RAFAEL NADAL VENCE Y HACE LLORAR A ROGER FEDERER
He visto hoy gran parte de la final del Open de Australia. Iba con Rafael Nadal, como casi siempre. Soy un incondicional de su tenis: siempre me deja perplejo de dónde saca algunos golpes inverosímiles. Trallazos de furia y precisión. Rafael Nadal no es tan buen jugador como Roger Federer: ni es tan elegante, ni saca tan bien, ni posee esa demoledora armonía del suizo, que a veces, como no se cansan de repetir los cronistas, no parece humano. Sin embargo, lejos del mecánico Pete Sampras, a quien superará en breve (lo superará con sangre, sudor y más lágrimas. Roger nos ha salido llorón), Federer es pura belleza, ritmo, facilidad. Roza la perfección, hace posible lo imposible, y siempre tiene respuestas. Rafael Nadal le vence porque corre más que él, porque asume riesgos y no se amilana, le devuelve el tanto seguro, por decirlo así, y parece tener una ligera ventaja psicológica sobre él. El partido de hoy ha sido de nuevo excepcional, con momentos preciosos: un tanto que parecía ganado, rematado después y aún corroborado en un tercer impacto, ha exigido cuatro o cinco golpes demoledores más. Al final, en cinco sets, venció Rafael Nadal que logra a los 22 años un puesto entre los grandes de la historia: ya ha conquistado seis torneos de Grand Slam. Se dice pronto, pero bajo el reinado del probablemente el jugador más exquisito de la historia (aunque yo prefiera a John McEnroe todavía), tantos títulos son muchos, muchísimos. Hoy El País publica un precioso reportaje de Juan Ríos que añado aquí para recordar que los tenistas también lloran. Cuando ganan y cuando pierden. Rafael Nadal ganó así: 7-5, 3-6, 7-6, 3-6 y 6-2.
JUAN RÍOS / El País
Las lágrimas de Federer empañaron de dramatismo la celebración del primer Grand Slam australiano para la historia del tenis español. La tensión del momento, el vértigo de ver que toda una etapa de leyenda se resquebrajaba por los raquetazos de Rafael Nadal, pudieron hoy con el suizo, el mejor tenista de la historia. Le superaron. Derrotado dentro de la pista, Federer se vació ante el público de la Rod Laver Arena en el momento de su discurso. Vaciló ante el micrófono, y en el momento de hacer síntesis, la emoción no le permitió murmurar más que cinco palabras. "Dios, esto me está matando". En su mano, la bandeja plateada le devolvía, como una metáfora, la imagen distorsionada de un tenista honorable que luchó, falló, gritó de alegría y de rabia y sucumbió ante el empuje de un mallorquín incansable de 22 años.
El trofeo le acreditaba como subcampeón del Abierto de Australia 2009 y le arrebataba de un plumazo el sueño de igualar a su ídolo, Pete Sampras. El suizo tiene 13 grandes, el estadounidense 14, y Rafa todo el empeño en que no consiga emular a al tenista que estuvo seis años en lo más alto del ranking mundial. Ahora sólo queda una superficie en la que Nadal no ha escrito su nombre: el Abierto de Estados Unidos.
Al no poder pronunciarse, miró hacia atrás y se encontró con Rafa. El de Manacor le había destronado en uno (otro) de sus feudos; era su sucesor y su verdugo, pero también su amigo. Las lágrimas no dejaban de brotar. La fuerza del momento compungió incluso al público, que respondió aclamando a su ídolo. A partir de ahora, jugar en Australia seguirá siendo como jugar en casa, pero hacerlo en la Rod Laver será hacerlo en terreno Nadal.
Detrás del suizo esperaba Rafa. Paciente, contenido, humilde, con la mirada siempre baja, reverencial ante quien ha sido su mayor enemigo en la pista, el español esperó su turno antes de despedirse del público. La alegría de ganar su primer Abierto en Melbourne, de abrir el palmarés español en tierras australianas y extender su leyenda, aún joven, se chocaron de frente con el rostro compungido de su rival. Guardó silencio, pero no pudo disimular su nerviosismo cuando subió al estrado. Las lágrimas del campeón le conmovieron, y se quedó sin palabras. Dijo "hola", y poco más. Federer seguía teniendo el protagonismo.
"Roger, siento lo de hoy. De veras sé cómo te sientes. Es muy fuerte, pero recuerda que tú eres uno de los mejores de la historia. Espero jugar muchos más partidos contigo", continuó luego. Nadal trataba de consolar a su rival, pero no logró sino arrancarle más lágrimas. El público lo agradeció y aplaudió al español, que cerró su discurso con palabras de cariño a su familia, su entrenador, su equipo médico y todos los allí presentes. Si había emociones, las disimuló. Quizá las guardaba para el vestuario. Quizá a solas también haya llorado Nadal.
(La foto de Rafael Nadal es de Reuters. Me ha pasado una cosa muy bonita: he visto parte del partido con el poeta y narrador gallego, afincado en Madrid, Manuel Pereira).
1 comentario
Juan Ríos -
Un abrazo