RETRATO DE LUIS FELIPE ALEGRE
No se habla mucho de él, pero siempre anda por ahí, con un libro de versos, con un folio en el bolsillo y con un sinfín de sueños, como si fuera un adolescente eterno anudado a un cigarrillo de liar, oloroso y finísimo, tan efímero como un suspiro. Luis Felipe Alegre forma parte del paisaje cultural de la ciudad. Es sigiloso, tiene algo de galápago observador, de hombre paciente que oye, sonríe levemente, como si lo hiciera hacia dentro, y concibe un montón de proyectos para sí y para los otros. Para los poetas y los músicos. Para los actores y los titiriteros. Para los cuentistas, o romanceros (tal como se diría en Aragón), y para los artistas. Aunque rebasa en poco la cincuentena, lleva más de 35 años anudado al canto, a la palabra: cree en la belleza y en la intensidad, considera pertinente la denuncia, el grito y la rebeldía, se declara republicano. En cada una de sus funciones siempre hay inconformismo y búsqueda, siempre se nota cómo arroja una botella al mar de las emociones compartidas. Luis Felipe Alegre tiene su campo-base, si así puede decirse de alguien que usa alma ambulante y atuendo de insomne, en el bar Aragón: allí lee la prensa, repasa a sus poetas favoritos (Gelman, Benedetti, Miguel Hernández, Miguel Labordeta, García Lorca, Rosendo Tello, que le reveló la palabra iluminada de las metáforas), toma notas, concibe espectáculos, sueña odiseas por Latinoamérica. Una de sus obsesiones ha sido tender puentes entre Aragón y España y la otra orilla: lo hace sin pereza, con ilusión, como quien parte a reencontrarse con una familia emigrada. Hay en esta vida seres que siempre están ahí: enfermos de creatividad, desvelados, como un árbol carnal en medio del paisaje de la tempestad. Luis Felipe Alegre es un árbol que cobija las palabras y las expande con un silbo de afirmación desde Zaragoza.
*Luis Felipe Alegre, retratado por el entusiasta, infatigable y talentoso Vicente Almazán, el nuevo cronista visual de Zaragoza y sus gentes.
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