EL SURREALISMO EN EL GUGGENHEIM
El surrealismo fue uno de los movimientos decisivos del siglo XX. Nació de una extraña fusión de las ideas de Marx y de las teorías del subconsciente de Freud; Guillaume Apollinaire utilizó por primera vez el vocablo en 1917. En 1924, Andre Breton leyó el Primer Manifiesto Surrealista: el código de una estética que impregnaría todos los ámbitos de la vida y de la cultura, y que sería el faro de creación, libertad y delirio de las vanguardias. Breton creía, con Pierre Reverdy, que “La imagen es una creación pura del espíritu”.
El Museo Guggenheim de Bilbao ha organizado una exposición, Cosas del Surrealismo, patrocinada por el BBVA, de unos 250 objetos de colecciones públicas y privadas que documentan la relación del surrealismo con el diseño y las artes decorativas. La muestra explora la vinculación con el teatro, los interiores, la moda, cine, la pintura, la arquitectura y la publicidad. La nómica surrealista abarca a figuras fundamentales como Miró, Dalí, Man Ray, René Magritte, Giorgio de Chirico, Elsa Schiaparelli, Isamu Noguchi, Max Ernst, Yves Tanguy, Alexander Calder, Óscar Domínguez, el cineasta Luis Buñuel, etc.
“Cosas del surrealismo” los incorpora a casi todos: Salvador Dalí fue a la postre su figura más importante: lo mismo concebía un sofá con los labios de Mae West, o un apartamento con su rostro, que realizaba joyas y broches, o diseñaba un teléfono afrodisíaco con una langosta. De Chirico desarrolló el vestuario para “El Baile”; Man Ray fotografía la carreta de Oscar Domínguez con una elegante mujer encima; René Magritte fundía la realidad y el sueño como nadie y creaba continuos juegos de espejos. Noguchi realizaba insólitas mesas de ajedrez; Meret Oppenheim era capaz del alzar otra mesa de bronce y madera tallada sobre pies de pollo; Elsa Schiaparelli era una espléndida diseñadora de moda y podía colaborar con Jean Cocteau; Yves Tanguy trasladaba la estética de sus lienzos a un par de broches…
Las obras reflejan la penetración del surrealismo en la vida diaria. Y revelan también las tensiones que se dieron en el movimiento por la imparable comercialización de su estética visual, marcada por la imaginación, la sensualidad, el desorden de los sueños y la mezcla de belleza y sorpresa.
*La creadora y musa Meret Oppenheim vista por Man Ray.
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