DIÁLOGO CON BERNABÉ MARTÍ
Inicialmente Bernabé Martí no tenía ganas de hablar. Decía que la famosa era su mujer, que a ella sí que había que entrevistarle y que llevaba con orgullo eso de ser el señor Caballé. La entrevista se realizó en compañía de su amigo José Luis Lasala, y cuando caía la noche, Bernabé Martí salió disparado para dormir en su pueblo, su refugio a voces. Antes nos dejó sus recuerdos.
--Nací en una familia muy humilde. Mis padres eran ya muy mayores. Tenía un hermano de padre que me llevaba 31 años. Mi padre se casó dos veces y la primera mujer se le murió a los dos años, y luego fue cuando se casó con la que era mi madre. Con mi hermana mayor, Inocencia, me llevo 24 ó 25 años. Yo era el tardano. Hay una ermita que se llama la Virgen de la Sierra, de finales del siglo XV, dicen que si fue un monasterio del camino del Santiago. Era grande, con muchas habitaciones; hubo sacerdotes y santeros que vivían allí. El santero que subía tenía ganado y administrada un poco las tierras que había, pero se trasladaba más por vocación que por enriquecerse. Mis padres, en los años de la Guerra Civil, que afortunadamente apenas llegó a Villarroya, al saber que la casa se iba a cerrar sin nadie, pensaron que no podía ser que el santuario de la Virgen de la Sierra se quedase solo. Dejamos lo poco que teníamos en el pueblo y junto con un cuñado, mi hermana, que ya tenía una hija, y mis padres nos subimos allí con un rebaño de cabras y unas ovejitas. A mí me tocó ir con las cabras los dos años que estuve allí. Contaba nueve años.
--Ha dicho que ustedes eran los santeros. O sea, los ermitaños...
--Sí, sí. Vivíamos allí toda la familia. Mi padre y mi cuñado subían y bajaban.Teníamos tierras pobres, campitos muy pequeños. Sembrábamos un poco de cereal, sin descuidar lo poco que había en el pueblo, mi cuñado bajaba con las mulas por un camino infernal. Recuerdo que alguna vez se nos murió una oveja y que la bajamos al hombro los catorece kilómetros que hay. Teníamos dos o tres cerdos grandes y, como allí no podíamos matarlos, los bajamos a Villarroya por el sendero cubierto de peñascos y matorrales. Salimos mi hermana y yo con los cerdos antes del alba, y los dos o tres primeros kilómetros caminaban bien, pero luego empezó a salir el sol. Nos costó bajar dos días con los cerdos a Villarroya. Los animales andaban uno, dos, tres pasos y se echaban. No había forma de obligarlos a avanzar.
--Cuando cuenta que en la Guerra Civil no ocurrió nada, ¿qué significa eso? ¿No hubo asesinatos ni paseos ni venganzas?
--Muy pocos porque hubo unas personas que fueron muy inteligentes y supieron poner paz. Entre ellos, el cura que está enterrado en la Virgen de la Sierra, Bienvenido Moreno. Y otras personas que eran buenas y que amortiguaron todo lo que podían. Porque, como pasó en todos los pueblos, había aquellas envidias y odios de las derechas y las izquierdas, más que nada fruto de la ignorancia.
--Pero, ¿se daba cuenta el niño de lo que ocurría?
--Se oían los estruendos de los cañonazos que venían de cerca o de la parte de Zaragoza. Eso era casi todo.
--Villarroya de la Sierra es tierra de músicos. No lo digo sólo por usted, sino por don Manuel Cestero que tocaba el trombón, o por el director Ángel Millán.
--Este Manuel, Patato lo llamamos, es cuñado mío y aún vive. Tendrá 84 u 85 años. Fue el primero que quiso que yo entrase en la academia para que aprendiese mis primeras notas de solfeo. Mis padres me compraron un saxofón, y empecé a tocar en la banda, claro, hasta los 20 años, en que me fui del pueblo. No sabe lo que nos divertíamos allí porque salíamos a los pueblos de los alrededores y casi todo lo que ganábamos lo gastábamos después en meriendas. Villarroya llegó a tener 3.000 habitantes, ahora sólo quedan 600 ó 700. En la banda estaríamos unos cuarenta miembros o así.
