"CHATARRA": EL ARTE DE LEVANTARSE TEMPRANO
[Aloma Rodríguez ha escrito este texto a modo de presentación de la primera muestra de David Barreiros en Los Portadores de Sueños.]
Me despierta temprano. Ha preparado café y tostadas y yo tengo resaca y me duele la cabeza. Anoche me olvidé de que me haría madrugar y me bebí más cervezas de las necesarias. Él está nervioso. Va de un sitio a otro de la casa preparando todo y haciendo ruido.
-¿Vamos? –me dice de pronto y yo aún no me he puesto las lentillas-. Si no quieres venir, dímelo.
Me pongo las lentillas y me bebo el café como si fuera agua.
-Ya estoy –digo.
Todos los días pasa por ahí y ve el cementerio de tractores. Está cerca de Malpica, donde él trabaja temporalmente. Y todos los días cuando pasa por ahí se queda mirando y piensa que ahí hay una foto. Y por eso me ha levantado temprano.
Subimos al coche y bajo la ventanilla. Enciende un cigarro.
-¿A medias? –me dice, refiriéndose al cigarro; eso significa que se lo va a fumar casi entero y me dará alguna calada al final. Asiento.
Vamos por una carretera y él está muy pendiente de no pasarse el desvío. Hace calor aunque sólo estamos en primavera. El sol me molesta en los ojos y no llevo las gafas de sol. Por fin llegamos al desvío. Entramos en un camino de tierra que parece que no lleva a ninguna parte, luego pasamos por debajo de una autovía en construcción y yo pienso que se va a desplomar sobre nuestras cabezas en ese mismo instante. Afortunadamente no es así. Hemos llegado. No veo los tractores.
-Por aquí –dice él y yo le sigo.
Hay que saltar una tapia y entrar por uno de los agujeros de la valla metálica. Lo que me hace pensar que estamos invadiendo una zona privada y que eso es allanamiento de morada. Pero dado el estado de los tractores y la altura de los hierbajos no creo que nadie venga por aquí desde hace mucho. Es un descampado. Hay varios tractores y otro tipo de maquinaria agrícola que no sería capaz de identificar. Son de colores chillones y el óxido se ha comido parte de la chapa. Todo esta vallado. Él va a buscar la cámara, los objetivos y el trípode y me deja ahí dentro. Se oyen los grillos. Puede que haya alguna serpiente. Empiezo a tener mucho calor. Vuelve con la cámara. Le enseño cómo se hace el balance de blancos predeterminado. Luego le digo que tenga cuidado, que el contraste es muy alto.
-Ya, ya –responde él-. ¿Me dejas la cámara? –y se la doy.
Le veo buscar, mirar y agacharse. Me enseña las primeras tomas y se aleja. De vez en cuando me pide que le lleve la bolsa y cambia el objetivo. O me pide que salga del cuadro. No puedo soportar más el calor y creo que me va a estallar la cabeza. Le digo que me aburro y le pido las llaves del coche. Voy a buscar un cigarrillo y me quedo dormida en el asiento del copiloto. Me despierta una gota de sudor que me cae por la cara. Ya ha terminado.
-Buenos días –me dice cuando abro el coche.
-¿Ya has acabado? –digo entre sorprendida y aliviada. Él asiente-. ¿Puedo verlas?
Me deja la cámara y la enciendo. En la pantalla aparece la foto de una chapa de motor en la que se lee “Barreiros”. Le miro. Se ríe. Sigo pasando fotos hasta que llegamos a casa.
*Barreiros inauguró ayer miércoles su primera exposición de fotos, Chatarra 2008, en la Chaise longue Gallery de la librería Los portadores de sueños, a las 20:30.
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