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Antón Castro

MELODÍAS DEL AUDITORIO DE ZARAGOZA

MELODÍAS DEL AUDITORIO DE ZARAGOZA

 

Hay cosas en Aragón que funcionan espléndidamente bien. Como el Auditorio de Zaragoza. Un espacio tan cuestionado y debatido en su origen, idea y casi empeño obsesivo de Luis García-Nieto, encarna lo más excelso tal vez de la Comunidad. El Auditorio, ciclo a ciclo, concierto a concierto, ha logrado situar a Zaragoza en el panorama universal de la música. Hace unos días, Zubin Mehta decía que la sala Mozart es la mejor caja de resonancia de los auditorios modernos de Europa: posee sonoridad, belleza, pueden oírse todos los instrumentistas. Y tiene un clima de oro, un despliegue de ecos, una tensión del silencio del que se adueña la melodía. Miguel Ángel Tapia, pianista y promotor de imposibles, en colaboración con un laborioso equipo, lo dota de una programación espléndida y variada. Por aquí han pasado, sin hacer aspavientos en un presupuesto ya de por sí diezmado, todos los grandes del mundo: Mehta, Maazel, Boulez, Neville Mariner, Barenboim, las grandes orquestas sinfónicas y solistas incomparables como Pogorelich, Pollini, Cecilia Bartoli, y multitud de artistas de otras músicas. Sin reclamar demasiados focos, trabajando con libertad, vocación de servicio público y con ambición, Tapia y los suyos han establecido alianzas de colaboración y patrocinio con un único fin: convertir al Auditorio en un centro musical del mundo, que cuenta con orquesta, Enigma, con un coro, Amici Musicae, y con compañías estables. A los artistas aragoneses se les ha dado cancha constantemente. Todo es perfeccionable, sin duda. Además de ofrecer la excelencia, el Auditorio [probablemente la obra maestra del arquitecto José Manuel Pérez Latorre] ha sabido catalizar y fomentar la pasión por la música de los ciudadanos. 

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