FERNANDO ARAMBURU. UN DIÁLOGO
“En Zaragoza conocí todas las facetas del amor”
“No quiero ser el escritor de los crímenes de los terroristas de ETA”
De alguna manera, la novela ‘Viaje con Clara por Alemania’ (Tusqutes) de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) empezó en Zaragoza hace casi treinta años: una mañana de 1982, hacia las diez, cuando una joven de ojos azules, de cabello rubio y moreno a la vez, pulsó el timbre de un piso de tres estudiantes. El que abrió, “a aquella hora criminal y extemporánea en la vida de un estudiante aficionado a trasnochar y a la marcha”, fue Fernando. La muchacha respondía a la llamada de un tablón de anuncios donde se ofrecía una habitación de alquiler. Poco más tarde, entre aquella pareja saltarían chispas o eso que se ha dado en llamar la química del amor. Meses después, el joven escritor y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza se vio en la tesitura de elegir entre quedar en España e iniciar el asalto a un puesto de profesor o marcharse a Alemania con su enamorada para vivir una gran aventura. Optó por el amor y Alemania, donde “he hecho de todo. Este libro de viajes, que también puede considerarse una novela, desde luego, es un homenaje de gratitud y de cariño, en clave irónica, al país que me acogió”.
-¿Cuánto tiempo vivió en Zaragoza?
-Desde 1979 hasta 1982. Pero en uno de esos años hice el servicio militar. He vivido en muchas calles: en María Moliner, en la calle Huerva, en la avenida de Goya, muy cerca de un semáforo al que daba mi habitación, en Gómez Laguna. Fue un periodo maravilloso para mí. Zaragoza significó la libertad, la diversión, acabar con una serie de rutinas familiares, todo era un ir y venir, dar vueltas. Me lo pasé genial.
-Concrete, concrete un poco más…
-En Zaragoza viví mi juventud al máximo. Fue una vida de estudiante llena de excitación, de fiestas, de amigos, de juegas nocturnas.
-¿Podríamos decir que su vocación literaria se forjó en la ciudad?
-Yo no diría eso. Ya había escrito antes. En Zaragoza escribí poco, pero me colmé de experiencias, de lecturas, de muchas lecturas, conocí el amor en todas sus facetas. Zaragoza era una ciudad barata y muy acogedora. Y, además, me gustó mucho la Universidad: recuerdo que había profesores como Agustín Sánchez Vidal o Aurora Egido, que tenían poco más de treinta años y era todo lo contrario a esos profesores apolillados y aburridos que de vez en cuando te encuentras en las aulas. Con ellos aprendías no solo literatura, sino cine, teatro, arte… También he tenido otros amigos inolvidables como José Fernández Moreno, el librero de Antígona. Ya le digo: el ambiente era muy bueno.
-Y un día ocurrió aquello: llegó el amor como una aparición.
-Sí. Aquella mujer es mi esposa y llevamos juntos desde entonces. Tenemos dos hijas, de 24 y 20 años. Sin un duro en los bolsillos y sin saber qué iba ser de mi vida, me marché a Alemania. Y ahí sigo, en Hannover. El pasado mes de junio abandoné la enseñanza.
-¿Qué hay de usted en el protagonista de su novela?
-Algo habrá, desde luego. Pero yo intento deslindar mis libros de mi propia vida. Hay cosas que me sucedieron a mí y le atribuyo a otros personajes, hay experiencias, sensaciones, pero estamos en un libro de ficción donde es el propio arte de la palabra el que da relevancia a las cosas. Yo creo que haya cosas más importantes que otras: es el escritor, con su estilo, con su intensidad y con su mirada, el que le da trascendencia y sentido a cuanto ocurre en un libro.
-Este viaje también tiene una motivación literaria.
-Sin duda. Esta es la historia de una mujer, Clara, a la que le encargan la redacción de una muy personal guía de Alemania, e intenta llevarlo a cabo en compañía de su esposo. Ella es y quiere ser una escritora profesional, y él no tiene ningún interés en serlo, pero por diversas razones también escribe el libro del viaje, un libro muy diferente al que escribiría ella.
-No obstante, podría decirse que les interesan cosas muy diferentes, pero igualmente literarias.