--Si uno va a Villarroya y pregunta por usted, los vecinos desovillan una atractiva leyenda: que si el joven rabadán cantaba entre los rebaños, y de repente todos se quedaban deslumbrados. ¿Es verdad?
--No tanto. Cantábamos en la misa y el cura me decía: "Tú tienes una voz, Bernabé". Yo tenía un hermano aquí en Zaragoza, en la polícia armada. Vine aquí unos días, y no sé quién me dijo que había una señora mayor que entendía mucho de voces. Se llamaba Ascensión Vitored. Me hizo vocalizar y ahí descubrí lo que era un do de pecho. Se lo expliqué a don Bienvenido. "Ya te lo decía yoooo", contestó. Era muy baturrico. "Mira, tenemos que ir a que te oiga don Juan Azagra, el maestro de capilla del Pilar". Regresé ex profeso y me acompañó el cura. Don Juan Azagra me oyó. "Ay, tiene una gran voz, pero esta carrera es muy difícil". Estuve un año aquí en Zaragoza viviendo en casa de mi hermana e iba a estudiar todos los días con los Infanticos del Pilar y con don Juan, que me daba lecciones de solfeo.
--Aún no ha aparecido la figura de Calixto Martínez.
--Viene más tarde. Don Juan Azagra me dijo: "En fin, ahora de solfeo conoces bastante, tendrías que irte con un profesor bueno de canto". Me fui a Madrid. Y allí estuve dos años estudiando en el Conservatorio; volví a Zaragoza, y solicité una beca de la Diputación para ir a estudiar afuera. Aquí intervienen don Calixto Martínez y don Constancio Estéve. Los dos fueron mis segundos padres. Calixto tenía varias tiendas y Constancio pertenecía a una familia de Calatayud, que tenía fábrica de harinas y de licores, y el mismo monasterio de Piedra. Ambos fueron los que ayudaron los dos años que estuve primero en Roma, en el Conservatorio de Santa Cecilia, y luego un año y medio en Milán. En Siena vencí en un concurso y me eligieron para cantar una ópera, Hécuba, del maestro Bruno Rigazzi. Le voy a contar una anécdota pero esto no tiene gracia precisamente. A mí me vistieron de romano con aquellas falditas cortas y la que nos dirigía la escena, Marcela Bogoni, me preguntó: "¿Llevará pantalones debajo?" "Me he olvidado", le dije con malicia. "No puede salir así..." "Ahora ya no tengo tiempo de ir a ponerme nada --contesté-- Ya ataca el maestro". "Madre mía, no se le ocurra agacharse". La estaba engañando: llevaba mis slips, naturalmente.
--Estuvo en Roma, en Siena y en Milán. Parece que Italia es el gran mundo de la ópera. ¿Qué sensaciones experimentó en aquel mundo profesionalizado y sugerente?
--Milán era entonces la cuna del canto en Italia. Vivir en Italia te daba la oportunidad, aunque tuvieses poco dinero, de ver alguna representación, y allí vi a Corelli, Di Stefano, Del Monaco, me parecieron semidioses. Me quedé deslumbrado por los teatros, la preparación, la orquesta, aquellos escenarios.
Atraído por la sabiduría de Alberto Herede, se trasladó a Düsseldorf donde intervino en La vida breve, El caballero de la Rosa, Salomé. Las cosas no fueron demasiado bien, pero le dieron unas cartas de recomendación para Basilea y Bremen --entonces iniciaba su carrera una joven soprano llamaba Montserrat Caballé--, y retornó a Zaragoza desesperanzado. Volvería a Villarroya de la Sierra a cumplir su sueño infantil de vivir en el campo entre los animales y los surcos. Tiempo atrás había estado enamorado de una joven del lugar que no le hacía caso. No lo hizo: lo esperaba el Liceo y La cabeza del dragón.
