MONTSERRAT CABALLÉ: UNA ENTREVISTA
La historia musical de Montserrat Caballé empieza con su abuela, abandonada en un hospicio. Allí, las monjas le enseñaron francés, música y a tocar el piano. Ella enseñaría a su hija a tocar ese instrumento. Y ésta, a su vez, a partir de los ocho años, le enseñaría piano y solfeo a su hija Montserrat. “Me hizo entrar en el Conservatorio del Liceo de Barcelona –evoca-. Con doce años, el profesor de solfeo le dijo a mi madre: ‘Esta chica tiene que estudiar voz”. Montserrat Caballé se inclinaba por el piano y el violín. De cuando en cuando escuchaba cantar a las voces más jóvenes y se emocionaba. A los quince o dieciséis años ya le gustaba la ópera y albergaba un sueño inicial: pensó que podía hacer del canto una profesión para “ayudar a la familia porque éramos muy pobres”.
¿Recuerda el día que fue a ver y a oír a al Liceo a Kirsten Flagstad?
¡Cómo no! Los jóvenes que estudiábamos en el Conservatorio del Liceo teníamos la posibilidad de unos “pases de favor” para acceder al quinto piso y poder escuchar los cantantes que había en el teatro. Yo recuerdo que Kirsten Flagstad cantó en el Liceo. A mí me impresionó porque es la voz más grande que he escuchado a lo largo de toda mi carrera. Era una columna de voz de abajo arriba: era impresionante, una voz muy bonita, muy wagneriana.
-¿Quién más le iluminó el camino del canto?
-En el conservatorio tuve una profesora, Eugenia Kemeny, que era húngara y se había casado con un español. Me enseñó la técnica de la respiración y del canto. Aparte de ser atleta y de haber ganado medallas de carreras de fondo en su país por la gran respiración que poseía, era una cantante wagneriana; había cantado “La Valquiria”, “Tristán e Isolde”, etc.
-¿Le debe a ella la atracción que siempre ha tenido por Wagner?
Me enseñó a amar a Wagner, es cierto, tal vez porque ella lo amaba mucho. Aunque yo no lo he cantado excesivamente, sí lo he cantado en todas partes del mundo. Al principio de mi carrera fui una mozartiana y una cantante de lieder, porque también tuve de profesora a una cantante de Cataluña, Conchita Badía, alumna de Granados y Falla, que era espléndida para el líeder español y conocía los secretos de estos maestros que habían sido los suyos. Lógicamente, me enseñó mucho el lieder. Ella amaba también a Richard Strauss y Mozart. Bajo el influjo de las dos, Kemeny y Badía, me dirigí más hacia un repertorio germano. Empecé Fue años más tarde cuando empecé a cantar Puccini, Verdi, Bellini.
-O sea que tardó en optar por el bel canto…
Empecé como principiante en la Ópera de Basilea con ‘Salomé’, hace cincuenta y tres años, y después ya empecé a cantar otros compositores, pero el bel canto, por lo que dicen que soy famosa, no lo empecé hasta el año 64 o 65. Pensaba que no sabría hacerlo. Las cantantes de bel canto a mí me parecían inalcanzables en aquella época. Estaban, justo cuando empezaba, las grandes lumbreras: María Callas, Renata Tebaldi, Renata Scotto, Marilyn Horne... Entonces también empezaba Mirella Freni, y me decía: “Tienes que cantar bel canto. Posees la voz adecuada”. Yo le decía: “Mirella, esto no lo sé hacer”. Ella añadía: “Si es lo mismo: es cantar bien”. Primero me especialicé en todo el repertorio alemán y más tarde entré en el verismo y en el romántico, que cuentan con compositores (Puccini, Verdi, Bellini, Donizetti…) que enamoran a la gente cuando los cantantes funcionan.
Se cumplen ahora 50 años de su debú en la Ópera de Viena.
Es cierto Hace cincuenta años que debuté en la ópera de Viena con el ‘Don Giovanni’ de Mozart, la temporada 59-60. Después canté ‘Salomé’, canté ‘La Traviatta’, cnté ‘Pagliacci’ en la Ópera de Viena…
Luego cantó una ópera como ‘Madame Butterfly’, vinculada al amor y a la leyenda de un beso. ¿Qué pasó?
