ALFONSO: UN REPORTERO BAJO L A NIEVE EN JACA*
Si tuviera que contestar a la pregunta, “¿y a usted desde cuándo le interesa la fotografía?”, tendría que decir algo así: “Desde que vi el primer catálogo de Alfonso y sus hijos”. Alfonso Sánchez Portero nació en Madrid en 1880, se quedó huérfano a los once años y se incorporó al estudio del retratista Amador. Pronto empezó a hacer de las suyas: se dice que su primera primicia consistió en el retrato del cuerpo incorrupto de San Isidro. Y más tarde, tras haber asomado con su cámara a los teatros y a los círculos de intelectuales (Mariano de Cava entre ellos), partió, en 1909, a la guerra de Marruecos con el director de “El Heraldo”, José Rocamora. Uno de sus hijos reveló que “la matanza de soldados española fue tan copiosa que mi padre tuvo que soportar la cámara para dedicarse a transportar en camilla a los heridos. Caían por todas partes”. Recibiría por ese gesto la Medalla de Campaña de distintivo rojo.
A partir de entonces, Alfonso Sánchez Portero se convirtió en un fotógrafo imprescindible: era el fotógrafo de Madrid, del teatro, de los toros, de los escritores; era el reportero de la vida cotidiana, el cronista visual de una época, y de la política. Allí donde había algo importante, allí estaba él. Se movía como nadie, menudo y con un olfato periodístico increíble. Transformó su estudio de Fuencarral (luego estaría en Gran Vía) en obrador de citas de todo aquel que quería estar en el candelero. En 1922, se sumó al taller su hijo Alfonso. Y más tarde, Pepe y Luis. El estudio se convirtió en una auténtica factoría de imágenes y llegó a tener más de una veintena de empleados. Los Alfonso, descendientes de republicanos, fotografiaron la retaguardia de ese sector, los muertos de la Batalla de Teruel, por ejemplo, y por ello fueron depurados. Alfonso falleció en 1949, y su hijo Alfonsito en 1990.
¿Qué por qué les hablamos aquí tanto de los Alfonso? Por un libro realmente espectacular, uno de esos que constituye en sí mismo el elogio de la fotografía como instrumento esencial para entender la historia. “Los años convulsos. El fotógrafo Afonso y la Sublevación de Jaca (1923-1936)” (publicado por el sello Pirineum de Juan Gavasa y Sergio Sánchez, entre otros), de Juan José Oña Fernández, representa la historia hecha imagen, la tensa realidad contada casi minuto a minuto, el sueño, la rebeldía, la insurrección y la muerte atrapados un instante antes de que llegue la nieve. La insurrección de Fermín Galán y García Hernández se produjo en Jaca el doce de diciembre de 1930. Casares Quiroga no contactó con el militar la noche anterior y no pudo decirle que se había suspendido la rebelión. Francisco Lasheras fue el testigo inicial en la ciudadela.
El día trece llegó Alfonso a Huesca, Cillas y Ayerbe, y tomó fotos de todo: de los sublevados vencidos tras la contienda en Cillas con las fuerzas gubernamentales entre las siete y las nueve de la mañana, del sacerdote Bretós y los santeros, de los prisioneros que se dirigen a Huesca, del desarme, de las tropas en la plaza de Ayerbe. Y al día siguiente, el catorce, el día de la ejecución, Alfonso se dirigirá a Jaca, y retratará la tensa calma, el silencio y la expectación, y captará a los convalecientes en el hospital. El día quince, ejecutados Galán y García, cuando llegaron tropas desde Navarra en medio de una gran nevada, Alfonso vuelve a realizar extraordinarias fotos como la del entierro del capitán Félix Mínguez. De todo ello escribió Pío Baroja, muy presente en el libro, en “El cabo de las tormentas”. El volumen“Los años convulsos” analiza el nacimiento del mito de Fermín Galán, y recoge otras impresionantes instantáneas que harían los Alfonso hasta que estalló la Guerra Civil. Sin duda, he aquí un libro, un documento y un puñado de fotografías que resumen la historia de España en su dramática búsqueda de libertad, democracia y progreso.
*Este texto apareció el viernes en el Heraldo de Huesca.
2 comentarios
De Antón -
Espero que estés muy bien y que la vida te sonría. Un abrazo. Antón
Miguel Ángel -