--Esto fue después, en Barcelona. Me vine a Zaragoza y le dije a mi hermano: "Dejo la carrera de canto y me voy al pueblo". De pastor yo era el hombre más feliz del mundo. No pensé nunca irme del pueblo porque me gustaba la tierra y me sigue gustando. Don Calixto me dijo que eso no podía hacerlo. Me marché a Barcelona y efectué una audición en el Liceo y me eligieron para cantar La cabeza del dragón. La noche del estreno me aplaudieron después de la romanza. Tan nervioso estaba que dije: "No me aplaudan a mí, aplaudan ustedes al maestro". Alargué la mano como si quisiera decir: "Maestro, vamos a repetir". Tuve que hacer un bis. Ya no hice ese gesto nunca más.
--¿Por qué tenía tanto miedo?
--Voy a decirle una cosa: muchos años más tarde, cuanto tuvimos que suspender Norma en París con Montserrat, por primera vez fui a un especialista de tráquea, pulmones, etc. Y en cuanto me vio me dijo: "¿Cómo hace usted para cantar? Usted ha debido de tener dificultades de joven: la mitad del pulmón izquierdo la tiene toda enquistada, con una pleuritis, y no le funciona. Ha debido tener un principio de tuberculosis, pero hace mucho años. Cantar le habrá costado un tremendo esfuerzo". La belleza de mi voz, si es que tenía alguna, estaba sobre todo en el registro agudo. "Afortunadamente --me dijo el médico--, usted ha nacido con una tráquea amplia, si no usted sería asmático. No se va a morir de esto, tampoco se va a curar pero se aliviará tomando unas pastillas de Bisolvón". No descansaba nada cantando. Después de que llevaba un tiempo tomándomelas, llegué a disfrutar en la función porque podía hacer lo que sentía. Vino mi mujer aquel día al médico y nos dijo: "Para su mujer cantar es fácil porque si tiene un 90 de ventilación puede dar el 90. A usted, el 90 que tenía se le queda en un 70. Sé lo que le cuesta cantar".
--Ya ha salido su mujer. Creo que se conocieron en La Coruña.
--Sí, sí. Cuando yo vine después de cantar La cabeza del dragón del Liceo, estaba viviendo en casa de Miguel Fleta Pierre en Barcelona. Miguel es un hombre todo corazón y espontaneidad y conmigo se portó de maravilla. Una mañana me dijo: "Bernábe, tienes que ir a cantar Madame Butterfly a La Coruña". "¿Cómo? Si no me la sé". "Sí que te la sabes, has cantado el dúo". Cantar Madame Butterfly era una locura y yo debía sustituir al prometedor Alfonso de la Morena. Compré la partitura en la Carrera de San Jerónimo y me la fui estudiando en el tren de La Coruña hasta las nueve de la mañana. Yo había cantado ya un Rigoletto, sin apenas ensayos ni nada, en Barcelona, en el Teatro Calderón, Montserrat me oyó porque había venido de vacaciones. Le interesó mi voz y se acordó de mí para Madame Butterfly. Se ve que estaba tan preocupado que al terminar --Madame Butterfly acaba con un beso--, ni beso ni nada. O no lo di o lo di mal. A Montserrat no le gustó. Teníamos un amigo común en Barcelona. "Ha estado la Caballé". "¿Y qué?". "Dijo de ti que tenías buena voz, pero que parecías ser un poco tímido". Me enfadé o me dio un arrebato de coraje: por tonto no quería que me tomasen. Resulta que yo ya tenía el contrato firmado para cantar un concierto en el Liceo de Madame Butterfly con Montserrat. La partitura la estudié y la aprendí en seguida, tenía facilidad. Nos salió una representación espléndida, el teatro se venía abajo. Terminó el dúo, nos abrazamos y nos arreamos un beso como Dios manda. Debió ser el destino, no sé: a los 30 ó 40 días ya salíamos y ocho meses más tarde estábamos casados.
--¿Había dejado de ser tímido?
