BIOGRAFÍA DE ALFONSO, POR JUAN GAVASA RAPÚN*
[El escritor, periodista, viajero y editor Juan Gavasa Rapún publica en su blog una biografía de Alfonso Sánchez, el extraordinario fotógrafo, que en realidad era una factoría. Algo así me dijo el otro día Publio López Mondéjar; frase que ya había dicho en otro lugar y que recoge Juan, galardonado con el primer premio de periodismo de Benasque junto a Eduardo Viñuales el pasado sábado. Mi pasión por la fotografía nació, en buena parte, con Alfonso y en particular con un catálogo de fotos que le había publicado el Ministerio de Cultura, que aún conservo. De ahí empecé a tomar muchas fotos para el suplemento Imán (El día de Aragón) y luego para Rayuela y La Cultura (El Periódico de Aragón). Juan Gavasa, el embajador de la cultura en Jaca y ese entorno, llevaba tiempo preparando este libro Los años convulsos. El fotógrafo Alfonso y la sublevación de Jaca. 1923-1936.]
Alfonso Sánchez García nació accidentalmente en Ciudad Real en 1880 pero vivió prácticamente toda su vida en Madrid. Su padre, un antiguo republicano dedicado al inestable negocio teatral, falleció en 1891 y Alfonso tuvo que dejar la Escuela de Artes y oficios para contribuir al sustento familiar. Son duros años de vagar de tajo en tajo en un Madrid que sigue siendo un poblachón áspero de profundas desigualdades.
Con 15 años accede como aprendiz al estudio de Amador, uno de los retratistas más conocidos de la capital. En ese estudio se brega haciendo fotos de bodas, banquetes y acontecimientos sociales dentro de los equipos ambulantes, que recorrían la ciudad buscando negocio. En esos años consigue su primera “exclusiva”; fotografía el cuerpo incorrupto de San Isidro en una de las raras exposiciones públicas que se hacía en su ermita.
En 1897 lo contrata Manuel Compañy, uno de los mejores fotógrafos de Madrid. Su aprendizaje del oficio es constante y muy pronto muestra dotes innatas para la cámara. Se especializa en estrenos teatrales y comienza a trabar relación con destacados personajes del periodismo y la política de la época como Joaquín Costa, Mariano de Cavia o Joaquín Dicenta.
En 1904 lo ficha El Gráfico, el primer diario ilustrado que aparece en España. Será su director, Julio Burell, el que decida firmarle las fotos simplemente con su nombre de pila, “Alfonso”. Acababa de crear una marca que será un referente del periodismo gráfico español. Trabaja después para El Imparcial de Eduardo Gasset, un personaje que tendrá gran influencia en su carrera, y sigue fomentando una de sus especialidades; el retrato.
En 1907 comienza a trabajar con el Heraldo de Madrid y con el resto de cabeceras de la Sociedad Editora Española: El Imparcial y El Liberal. En 1909 viaja con el director de El Heraldo, José Rocamora, a cubrir la guerra de Marruecos. Una experiencia traumática que, sin duda, le marcará. Permaneció tres meses en los que apenas pudo ejercer su oficio. Contaba su hijo tiempo después que “la matanza de soldados españoles fue tan copiosa que mi padre tuvo que soltar la cámara para dedicarse a transportar en camilla a los heridos. Caían por todas partes”. Alfonso fue condecorado con la Medalla de Campaña de distintivo rojo.
El fotógrafo madrileño se convierte en el más importante de la capital. Sus fotos ilustran los principales periódicos y revistas de la época y su prestigio crece con cada nuevo trabajo. En 1910 abre su flamante estudio en la calle Fuencarral, que se convierte en obligado punto de encuentro para toda la fauna de bohemios, intelectuales, políticos, periodistas y artistas del Madrid más farandulero. Todos los que son o aspiran a serlo pasan a formar parte del catálogo de celebridades que Alfonso fotografía: Valle Inclán, Emilia Pardo Bazán, los hermanos Machado, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez, Alejandro Lerroux, La Chelito, Raquel Meller, Margarita Xirgú…
En estos años la cámara de Alfonso está presente en todo lo que se mueve. La muerte de Joselito, la primera reunión del Gobierno provisional de la república portuguesa, la foto de Pedro Mateu, uno de los tres anarquistas que atentó contra Eduardo Dato; la foto del capitán Sánchez vestido de militar (autor de uno de los crímenes más famosos de la época); o la huelga general revolucionaria de 1917.
Tres años después se hace cargo de la sección gráfica del recién nacido diario La Voz, que ya entonces tiraba 150.000 ejemplares diarios. Trabaja con Manuel Machado y Luis de Oteyza en el democrático y progresista La Libertad, y sigue dedicado al retrato, una actividad que le distingue del resto de sus compañeros de profesión.
