ALESSANDRO BARICCO, EL BÁRBARO
Reconozco que le tenía un inmenso cariño al escritor italiano Alessandro Baricco (1958). Me gustaban sus novelas, sus textos posmodernos, sus relatos llenos de historias más o menos inquietantes como “Seda”, un relato que tiene algo de largo poema en prosa, “Océano mar”. Me gustaba su pasión por los boxeadores. Veía las películas basadas en sus libros. Siempre me ha parecido un tipo muy listo. El otro día oí, casi embobado, su pregón en Barcelona. Hace algún tiempo, le escribí para invitarle a aquel ciclo de conferencias que organizó Heraldo de Aragón con motivo de su 110 aniversario. Le expliqué todo, le conté quienes venían: Cees Nooteboom, su paisano Ferdinando Scianna, el narrador Javier Sierra, que había dado un auténtico pelotazo en Italia. Baricco, que imparte unos estupendos talleres literarios (igual que hace Félix Romeo alrededor de España y del mundo: ahora está en Bogotá), jamás me contestó, aunque escribió a su editor en España, Jorge Herralde, y le preguntó por el periódico y por el tipo español que le ofrecía casi 2.000 euros por trasladarse a Zaragoza. Hace algunos meses, Félix Romeo, que es traductor de italiano, me habló de su libro “Los bárbaros”: acababa de leer en lengua original en uno de sus viajes a Italia, a Milán tal vez, ese lugar donde nunca he estado y donde tengo un doble de Muxía. Mi hijo Daniel, que hoy redactaba en Madrid una pequeña historia del Dos de mayo para el programa de Pepa Bueno, se quedó fascinado de inmediato con algunos de los textos de Los bárbaros. Y en su blog ha copiado la nota sobre fútbol que pongo aquí y que, por cierto, también cita el autor de Amarillo en su prólogo al libro colectivo Cuentos a patadas. Historias del Real Zaragoza (Fundación Real Zaragoza, 2008).
He sido entrenador de fútbol con trece años en Arteixo; era tan petulante o inconsciente que le explicaba al compañero portero cómo paraba el gran Amadeo Carrizo de River: acababa de aprenderme de memoria una entrevista suya aparecida en As Color. Fui más tarde entrenador en Urrea de Gaén, durante casi cuatro años; llegué a entrenar hasta tres conjuntos. Lo volví a ser en La Iglesuela del Cid, y luego en Garrapinillos, donde es posible que vuelva a entrenar al equipo de juveniles en la campaña que viene. Así que este texto no podía dejarme indiferente.
[Alessandro Baricco escribe en Los bárbaros (Anagrama, 2008):
“Cuando empecé a jugar con la pelota eran los años sesenta y todavía no existían Moggi ni Sky. Era el único que no tenía botas de fútbol (no éramos pobres, pero éramos católicos de izquierdas), por lo que jugaba con las botas de montaña atadas en el tobillo: por eso, y según una lógica imperiosa, los mayores decidieron que tenía que jugar en la defensa. En esa época tenía yo la idea de que la vida era un deber que tenía que cumplirse, no una fiesta que había que inventar, y por eso durante años me ceñí a esa indicación categórica, creciendo con la mentalidad de un defensor y ascendiendo en las categorías futbolísticas llevando en la espalda el número 3. Era, en esa época, un número carente de poesía, si bien aludía a una disciplina enérgica e imperturbable. Se correspondía más o menos con la idea, imperfecta, que me había hecho de mí mismo.
En ese fútbol, el defensor defendía. Era un tipo de juego en el que si uno llevaba en la espalda el número 3, podía jugar decenas de partidos sin traspasar nunca la línea del centro del campo. No era necesario. Si el balón estaba allí, tú esperabas aquí, y te tomabas un respiro. El asunto te proporcionaba una extraña percepción del partido. Yo, durante años, he visto a mi equipo marcando goles lejanos y vagamente misteriosos: era algo que ocurría allí al fondo, en una parte del campo que no conocía y que, a mis ojos de defensa lateral, reproducía el aura legendaria de una localidad balnearia, más allá de las montañas: montañas y gambas. Cuando marcaban un gol, allá en el fondo se abrazaban, esto lo recuerdo bien. Durante años vi cómo se abrazaban, desde lejos. De vez en cuando incluso me dio por recorrer todo el campo para unirme a ellos, y abrazarme yo también, pero la cosa no salía muy bien: uno siempre llegaba un poco tarde, cuando la parte más desinhibida del asunto ya había terminado: y era como emborracharse cuando los demás están volviendo a casa”.]
*P.D. Iba con el Barcelona en su eliminatoria con el Manchester (quería que Rïjkaard se despidiese por la puerta grande) y cayó el Barça. Iba con el Liverpool ante el Chelsea, y cayó también. Voy con Manchester en la final de Moscú, así que ya se puede deducir el resultado. Ganará el Chelsea, un equipo que yo amaba de niño cuando se enfrentaba al Real Madrid de los 60 / 70 y tenía en sus filas a Charlie Cooke y Peter Osgood.
3 comentarios
toto -
De Antón -
Dio el silencio por respuesta, pero estaba en su derecho de hacerlo. Nos pasa a todos casi todos los días.
Un abrazo. Me sigue pareciendo un excelente escritor. AC
Toni -
Por cierto, a mi me gusta mucho Baricco. Una pena que no pudiera (o quisiera) venir. ¿Quizá en un futuro?...
Abrazos