LEONCIO GASCÓN Y AQUELLOS VIAJES A LA JOTA
Esta tarde, desde las cinco y media he estado seleccionando papeles, revistas, cosas que he ido guardando desde 1985 más o menos. He tirado un montón de recuerdos. Mis sobrinos, mis cuñados, mis hijos, Carmen: todo el mundo ha echado una mano. He encontrado este texto, inspirado en mi suegro Leoncio Gascón, que apareció en Heraldo de Aragón en 2002. Pensaba en la niñez de mi hijo Daniel (yo creo que en un homenaje de inmenso cariño se ha puesto su apellido) y en la relación tan particular y mágica que ambos tuvieron. PROMESAS DE ABUELO
Mi abuelo está ahí, inmóvil ante el televisor, pero muy vivo, con su imaginación de poeta y su torrente de recuerdos. Tuve suerte con él: me enseñó a conocer los animales y a viajar por las enciclopedias. Cuando no sabíamos una palabra o la fecha de una batalla las buscaba, y me pedía que le leyese las entradas en voz alta. Así conocí mejor vocablos como núbil, secuencia, Trafalgar o Cervantes. Me gustaban los coches y conocía todas las marcas. Un día entré en un concesionario y dije: “Quiero ese Volkswagen Vento. Ahora viene mi abuelo y lo paga”. Y mi abuelo llegó con su muleta y dijo: “Te lo compraré, sí, pero antes debes sacarte el carné”. Cada día íbamos al barrio de La Jota: él era el cajero de SPAR, el cajero, el asesor del jefe, el empleado más veterano, quien más hambre tenía. Antes había sido carbonero. Íbamos en un Renault 8 al principio, y luego en un SIMCA 1200. Siempre lo conducían mis padres o mis tías. Conozco a la perfección las calles de Pascuala Perié, Felisa Galé o José Oto. Cuando volvíamos a buscarlo, al final de la tarde, quería que fuésemos a la plaza y me decía: “Mira bien ese edificio. Ahí tengo el piso que un día será para ti”. La foto es de Willy Ronis.]
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carmen -