OTROS DOS CUENTOS CORTOS DE GEMMA PELLICER
EL DESMEMORIADO / 1
Para José María Merino
Aquel hombre andaba por la calle con las manos en los bolsillos; el gesto contrariado y algo pesaroso, la tarde entera por delante sin tener nada que hacer. Pensó que, tal vez, si iba al bar de la plaza, se toparía con su buen amigo de la infancia, que acaso podrían charlar un rato juntos. Pero de pronto cayó en la cuenta de que no recordaba el nombre de aquel amigo tan leal. A decir verdad, tampoco lograba acordarse de cómo se llamaba el bar. A punto estaba de sufrir un ataque de angustia cuando se percató de que ni siquiera recordaba su propio nombre. Lo libró del síncope el hecho de olvidar enseguida el comportamiento natural de quienes padecen un acceso agudo de angustia. Antes bien, era la viva estampa de la felicidad. Tranquilo al fin por sentir un peso tan ligero sobre los hombros, en realidad no sabría decir qué clase de carga sobrellevaba, se dirigió, el paso decidido, hacia el lugar donde creía que estaba su casa.
EL DESMEMORIADO / 2
Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.
Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
*La fotografía es de Inge Morath. Fue tomada en Toledo en los años 50.
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javier delgado echeverria -