WILLIAM OSPINA: POETA Y NARRADOR DE COLOMBIA
Ayer estuve un momento en una librería céntrica y buscando buscando encontré algunos libros curiosos: uno de Eugene Atget, otro sobre Alphonse Mucha, ese artista del Art Nouveau que me fascinó por completo en CaixaForum de Madrid. Qué refinamiento, qué inventiva, qué capacidad de crear atmósferas, tipografías, ornatos, grandes decorados más o menos ilusorios. Me encantó el montaje de la muestra: muy pensada, muy teatral, con una revelación insospechada: Mucha era un hombre sensual, un embrujado de las mujeres y, sobre todo, un espléndido fotógrafo. Andaba por ahí, curioseando, cuando vi la “Poesía completa, 1974-2004” del colombiano William Ospina (1954), un autor de verbo exuberante al que le interesa mucho la historia de su país: “Las auroras de sangre” es todo un viaje en torno a la vida y la obra del cronista Juan de Castellanos; “Ursúa” es una novela histórica sobre Pedro de Ursúa, y la poesía es su obra lírica de treinta años. García Márquez pone a Ospina por las nubes una y otra vez, le dedica esas frases explosivas de elogio que quedan muy bien luego en las fajas y en las portadas o contraportadas.
Leí varias cosas. Y hoy, interesado por este autor, copio su poema dedicado a Franz Kafka...
FRANZ KAFKA
Padre, le digo, dame tres granos de cebada para despertar al
durmiente.
Pero mi padre no responde:
es un enorme jinete de bronce, alto sobre colinas y sinagogas.
Madre, le digo, aparta tanta niebla,
muéstrame un rostro dulce, del que broten palabras ingenuas.
Pero ella se ha perdido por los callejones de piedra
y sólo encuentro en el espejo sus ojos inmensos.
Abuelo, digo entonces, ya no luches más con el ángel,
ven a contarme historias junto al niego, mientras se hiela el Elba.
Pero el viejo me mira con ojos ausentes, y comprendo
que no es éste mi abuelo sino un viejo gitano que quiere venderme
un recuerdo.
Hermana, bella hermana, le digo,
toma mi mano que está oscuro en esta casa inmensa.
Pero a mi lado pasa una condesa polaca monumental y arrogante
y se escucha un violín, y se cierra una puerta.
Hermano, digo, qué bello cabalgas sobre el potro de madera y
de laca,
¿hacia dónde nos llevan estas tardes inciertas?
Pero él es sólo una imagen, una gris fotografía en mis nimios,
y a lo lejos, atroces, los cañones resuenan.
Goethe, le digo, cántame una canción romana,
haz que yo sienta en mi corazón esta antigua tristeza.
Pero la tumba calla y sobre ella vuelan grises palomas
y no puedo abrir este libro porque sus páginas son de ceniza.
Milena, digo luego, tal vez tú puedas finalmente salvarme,
dime que soy de carne y de sangre, que esto que me atenaza es un deseo
Pero ella se afantasma entre miles de seres escuálidos
y apenas si percibo dos llamas que se apagan muy lejos.
¿Entonces es delirio todo esto? ¿A quién puedo llamar que me
salve?
Su reino es de este mundo. Todos están aceptados y absueltos.
Son demasiado humanos, son demasiado justos,
y yo no logro hablarles con mi estruendo de élitros.
y no aprendí a cruzar las puertas,
y no sé defenderme.
Si ves dos grises ojos de gato en la gótica noche de Praga
comprenderás que temo morir si me duermo.
Si oyes una canción en la gótica noche de Praga
comprenderás que intento saber dónde me encuentro.
Si oyes un corazón en la gótica noche de Praga
comprenderás quién sostiene todo este sueño.
1 comentario
pepe montero -