Esa sí que es una obra romántica. Además, en ella conocí a Bernabé Martí, mi esposo. Coincidimos primero en La Coruña y después en Barcelona, el ocho de diciembre de 1963. Me enamoré perdidamente de él; él dice que también de mí y yo creo que menos, pero, bueno, como dicen vulgarmente lo cacé. Me parecía un hombre tímido y lo comenté en el teatro, con el peluquero y con otros, y se ve que se lo dijeron. En la siguiente función me dio un beso al final del primer acto, un beso de verdad, y me dijo tonta. Esto fue el ocho de diciembre, nos separamos –en enero y febrero nos vimos muy poco- y el 24 de febrero vino a verme a Marsella, donde yo cantaba, desde París, donde cantaba él, y me pidió en matrimonio.
¿No fue todo deprisa deprisa?
El 28 de febrero nos prometimos, con el anillo que me pudo ofrecer en aquel momento, que lo he llevado siempre desde entonces, y nos casamos el 14 de agosto. Fue bastante rápido. Yo creo que nuestro matrimonio, que ya lleva 45 años, está muy consolidado por dos cosas: primero porque nos queremos mucho y después porque me ha dado toda la felicidad que un hombre puede dar a una mujer, creo, como esposa, como madre, como compañera... Ha sido mi columna y yo he procurado ser la suya. Tuvimos la inmensa suerte de tener dos hijos. Primero un chico y después una chica. A mí me habían diagnosticado imposibilidad de tener hijos porque decían que tenía matriz infantil y, como dice mi marido, “mira, tu matriz es infantil pero funciona muy bien, mira los niños qué guapos han salido”. Después ya no pude tener más. Hay que reconocer que el primero lo perdí en Buenos Aires. Quedé embarazada y fui a Buenos Aires. Estábamos juntos, hacíamos la Manon Lescaut y en plena función en el Colón de Buenos Aires, sufrí unos dolores y el médico me hizo interrumpir la obra. Luego hice una doble sesión y me fui primero al hospital y después al hotel. Perdí el bebé que esperaba, estaba de dos meses y pico. Los médicos dijeron que ya nunca más…
Veo que no les hizo caso.
Me dijeron que esto había sido un aviso. La naturaleza tiene una fuerza increíble para algunos momentos y esto es lo que nos pasó. Verdaderamente, se lo aseguro, yo no cambiaría ni un minuto de mi vida con Bernabé Martí.
Si tuviera que hacer un balance de estos 50 años. ¿Cómo ve su carrera? Ha sido algo así como la heroína de las heroínas de la de la ópera con más de ochenta personajes.
Sorprendente. Sorprendente la carrera de los dos. Hemos cogido todos los trenes que teníamos que coger cuando pasaban y tampoco entrábamos en batallas. Cuando hice por primera vez la ‘Aída’, me decía todo el mundo que no la hiciera porque era muy dramática. Y no digamos cuando canté ‘Norma’. ¡Cómo si aquello fuera un escándalo! Me preguntaban que cómo me atrevía a hacer ‘Norma’ Quien me dijo que tenía que hacer esa pieza fue Joan Sutherland. Me regaló su partitura con sus notas y me dijo: “Tienes que cantar Norma. Tienes que cantar lo que Bellini ha escrito, que es como un hilo de voz y tienes la voz ideal”. Eso era el año 68. En el 69 yo hice un concierto en París y María Callas, a la que ya conocía, me dijo lo mismo. Incluso me hizo cantar, recuerdo, en su casa de París unos pasajes. Estaba Bernabé conmigo y le dijo: “Cuida a tu mujer y que cante ‘Norma’, porque después de mí ella será Norma”. Lo decía con sinceridad, convencida.
María Callas la nombró su sucesora, ¿no?
Pues, sí, lo hizo en entrevistas, en televisión, en sus grabaciones y en su libro. Sufrió mucho. Primero con su familia, después con su carrera y después con su vida personal. Su gran pena y tristeza fue perder el hijo que esperaba porque eso para ella era la gran ilusión: ser madre. Teníamos las dos un grave problema dental e íbamos al mismo dentista en Londres, Alexander. En una de las llamadas me dijo: “Me voy a Grecia a descansar; necesito descansar todo el mes”. Yo le dije que me habían ofrecido el Nabucco con la Deustche Gramophon y que no me sentía con fuerzas para cantarla. “No lo cantes. Ni se te ocurra. Esto no es para tu voz. Eso es para voces rotas. Tú no tienes la voz rota y no te la quieres romper ¿verdad?”. ¡Los consejos eran de una amabilidad, de un cariño, de un afecto…! Además hay una cosa muy importante: tengo muchas fotos hechas con ella en momentos privados. La admiraba y la quería mucho porque me dio muy buenos consejos.
¿Qué relación tiene usted con Zaragoza y con este Auditorio?
