UN DÍA DE SAN JUAN DE LA PEÑA
Viaje hacia el lugar del origen
San Juan de la Peña es uno de los enclaves decisivos de la historia de Aragón desde el año 950, cuando aquel lugar eremítico se transformó en un espacio monástico. Dice Fernando Galtier: “Bajo la imponente caverna que lo ha hecho célebre y en su simplicidad, esta primitiva iglesia es el testimonio más importante que poseemos del arte prerrománico regional (…) Y, en el incipiente reino aragonés, al monasterio de San Juan de la Peña le cupo el honor de ser el referente moral de sus primeros reyes”. La historia de este lugar está abonada de historia, de monarcas, de relatos más o menos fantásticos, de códices y de monjes laboriosos.
Es la auténtica joya del Medioevo aragonés que se completó, tras un incendio que duró tres interminables días del año 1675, con el Monasterio Nuevo, situado en la explanada o en los llanos de san Indalecio, ese lugar abierto y romántico con vistas a la Peña Oroel, a Santa Cruz de la Serós y a tantos otros lugares de los Pirineos. Los monjes abandonaron los inseguros roquedales de abajo y se trasladaron arriba, a un recinto que puede verse como un bello ejemplo de la arquitectura monástica moderna, dominado por una iglesia de fachada barroca. Fue abandonado tras la Desamortización de Mendizábal y se vio sometido luego a mil y un avatares. Fotógrafos como Ricardo Compairé, Francisco de las Heras, Juan Mora Insa y tantos otros captaron bellas imágenes de ambos espacios.
Hace pocos años, el Gobierno de Aragón inició una compleja y espléndida restauración de ese espacio, se inauguró en 2007, y creó allí tres espacios bien distintos: el Centro de Interpretación del Reino de Aragón, el Centro de Interpretación del Monasterio de San Juan de la Peña y una moderna Hospedería con espléndidas habitaciones y estancias. El paisaje desde cualquier ventana es suntuoso, y el recinto recibe unos 120.000 visitantes al año.
La Consejería de Industria, Comercio y Turismo –con el consejero Arturo Aliaga y el viceconsejero Javier Callizo, y un amplio equipo en el que cooperan Luis Estaún, Antonio Llano y David Muñoz, entre otros- ha visto que ahí había un lugar ideal para exposiciones. Ya se han organizado varias muestras: de arte contemporáneo del siglo XX, de la colección fotográfica de Pilar Citoler, de Isidro Ferrer y las dos de ahora: la de José Manuel Broto y la de Santiago Gimeno. La muestra de Broto, ubicada en el interior del claustro, es un deslumbrante juego de colores de gran formato, comisariada Lola Durán, igual que la de Gimeno, una meditación en seis piezas escultóricas de gran formato en torno a la relación del hombre y la naturaleza que se ha instalado ante la iglesia y en uno de los jardines de entrada a la Hospedería.
Los arquitectos Joaquín Magrazó y Fernando Used han realizado un respetuoso e imaginativo proyecto de rehabilitación. El visitante avanza sobre un suelo de cristal que permite ver los intestinos y las ruinas del antiguo monasterio. Y lo que más llama la atención es el recorrido que proponen, con esas figuras blancas que enfatizan sin estridencia la vida del recinto: los trabajos y los días de los monjes que alternaban los rezos y el trabajo intelectual con las faenas agrícolas. Uno de las soluciones más originales es el segundo tramo del recorrido: allí se han colocado figuras que simbolizan los diversos oficios. Esas esculturas vinculadas con la carpintería, la cocción de pan, las artesanías de lo necesario en suma, hacen pensar en las bellas esculturas del finado Juan Muñoz. Son como un cuidadoso subrayado de la historia y un viaje en el tiempo. Y de ahí se pasa a la iglesia donde se proyectan en grandes pantallas diferentes audiovisuales sobre el Reino de Aragón. La propuesta conjunta, la de abajo y la de arriba, es toda una odisea hacia la raíz de Aragón y una invitación al futuro a través del turismo y la cultura.
*Este texto se publicó en Heraldo de Aragón, edición de Huesca, hace unos días.
0 comentarios