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Antón Castro

AGUA: UN AVANCE DE TORGNY LINDGREN DE NÓRDICA

AGUA: UN AVANCE DE TORGNY LINDGREN DE NÓRDICA

[Uno de mis editores favoritos es Diego Moreno de Nórdica Libros. Me apasiona su trabajo, y el de su equipo, en tres direcciones: la edición de autores nórdicos, la edición de clásicos contemporáneos con algunos rescates espléndidos, y pienso, por ejemplo, en Lars Gustafson, y esa línea de libros ilustrados, en la que ha publicado, entre otros, textos como El proceso de Kafka, El festín de Babette de Isak Dinesen o Las flores del mal de Charles Baudelaire. O uno de mis libros más queridos: Lenz de Georg Büchner, bellamente ilustrado por Alfred Hrdlicka. Diego Moreno me escribía ayer y me decía que en breve aparecerá en su sello un libro de relatos de Torgny Lindgren. “El próximo 3 de septiembre se celebra en la Expo de Zaragoza el día de Suecia. Coincidiendo con ese día saldrá a la venta un maravilloso libro de cuentos de Torgny Lindgren. Este escritor es reconocido por la gran calidad de sus relatos, y en este libro se recogen sus mejores trabajos”. Uno de los mejores textos del volumen es el relato “Agua”, del que Diego me envía un fragmento. El libro se titula como este cuento: Agua. Aquí está. Mañana le preguntaré acerca de quién es la traducción: juraría yo, por el uso de pozales, que corresponde al aragonés Francisco J. Uriz, buen amigo del escritor sueco, al que ya conocíamos en Aragón. Así definió hace algún tiempo el crítico y narrador Robert Saladrigas a Lindgren: « ... he descubierto al extraordinario narrador que es Lindgren. Original, inteligente, cínico, de una eficacísima sencillez formal y al mismo tiempo con las suficientes dosis de ambigüedad para resaltar el hálito perverso del relato.»]

 

Agua

 

 

 

A la Diputación provincial de Ume.

 

Hay agua que es fría y densa como la piedra, no puedes beberla, y hay agua que es tan ligera y floja que no sirve de nada beberla, y hay agua que palpita cuando la bebes provocando escalofríos, y hay agua que es amarga y que sabe a sudor, y algunas aguas están, por así decirlo, como muertas, las arañas de agua se hunden en ellas como si fuesen aire. Sí, las aguas son casi como las arenas de la playa, son incontables.

Por lo tanto ese papel que ustedes nos han mandado de la Diputación para que les contemos cómo andamos de agua, no vale para nada, el agua no cabe en dos líneas, si uno ha vivido setenta años como yo he vivido sabe tanto sobre el agua que la Diputación quedaría ahogada bajo tanto conocimiento.

Así es que no cuento todo.

Cuando nos mudamos aquí a Kläppmyrliden, le compramos la casa a Isak Grundström, tenía seis hijos y le parecía demasiado pequeña, nosotros, Teresia y yo, no teníamos hijos, llevábamos cinco años de casados, Isak Grundström se iba a mudar a Bjurträsk a trabajar en el aserradero, entonces nos engañó en lo tocante al agua.

Estuvimos aquí en marzo viendo la casa y preguntamos: Cómo está lo del agua.

Bien, dijo Isak Grundström. Siempre hemos tenido agua.

Y fuimos con él hasta el pozo, por el sendero que había en la nieve, detrás del cobertizo, y echó el pozal al pozo, era bastante profundo, veinticinco pies dijo, y se oyó cuando el pozal dio en el agua y luego Grundström movió la cadena para que el pozal se llenase bien y luego lo subió y era un agua clara aunque ligeramente amarillenta. Y cogí el cazo y la probé.

Bien, dije. Aunque casi tiene como un olor a humo. Y un sabor a aire. Yo diría que me recuerda el sabor del agua del deshielo.

Y entonces él cogió el cazo y bebió.

Sabe a roca, dijo. Se nota que es agua de pozo.

Sí, dije. O agua de deshielo.

No, dijo. Agua de pozo.

Pero por qué ponernos a discutir sobre el agua, en todo caso era agua, entonces dije:

El agua nunca les sabe igual a dos personas.

Aquí en Kläppmyrliden nadie se ha quejado nunca del agua, dijo.

Es como una costumbre esto del agua, dije. Cuando uno ha bebido un agua cierto tiempo entonces tiene el cuerpo como lleno de esa agua. Y después uno ya no siente su sabor.

Así es que compramos Kläppmyrliden.

Pero el primer invierno que vivimos aquí, hacia la Candelaria, el pozo se secó.

Y preguntamos a la gente, a los vecinos, cómo podía ser que el pozo se hubiese quedado vacío. El año pasado cuando estuvimos aquí para ver la casa había agua. Y además Isak Grundström nos dijo que nunca se secaba.