La relación que tengo con Zaragoza es de muchos años. Mi marido es aragonés, de Villarroya de la Sierra y se formó aquí en un principio. Hemos venido mucho y estoy muy agradecida a Zaragoza. Considero al Auditorio de Zaragoza como uno de los mejores. Conozco los auditorios del mundo entero y puedo juzgar plenamente. Este es un Auditorio donde el sonido no rebota: el sonido fluye, fluye y redondea, y eso es algo que no se fabrica, nace o no nace. Esto es lo mejor que hay para piano, para orquesta, para instrumentos, para voces, para todo. Aquí las grabaciones tienen que salir perfectas porque no hay una estridencia en ningún ángulo. El hecho de poder hacer aquí los ‘Master Class’ y el Concurso Internacional de Canto Montserrat Caballé me da una gran satisfacción. Me encanta enseñar y aprender a la vez. Ojalá podamos hacerlo muchos años porque es un auténtico honor. Cantar aquí es muy bello. Tengo que agradecer profundamente la ayuda que nos da desde el ayuntamiento y el director Miguel Ángel Tapia. Es como un sueño convertido en realidad, ¿me permite que diga esto?
-Por supuesto. La verdad no ofende.
Yo recuerdo que el director del teatro Colón de Buenos Aires me escribió una carta preciosa diciendo que nunca había estado en un lugar como este. Lo mismo me dijo la responsable del Metropolitan de Nueva York. Yo espero que Zaragoza comprenda la importancia del Concurso Internacional de Canto que trae a esta ciudad a cientos y miles de personas de 57 países, como este año, y tiene un gran eco internacional.
Zaragoza es candidata a capital cultural europea 2016. ¿Colaboraría en el apoyo a la candidatura?
Sin duda. Estaría dispuesta para todo como hice con la Expo. La ciudad está bellísima. De repente entras y todo parece un paseo, todo parece bello, todo parece limpio; creo que sería estupendo que Zaragoza fuera capital cultural europea. Sería una gran noticia.
EL CAJÓN DE OLVIDOS Y OTRAS INTIMIDADES
En 1965, tras cantar ‘Lucrecia Borgia’ de Donizetti en Nueva York, los críticos resumieron la actuación con esta frase: "Callas + Tenaldi = Montserrat Caballé”. Su voz destaca por su pureza, por su energía y por el control. Montserrat Caballé (Barcelona, 1933) posee una técnica magistral y un espléndido y luminoso sentido del matiz. Es una mujer que siempre está en el camino: lo mismo puede encarnar a Norma, Salomé, Violeta, la Mariscala, Semiramide o Isolda, cantar con Freddy Mercury o pasarse horas y horas estudiando partituras polvorientas o perdidas, las rescata y las difunde, como sucede ahora con Bellini. “Es cierto que me gusta desempolvar obras del cajón del olvido. Eso ya me lo enseñó mi maestra Conchita Badía. Me siento recompensada de haber hecho algo por el compositor porque no hay que olvidar una cosa: por muy bien que se cante, por muy bien que se represente, por muy bien que se sepa, el protagonista de la noche es el compositor. Tú estás al servicio del compositor. Él es el creador de la obra. Tienes que transmitir su mensaje, su sentimiento, la forma en la que él hizo nacer aquello para ofrecerlo al público y el público tiene que conocer a este señor a través de ti, tal vez, pero a través de la música. Lo que no puedes es hacer exhibiciones personales”.
Siente una especial veneración por la enseñanza. Le gusta compartir lo que sabe, enseñar las técnicas de respiración y el contagio de las emociones. Es una mujer de una especial suavidad, aunque a veces tiene fama de seca o distante. “Hay mucha gente que lo dice, pero creo que es inexacto. Una cosa es hablar, dar clases, dar confianza a la gente para que no tenga reparo, para que se sienta libre, y otra cosa es que penetren en tu interior. Una cosa es poder explicar lo que siento y entrar en mis sentimientos, como acabo de hacerlo; otra cosa es cuando quieren hurgar morbosamente en cosas que a veces pueden hacer daño; por ejemplo, hurgar en enfermedades. Yo he padecido varias, algunas graves y estoy aquí de milagro. Mi madre falleció de cáncer, mi padre también. Parte de mi familia también. Contesto lo más educadamente posible pero no me regodeo en ello. Quizá sea eso”. Está en contra del exhibicionismo personal en la ópera y en la vida.
*Esta entrevista se publicó el domingo en 'Heraldo de Aragón'. La foto la he tomado de internet de la página de 20 minutos.
2 comentarios
cristina moscardo -
ana a. -