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Antón Castro

DEL BLOG, DE LA DULCE QUEJA, DE JAVIER HERNÁNDEZ

DEL BLOG, DE LA DULCE QUEJA, DE JAVIER HERNÁNDEZ

 

[El pasado martes, gracias a la gentileza de Juan Carlos Méndez, Ernesto Pérez Zúñiga, Yolanda Hernández y Yolanda Moñino, hablé durante más de una hora sobre el tránsito del bloc Centauro y las servilletas de papel y los papeles de premio de bingo donde empecé a escribir hasta este blog. Curiosamente, estaba intentando buscando algunas fotos de Edward Steichen, al que estuve viendo el lunes por la tarde en el Reina Sofía, una muestra asombrosamente bella y variada, y me llama mi hijo Daniel. De repente, veo que una visita acaba de entrar en un artículo de 2004 sobre mi admirado Javier Hernández, uno de los mejores periodistas deportivos que he conocido nunca. Javier me llamó hace unos días tras el gol de Ballack a Austria, creo que fue, un disparo potente. Todo ello se ha engarzado por azar y recupero ese artículo. No recuerdo ahora de qué me habría quejado en el artículo anterior, en el post anterior a éste dedicado a Javier, querido por todos los deportistas de Aragón y adorado por los futbolistas del Real Zaragoza… Por cierto, en la charla, además de los cursillistas, aparecieron Juan Fernando Moreno Gistaín y Beatriz Gimeno, y María José Magaña, la experta en arte de Binéfar, que trabaja en exposiciones en el Centro Cervantes y nos ensañó la República de las Letras con sus cajas fuertes. De Alicia Alonso se sospecha que regaló unas zapatillas… Esta foto de Edward Steichen corresponde a la modelo, musa de Man Ray, amante de Picasso y luego esposa de Roland Penrose, y estupenda fotógrafa Lee Miller, y está fechada en 1928.]

ATAR LOS CORDONES

Uno nunca debe quejarse de nada. Y menos de manera tan pública. Un blog como este tiene algo de exhibición, de confidencia y de diálogo constante con uno mismo y acaso con alguien que se sospecha o se intuye que puede estar al otro lado. Hay desahogos que deben ser tan personales e íntimos que no debieran salir de uno mismo. Ni un gesto desabrido más, ni una queja: la discreción es un reino secreto tal vez ideal. Contar sí, contar sin buscar la compasión, contar por el deleite de decir, de acariciar el ánima de las palabras y pulsar su música. Contar sin zaherir.


Por esas cosas bellas que tiene la vida, que son lecciones de dulzura, regates admirables del destino que te sitúan ante la prepotencia de sentirte desdichado en algún momento y de estar harto de la literatura, de los suplementos (debes reinventarte a diario: empezar de nuevo, humillar la cerviz como si nunca hubieras hecho nada, con el desparpajo de quien empieza), te encuentras con Javier Hernández, un admirable periodista deportivo, un auténtico sabio, sensible y curioso, que escribe los artículos con los pies, que coge el teléfono con los dedos de los pies, que llama el ordenador con un golpe de frente y que escribe con sensatez, emoción y hondura. Javier no tiene manos, tiene una pierna más grande que otra y es capaz de jugar al fútbol como si nada. Hoy me ha pedido que si le podía atar los zapatos, seguramente acababa de hacer una crónica limpia y exacta. Me pareció un detalle tan humano, tan confiado, tan sencillo, que me hizo sentir culpable de que existan domingos taciturnos. O de que te invada ese antiguo spleen que tanto alimentó la literatura de Charles Baudelaire.

 

1 comentario

María Alfonso -

Coincidí un año en clase con Javier Hernández, en 3º de BUP, creo, o en COU, no me acuerdo...
Nunca llegamos a conocernos pero siempre me produjo una enorme admiración. Hacía lo mismo que hacíamos los demás pero con las manos atadas, y encima lo hacía mejor que muchos, bueno, mejor que casi todos. Era un chico muy listo, y muy trabajador.
Ya no había sabido más de él, y me ha alegrado enormemente que le vayan tan bien las cosas.
María Alfonso