadísimo, y una energía casi inverosímil. Su tesitura es como una paleta infinitas de ecos y tonos que viajan por la médula de todas las emociones. En algunas piezas rozó el delirio, como cuando interpretó “La Cenerentola” de Rossini, “Te Maid of Artois” de William Waffle o “La Sonnambula”, por citar momentos maravillosos, sin olvidarnos de sus  brindis finales con dos temas específicos de Maria Malibran.

Cecilia Bartoli es exuberante de voz y de cuerpo. Tiene algo de walkiria latina, de italiana indomable y sensual, con el pelo undoso al viento, con el corazón desmelenado. Su voz posee la melodía, la hondura y el color de varios instrumentos. Su sola voz es casi una orquesta soñada: sugiere, acaricia, habla, se cuaja de sensaciones y olores, estalla en furor si es preciso, envuelve la vida como un latido gigantesco de la tierra. Alcanza cualquier matiz: el refinamiento, la melancolía, el desgarro, acaricia la tragedia, y, sobre todo, destaca en ella la capacidad de contagiar alegría, felicidad, plenitud, desenfado vital. Es una espléndida actriz: enarca las cejas una y otra vez, dialoga con sus músicos, es intensa, es pícara, es ingenua, igual canta el desespero de una mujer a punto de suicidarse que un paseo por el campo entre bulliciosos pájaros que cantan. Posee frescura y gracia, temperamento de diosa o de ninfa que maneja los vientos y el temblor de la fronda.

Y ayer, anoche, contaba con una espléndida orquesta, la Kammerorchester Basel, dirigida y coordinada por Julia Schröder al violín, una instrumentista excepcional y entregada, de una radiante empatía. Una de las sensaciones más hermosas del concierto de anoche –más allá del permanente arrebato de inspiración de Cecilia, que se fundamenta también en el rigor, en el estudio, en la profesionalidad, en el talento; alguien gritó, tras un sostenido inolvidable: “Qué monstruo”- es que entre la orquesta y la cantante se daba un clima especial de compenetración, de complicidad, de dicha.
 

Poco antes de irse (y repartió tres bises), Cecilia Bartoli dio las gracias y murmuró llevándose la mano al corazón: “Qué acústica”. Para ella también, la caja del tesoro del Auditorio es un espacio ideal para estremecer a un público que disfrutó y gritó “bravo” en varias ocasiones. En el fondo, también aplaudía a aquella joven que murió a los 28 años, tras haberse caído de un caballo y haber seguido cantando como si nada: María Malibran.

10 comentarios

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He adquirido casi la mitad de su discografia y mi gran deseo es poder oirla en directo. Es fascinante, maravilla, encanta y sorprende. Agradezco al cielo por su divino talento.

Mariamar -

Lo has descrito a la perfección, tuve la maravillosa (y buscada) oportunidad de verla y escucharla en Valencia , el pasado día 14, y al leerte vuelvo a sentir el escalofrío, la emoción, el asombro, el cielo en la tierra esa noche, ¡¡¡Brava Cecilia!!!.

Thalatta -

Tan cerca como ha estado y me la he perdido. Adoro a esta mujer que expresa con voz, cuerpo y rostro.
Gracias por emocionarme.

Javier B. -

Nos estremeció Cecilia Bartoli,la orquesta y las composiciones. Y tú nos has descrito magníficamente esa noche de sensaciones. Un abrazo

María Dubón -

Por esas casualidades de la vida, estaba escuchando “Ópera proibita” cuando, al entrar en tu blog, me encuentro de nuevo con Cecilia Bartoli. Su voz tiene temperamento, estremece, emociona, está llena de matices. No sé exactamente qué cautiva, si es su energía, su sensibilidad o las emociones que suscita, pero la voz de Cecilia me ha enamorado a mí también.

Un abrazo.