--Empecé a conocer a Montserrat, empecé a tratarla, empecé a ver sus cualidades, cómo era. ¿Que qué me atrajo de ella? Vi que era una persona extraordinaria, que amaba a la familia, a sus padres, a sus hermanos, y yo pensé que si era así, también podría amar a los hijos y al marido. No me equivoqué en este sentido porque los padres siempre estuvieron viviendo con nosotros. Los suyos, los míos ya habían muerto, aunque mi madre vivió hasta los 97 años y aún me oyó cantar.
--A partir de aquí empezó usted a cantar en todas partes: en el Carneggie Hall, en el Metropolitan, La Fenice de Venecia, el Teatro de Palermo, el Principal de Zaragoza. Conoció usted a todas las grandes artistas: Renata Tebaldi, Joan Sutherland…
--Con ella canté Norma, tres o cuatro veces...
--¿Y María Callas?
--La conocimos en Nueva York porque una noche nos llamó una señor de la casa discográfica La voz de su amo, y nos invitó a cenar. María fue muy amable y simpática, mostró una gran cariño hacia Montserrat y hacia mí. Nos dio consejos extraordinarios, no sé si ella ya conocía un poco nuestra trayectoria. Nos dijo: "Continuad como estáis. Vais bien". Ella no tuvo suerte en su vida sentimental. Volvimos a verla en París. Montserrat y yo teníamos que cantar Norma, en el Teatro de los Campos Elíseos, en una función en forma de concierto. Estando en el hotel, hacia las cinco o seis de la tarde, recibimos una llamada. "Montserrat, soy María". "¿María, María?". "Soy la Callas". "¡Oh! ¡Qué tal! ¿Qué quieres?". "He pensado que por qué no os venís a cenar en mi casa esta noche". Montserrat no conocía todavía la anulación del concierto, se había cancelado por una huelga de sindicatos. Fuimos a cenar a su casa, pero entonces ya estaba muy tocada. Eran los años 70 y se le veía una cierta tristeza porque su gran ilusión, su gran amor, había sido Onassis. Se le escapó de las manos y le quedó una gran amargura.
--Y cuando usted le dijo que era aragonés como su maestra de canto, Elvira de Hidalgo, ¿se emocionó?
--Habló algo de ella, tampoco demasiado. Sentía un gran cariño, un gran respeto. Sabía que le debía mucho a Elvira de Hidalgo.
--Eso de cantar con su mujer y ver cómo se convierte en una de las prima donnas de la ópera, ¿cómo lo llevó?
--Fantásticamente bien. Canté, procuré hacerlo lo mejor posible, me entregué a ello con toda mi pasión, sé que en algunos sitios lo hice no mal del todo, y ahí dejé lo que dejé. Pero para mí, después de casarme con Montserrat Caballé y después de haber tenido un pequeño aviso del corazón, estando en San Francisco, pues probablemente hubiera sido lo mismo. Para mí lo importante era mi familia, mi mujer y mis hijos, claro. Nunca sentí nostalgia o envidia, nunca me dije: "¡Caray, la carrera que podía haber hecho yo!" Me he empeñado en hacerlo todo con instinto de perfección. El día que supe que no podía responder a cierta cosas que yo sentía dentro de mí por una dificultad física me quedé hasta más tranquilo. Aliviado. Más que tenor, soy campesino. Me gusta la naturaleza, el campo, el paisaje, mi pueblo. Me dije: "Si Dios no ha querido que yo fuese mejor, pues, alabado sea". Soy creyente, rezo todas las noches a la Virgen de la Sierra y a la Virgen del Pilar.
*Hace algunos años le hice esta entrevista a Bernabé Martí. La encuentro entre algunos archivos míos y la rescato para el blog. Me parece muy interesante. En la foto, vemos a Montserrat Caballé y Bernabé Martí, tenor de Villarroya de la Sierra (Zaragoza).
8 comentarios
Pura Lapeña Garrido -
Guillermo Nicolas Lozano -
asun -
francisco seron chueca -
al final fué en MONTSERRAT.Llovió. pero no sería una venganza de la otra Virgen..... es broma. Saludos.
Miguel Labay -
Begoña Barbero -
Paco Serón -
Mayusta -