MELENDO PEGADO POR EL OJO A UNA CÁMARA
JOSÉ ANTONIO MELENDO
EL CAZADOR DE INSTANTES DEFINITIVOS
Fue Javier Torres, ese hombre que está siempre en el camino con su camión, sus teléfonos móviles y su cámara digital, quien me habló por primera vez de José Antonio Melendo. Tienes que conocer sus fotos, tienes que conocerlo a él, me dijo. Melendo, con su timidez infinita y su opulenta humanidad a cuestas, me mostró algunas piezas: parecía haber inventado, a orillas del Canal Imperial, una Zaragoza nocturna de cine negro. Poco después acudió a Albarracín a impartir clases de fotografía digital: despacioso, con su aparente lentitud, sedujo a todos los alumnos. Les enseñó a captar los lienzos pintados, las murallas, el cauce del río Guadalaviar, el imponente celaje que se vierte sobre el pueblo con sus pájaros de nubes. Pero, sobre todo, les enseñó a mirar: a tantear los ángulos, a componer, a contemplar el paisaje y los tejados como si acabasen de irrumpir como una ciudad sumergida. Poco más tarde, José Antonio Melendo se revelaba como un fotógrafo imprescindible: estaba en todas partes, iba de aquí para allá, miraba siempre entre la multitud, en una presentación, en una representación teatral, en un concierto de música. Y la novela visual de cada día se instalaba en su blog, tan necesario. Melendo tenía una doble vida: hacía fotos de bodas, y quizá de comuniones y bautizos, y hacía foto artística y de reportaje con verdadero afán. Con la obstinación de un francotirador.
El momento culminante de su trayectoria fue durante la Expo. Había probado cámaras, había probado luces naturales, se había preparado a fondo para la gran cita. Quería que nada le pasase inadvertido: quería ser un hombre de acción desde detrás del objetivo. Lo captó casi todo, antes, durante y después: se asomó al gran sueño en sus vísperas, arracimó sus resplandores y su arquitectura, compuso el poema visual que se avecinaba. Y luego, sigiloso y hombrón, con sus toneladas de pudor, lo atrapó todo: la magia del atardecer, los desfiles, las puestas en escena, la belleza inefable de los edificios durante la noche, los rostros fugitivos que él tornó inmortales, captó y capturó la noche inolvidable en que Zaragoza parecía un hechizo futurista. Se atrevió a ver de otro modo. Se atrevió a sentir la Expo, a sentir la fotografía hasta el tuétano del alma y del ojo. Y he aquí el resultado: imágenes que hablan por sí solas, imágenes rebosantes de contraste, de beldad, de fuego íntimo, imágenes y seres que van y vienen nimbados de felicidad y de asombro. Imágenes que evocan el fulgor definitivo de una aventura colectiva que a todos nos abrazó y que aún nos abraza en cada una de las instantáneas de José Antonio Melendo, el cazador de instantes definitivos. El cazador que mira como si nadie hubiese mirado antes.
[José Antonio Melendo ofrecerá el lunes, en el Centro Cultural del Actur de Ibercaja, una conferencia-proyección sobre sus fotos de la Expo.]
0 comentarios