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Antón Castro

RÍO ABAJO / 7. EL UNICORNIO EN SU JARDÍN

RÍO ABAJO / 7. EL UNICORNIO EN SU JARDÍN

 

Manuel Martín Mormeneo es un tipo de gustos extraños. Siempre le han atraído los tapices de La Seo: se pasa minutos y minutos ante ellos con la sensación de que viaja en el tiempo. Le sugieren historias de tejedores, de gremios, de caballeros o de bestiarios más o menos mitológicos. Uno de los libros que más le ha hecho disfrutar en los últimos tiempo ha sido uno de Tracy Chevalier: no “La joven de la perla”, esa historia de amor entre el pintor y su modelo, sino “La dama y el unicornio”, un relato que evoca el embrujo de ese animal noctívago que halla sosiego en el regazo de una doncella mediante a través de la pasión de otro pintor y otra joven candorosa. Esa novela le ha llevado a visitar los tapices de La Seo con renovada insistencia, e incluso creyó hallarse ante la fastuosa pieza que había dado lugar a la trama. Cuando Martín se enteró de que el pabellón de la CAI era un homenaje explícito a los tapices, en concreto a uno de ellos, el bautizo de Jesús a orillas del Jordán, fue a verlo. La sorpresa fue mayúscula: era algo más que un homenaje, con la exhibición de una espléndida obra. Era todo un jardín exuberante, inspirado en la variedad de plantas que habían intervenido en su confección. El tejedor era un amanuense, un virtuoso de los hilos, y el diseñador o pintor de tapices era un sabio en pintura, en botánica, en historia. Martín Mormeneo se quedó perplejo ante semejante espacio. Más de 17.000 plantas se han instalado en ese vergel vertical (siemprevivas, lirios, fresas, trébol, violetas, narcisos, alhelíes, flores de melocotón…), esa suerte de gran fresco pintado con flores. El fotógrafo pensó en los jardines japoneses, en los jardines de Bomarzo, en los jardines imaginados por Matsuo Basho. Pensó en su amigo Vicente Pascual Rodrigo, pintor a la sombra de la torre de Utebo, que es un artista del silencio, un poeta sufí que aspira a la armonía absoluta en cada lienzo. Cada vez que va a la Expo, Martín Mormeneo entra en ese pabellón. Y si está cerrado, después de los conciertos de madrugada, se queda tras el cristal. Y mira. Sospecha que cuando se apaguen todas las luces de la Expo, Juan el Bautista saldrá del tapiz para darse un pequeño baño en esas lagunas de agua pura que copian la insaciable paleta de colores de las plantas.

*Interior del Pabellón de la CAI. La foto es de José Antonio Melendo.

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