Ese pozo se seca todos los inviernos, dijeron los vecinos. Y algunos veranos secos.

Y hasta nos dijeron:

Por eso se marchó Isak Grundström. Por el agua.

Pues el año pasado tenía agua, dije.

Qué va, dijeron. Pero Isak Grundström sabía que le ibais a preguntar por el agua. Así es que llenaron el pozo antes de que vinieseis, fundieron nieve en el caldero de la colada, tres días estuvieron trajinando con el agua, la llevaron en cubos hasta el pozo, Isak y Agda y los seis hijos.

Así es que llenaron el pozo de agua de nieve derretida, dije.

Sí.

Así nos engañaron.

Aunque en realidad yo comprendía a Isak Grundström, nunca hubiese podido vender Kläppmyrliden si hubiese dicho que tenía el pequeño pero de que el pozo se secaba en febrero, y aun así fue de milagro que logró venderla.

Y a nosotros nos bastaba, solo éramos Teresia y yo.

Primero lo intenté en el manantial de Kläppkallkällan, está en el bosque a solo un kilómetro, pensé que podríamos llevar el agua hasta casa, y perforé el hielo con un pico, pero el hielo terminaba en fango, el manantial no era más que una capa de fango helado hasta el fondo.

Después no nos quedó más remedio que coger nieve y fundirla en el caldero de la colada. Era un agua algo amarillenta, y tenía como olor a humo y sabor a aire.

Y dije: En el verano cavaré algún pie más en el pozo.

Y así lo hice. En mayo volvimos a tener agua, antes de San Juan vaciamos el pozo sacando el agua con pozales y me fabriqué una escalera de veinticinco pies para poder bajar y seguir cavando, seguro que cavé más de dos pies, y Teresia me ayudaba subiendo con el pozal lo que yo cavaba, era arena arcillosa, y manó agua, tanta que casi no podía seguir cavando. Y dije:

Ya nunca nos quedaremos sin agua.

Y ese invierno nos las arreglamos hasta el domingo de ayuno. Pero luego se secó. Así es que seguimos derritiendo nieve hasta la Semana Santa, entonces llegó el agua del deshielo.

Por cierto que era un agua buena, el agua del pozo, era clara aunque quizá un poco dulzona.

Y cuando llegó el verano, volví a cavar.

No era muy difícil de cavar, bastaba con el pico y la pala. Y pasó lo mismo que el verano anterior, manó de tal manera que tuve que trabajar chapoteando en el agua todo el tiempo y eso que Teresia la sacaba a pozales sin parar.

Pero no había cavado más de un pie cuando llegué a la roca, la roca primigenia. Y pensé: No puedo seguir, esta vez se acabó. Pero voy a continuar cavando hasta dejarlo limpio, hasta dejar la roca limpia de forma que el pozo tenga el fondo como el suelo de un salón, y la limpié con las manos para que no quedase ni un puñado de tierra o de barro, y cuando lo estaba haciendo sentía la roca en las manos como si fuese hielo, debía de haber un agujero en algún sitio, había una grieta en la roca exactamente igual que suele haber en el hielo que cubre los lagos, y tuve la mala suerte de abrir esa grieta, y el agua que se había acumulado alrededor de los pies desapareció, el pozo se secó en un instante, fue como si la roca absorbiese ávidamente el agua, hasta se oyó un chasquido como cuando se descorcha una botella, y no quedó ni siquiera el rastro que puede dejar el rocío.

Pero Teresia dijo:

No puedes hacer más, no es culpa tuya. En lo tocante a la profundidad no hay persona que pueda saber qué es lo adecuado. Dónde hay que parar de cavar.

Así es que después nos quedamos completamente sin agua.

Y no tuve más tiempo de cavar aquel verano.

El verano es breve, como la caída de una estrella fugaz.

Aquel invierno traíamos el agua de Kläppkallkällan y cuando el fondo se quedó helado derretimos nieve en el caldero de la colada.

Y yo le hice una especie de yugo a Teresia para que pudiese traer dos pozales a la vez, le di la forma de la nuca y los hombros para que no le hiciese daño innecesariamente, ni rozaduras, y Teresia me dijo que aquello era como una bendición, el yugo.

Si hubiésemos tenido hijos ellos podrían haber acarreado el agua.

Pero ninguno de nosotros dijimos nada sobre ello, no podíamos tener hijos, el yugo de la esterilidad es algo muy duro de soportar. Más pesado aún para Teresia.

 

Cuando volvió a ser verano cavé junto a la leñera, Teresia sacaba los pozales de tierra, cavé dieciocho pies, entonces llegué a la roca, y ni una gota de agua, ni siquiera estaba húmeda la tierra.

Y le dije a Teresia:

Este ladera es todo roca, un montón de tierra seca, es como el desierto de Sin.

 

 

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