-Desde luego. A Clara le interesa conocer museos, casas de escritores, de compositores, visitar librerías, etc. Y al marido le interesen otros detalles. A mí como escritor me sucede un poco igual: me interesa todo, los amigos, las relaciones, hasta el paso de una mosca. Y todo cuanto ocurre lo someto a un filtro literario, intento sacar provecho de todo cuando ocurre. Desde que he dejado la enseñanza me ocurre una cosa curiosa: vivo las 24 horas como escritor, incluso cuando duermo, incluso cuando sueño. Por eso creo que este también es un libro, con humor e ironía, de un escritor que colecciona buenos momentos, que los ha vivido intensamente y que los recupera para el presente, para la novela, con la toda la riqueza de la lengua. Al recordar esos momentos, los quiere hacer presentes con todos sus sabores, sus olores, sus sonidos.
-La ironía es constante. Incluso con el gran escritor alemán Goethe, bautiza a un perro con su nombre, y además su libro dialoga con el suyo ‘Viaje a Italia’, al que tilda de ideal para insomnes.
-Ja, ja, ja. Bueno, ese libro es pesadito. Es pesadito. Entonces viajaba muy poca gente y la actitud de Goethe era muy distinta a la de mis viajeros. Goethe era un viajero analizador. Lo primero que hacía era contar el clima, pasear por las calles, recogía minerales y los coleccionaba y luego hacía un listado, describía minuciosamente todos los detalles de una catedral. Yo soy todo lo contrario: a mí me interesa sobre todo el ser humano desde una mirada irónica, contracultural y escéptica.
-El libro también habla de la tirantez conyugal. Da la sensación de que el marido busca un poco de sexo y siempre hay alguna extraña razón para que no lo tenga…
-Lo tiene, lo tiene, pero nunca lo describo. No soy explícito. En todo caso, el sexo es muy importante. Es una fuente de placer y de comunicación, pero Clara parece decirle a su marido que si quiere su orgasmo al atardecer o por la noche debe ganárselo. Debe conducir bien, cocinar o fregar bien, arreglar tal o cual cosa, hacer buenas fotos. Solo así obtendrá su recompensa. Las relaciones de pareja es otro de los elementos fundamentales del libro y se resuelven aquí por la vía jocosa. Este es mi libro más divertido, más lleno de humor.
-En sus libros anteriores, especialmente en ‘Los peces de la amargura’ (Tusquets) abordó el conflicto de ETA. ¿Volverá a ese tema?
Para mí la ETA no es un tema. Es un trauma y un drama que llevo muy dentro desde la niñez: he conocido a muchos muertos, a sus huérfanos, he conocido a un sinfín de víctimas, lo he sufrido como muchos otros vascos. Tampoco quiero ser el escritor de los crímenes de los terroristas de ETA. Detesto repetirme, cada libro es una aventura diferente, es un riesgo, pero tarde o temprano ese dolor reaparecerá en mis novelas.
-Usted vive en Alemania. ¿Sigue lo que ocurre en España?
-Por supuesto. Leo a muchos escritores alemanes. Me interesan mucho, pero también lo que se hace en España, he colaborado y colaboro en medios de comunicación. Sigo a autores más jóvenes que yo, por supuesto. Entre otros autores, me llama mucho la atención la narrativa de Óscar Esquivias, de Ricardo Menéndez Salmón, de Agustín Fernández Mallo. Siempre he estado muy atento a las nuevas generaciones, entre otras cosas porque yo nunca renuncio a aprender.
-En los últimos tiempos también ha reivindicado a Ramiro Pinilla y a Félix Francisco Casonova.
-Yo no soy crítico literario ni arqueólogo de la literatura. Hablé bien de ellos como lector. Soy un lector voraz, ocupo varias horas al día en la lectura. Y además con Ramiro Pinilla me ha ocurrido una cosa muy hermosa: me gustó mucho su novela, ‘Las ciegas hormidas’, me han pedido un prólogo en Tusquets y ahora tenemos una estupenda relación, una muy buena amistad, y eso para mí es muy emocionante. Por desgracia con Casanova, el autor de ‘El don de Vorace’ (Demipage, 2010), ya no puedo hacerlo porque se murió hace años.
*Una versión algo más resumida de esta entrevista apareció hace unos días, ayer sábado en concreto, en las páginas de Cultura de ‘Heraldo de Aragón’. Fernando fue extraordinariamente amable. Tras la entrevista, telefónica (a través de la gestión de Nieves Angulo), Fernando partía hacia San Sebastián a ver a sus padres. Esta foto de Fernando Aramburu es de Daniel Mordzinski, el maravilloso fotógrafo de los escritores.
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