En 1922 entra en escena su hijo Alfonso, que inevitablemente pasa a ser conocido en el gremio con el diminutivo de Alfonsito. Su padre le manda en compañía de Oteyza a Marruecos para recoger el desastre de las tropas españolas en Annual. Consiguen una exclusiva mundial: la entrevista con el líder de los insurrectos rifeños Abd-el-Krim. El hijo se revela como un fotógrafo de gran talento y perspicacia, digno sucesor de su progenitor. Poco a poco se van incorporando al negocio sus otros dos hijos, Pepe y Luis, y la firma Alfonso se convierte en una agencia de distribución de fotografías para España y el extranjero. Nace la Agencia Gráfica Alfonso, en la que llegarán a trabajar 23 personas. El fantástico logotipo diseñado por Manuel Torán se afianza como un excelente emblema gráfico que representa a una de las sagas fotográficas más importantes del país.
Alfonsito, que había crecido entre cubetas, reveladores y magnesio, será el único que tendrá una sólida carrera como reportero. En esos años se editaban en el país 11 revistas ilustradas de gran calidad, algunas de ellas de resonantes evocaciones como Blanco y Negro, Nuevo Mundo, Mundo Gráfico o La Esfera. En ese Madrid lúgubre en el que pululan toda clase de buscavidas, traperos, cacharreros y bohemios, la actividad editorial resulta pletórica. Y los Alfonso ponen la imagen a esa ingente producción.
Según señala el historiador Publio López Mondéjar, “la figura gigante de Alfonso dejó siempre en la sombra a sus hijos y colaboradores, que nunca pasaron de ocupar un lugar subalterno y segundón en la jerarquía profesional de la casa”. En los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera y durante la Segunda República se puede asegurar que los hijos fueron los autores de buena parte de las fotografías del archivo Alfonso, aunque López Mondéjar matiza que “lo único que resulta hoy incuestionable es la responsabilidad del fundador de la firma en la planificación y tramitación de los reportajes”. Así se entiende la nebulosa que ha rodeado la autoría de las placas que integran el archivo Alfonso, más aún en un tiempo en el que el concepto de los derechos de autor no existía y los fotógrafos solían pasarse las copias sin ningún problema.
Alfonso reparte juego entre sus hijos y fortalece la imagen de marca de la Agencia. Llegan a casi todos los puntos noticiables del país y siguen extendiendo una eficaz red de contactos personales y relaciones públicas, una de las virtudes que más contribuyó a construir el inmenso catálogo de fotos y de retratos. Alfonsito, por ejemplo, se especializa en la parte más sórdida y deprimente del país, dotando a su trabajo de un apreciable contenido social. Luis y Pepe se mueven mejor por el mundo del deporte y del teatro. El padre dirige a todos. En 1930 era el único periodista gráfico de Madrid que figuraba como redactor con contrato.
Durante la nefasta dictadura de Primo de Rivera Alfonso se relaciona con Azaña, Besteiro, Ortega y Gasset, Alcalá Zamora o Gregorio Marañón, las figuras que a partir de 1931 asumirán las riendas del país. Esas amistades explican en cierto sentido que durante la Segunda República Alfonso alcance su madurez profesional y realice sus mejores reportajes. El ministro republicano Diego Martínez Barrio dijo de Alfonso que “es un singular artista que está haciendo estéticamente la historia de una época. Sus fotografías son inexcusables para acercarse a la historia de España de este siglo”.
Pero llegó la Guerra Civil y como tantos otros artistas y creadores, los Alfonso sufrieron la represión de los vencedores. Durante la contienda se identificaron con la causa republicana al igual que algunos compañeros de profesión como Centelles o Díaz Casariego. Pero nunca mostraron especial interés por la fotografía propagandística del frente. Sus mejores fotos de esos tres años están tomadas en la retaguardia, con la miseria de la vida cotidiana. Aun con todo ofrecieron al mundo a través de revistas como Life, Regard o L’Illustration los muertos en el asalto al Cuartel de la Montaña, la batalla de Teruel o a un decrépito Julián Besteiro anunciando el fin de la resistencia de Madrid.
Acabada la guerra los Alfonso fueron depurados y se les prohibió ejercer el periodismo gráfico. Semidestruido el estudio de la calle Fuencarral, se trasladaron a otro más modesto en la calle Santa Engracia antes de instalarse definitivamente en la Gran Vía. Alfonso comenzó a hacer retratos de los personajes del nuevo régimen que le permitieron con los años rehabilitarse. Pero nada de la alegría y del optimismo del pasado volverían a sus fotografías. El Alfonso reportero acabó para siempre. Tampoco los franquistas olvidaron su pasado republicano. En El Alcázar se publicaba una carta conminatoria: “que trabaje, pero en silencio, sin ruido, porque no se puede provocar a los que tenemos memoria”.
Pese a todo, en 1949 Alfonso hace un retrato de Franco para el ABC y El Alcazar. Será su último trabajo de relevancia. Tres años después son rehabilitados como reporteros gráficos pero ya no ejercerán. En 1953 muere Alfonso y con él los estertores de un prestigio marchito. Sus hijos mantendrán a duras penas el nombre de la casa, pero ahora con el trabajo de las bodas, bautizos y comuniones. Eran tiempos de subsistencia. Alfonsito, entregado en los últimos años de su vida a conservar el inmenso legado familiar, muere en 1990.
*Estampa costumbrista y madrileña del mielero.
0 comentarios