BENASQUE, COMPROMISO CON LA CREACIÓN
En los últimos meses, he ido en varias ocasiones a Benasque. Nunca había estado en los premios literarios ni era consciente del todo de que están a punto de cumplir un cuarto de siglo, merced a la confianza de sus patrocinadores y a la constancia del profesor Ángel López, ni quizá hubiera calibrado nunca su voluntad participativa y globalizadora, su pluralidad, la pasión que exhiben por las lenguas, por las disciplinas literarias y por las raíces de un territorio. Al margen de los premiados (y hubo varios que poseen una conocida trayectoria: María Frisa, Francisco López Serrano, Juan Gavasa, Eduardo Viñuales, y más, muchos más), me sorprendieron el clima de convivencia, las sobremesas, las tertulias improvisadas.
Así, de charleta en charleta, empezaba uno a percatarse de que estos premios eran algo más que una convocatoria anual, de ésas que aparecen obsesivamente en prensa: era un proyecto cultural, supongo que perfeccionable, que tiene su incidencia, que ha creado un caldo de cultivo y de inquietudes, algo que recordaron tanto Ángel López como José María Mur, afincado en Barcelona e impulsor de un proyecto que fue distinguido en Benasque hace pocos años. Mur y dos compañeros más han emprendido una investigación sobre un puñado de emigrantes de Benasque, y otros lugares como Chía, Seira, Castejón o Santa Liestra, a Guinea. Empezaron a desplazarse a finales del siglo XIX y continuaron haciéndolo hasta mediados del pasado siglo. En el valle hay ecos de aquellos indianos; en Guinea hay recuerdos y huellas de estos emprendedores del Pirineo. El trabajo de investigación ha cristalizado en un libro y en un documental de 70 minutos que está a punto de presentarse.
Cada modalidad literaria tiene un jurado específico. Entre otros, dirimieron los veredictos narradores como Ramón Acín, Félix Teira, Teresa Garbí, poetas como Vicente Gallego, profesores como Jesús Enguita o José Francisco Val, periodistas como Ángel Gayúbar… Y con ellos convivieron otros autores como el poeta Carlos Marzal (Premio Nacional de Poesía), el director del Centro del Libro de Aragón y pirineísta José Luis Acín, Lola Aventín, la mujer morena y audaz de Guayente, o Rosendo Tello, el poeta lunar que amaba la sombra de los olivos. Tello, que está a punto de publicar sus memorias poéticas en Prames, ameniza todas las veladas con su sabiduría, su finísimo olfato crítico, su pasión por la música y sus imitaciones: borda la de José Manuel Blecua, con quien convivió en muchos veranos de enseñanza y apacible bohemia en torno a la ciudadela de Jaca. Rosendo recordaba que fue él quien le enseñó a entender el ritmo poético, la belleza mística y carnal y el misterio de la noche de San Juan de la Cruz.
No conocía a Vicente Gallego y me sorprendió su afición al baile, su simpatía y sus gustos literarios. Tuvo un momento maravilloso de gloria cuando descubrieron que el ganador del premio Loewe (venció con “Santa deriva”), trabajaba en un vertedero. “El País” tituló: “Un poeta en el basurero”. Vicente es un valenciano que admira a sus contemporáneos César Simón y Juan Gil Albert, como Carlos Marzal. Marzal, como Gallego, también ganó el premio Loewe con “Fuera de mí” y había dedicado un estupendo poema, “La edad del paraíso”, a César Simón, en su poemario “Los países nocturnos”.
Tampoco conocía al periodista y locutor de radio Ángel Gayúbar, al que le das un alfiler y te hace un traje. Necesita un vocablo, un lugar, un dato, y construye la historia del mundo, la epopeya de los almogávares vinculados a los valles y a los monasterios, el relato de las empresas pantaneras y sus insólitos ingenieros, el viaje al barranco más asombroso del mundo. Gracias a Gayúbar es más fácil entender Benasque, su bella toponimia y su estela en la historia. Y resulta más fascinante regresar a casa entre congostos y bosques, envuelto en la pertinaz melodía del río Ésera.
*Este nocturno de Benasque lo tomo de la página www.mendiak.net, lo firma Conchi 2006, y tiene una pequeña colección de bellas instantáneas del pueblo y del valle.
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