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Antón Castro

DIARIO DEL MUNDIAL 2010 / 7

[Los mundiales de fútbol siempre han contado con capitanes heroicos, capaces de estimular a sus compañeros y de sobreponerse a las adversidades: Nasazzi, Obdulio Varela, Fritz Walter, Puskas, Moore o Beckenbauer. Sudáfrica, por ahora, está huérfana de líderes así]

 

José Nasazzi de Uruguay y 'Nolo' Ferreira de Argentina, 1930.

 

De Nasazzi a Casillas:

capitanes y reyes

 

 “Ser capitán es un oficio distinto, un trabajo extra” sostiene Luis Villarejo, autor del libro ‘Capitanes’ (LID Ed.). Si vemos ahora el Mundial echamos en falta a esos capitanes que eran una referencia, que tomaban el mando en el campo y en el vestuario, y se echaban el equipo a la espalda ante cualquier adversidad. Uno de los grandes capitanes de todos los tiempos fue José Nasazzi Yarza, el central uruguayo que se proclamó campeón del mundo en 1930, y campeón olímpico en 1924 y 1928. Lo llamaban ‘el Mariscal’: era un portento físico, comparable al brasileño Domingos da Guia. Había trabajado de marmolista y más tarde en los casinos de Montevideo. Viril y caballeroso, nunca destacó por su técnica, pero sí por su colocación, por su energía y por su ascendencia sobre sus compañeros.

El 'Negro' Obdulio Varela.

El francés Alex Villaplane fue el primer capitán de un Mundial. Fue ejecutado por la resistencia francesa bajo los cargos de “asesinato, alta traición y connivencia con los nazis (en 1943, después de obtener la nacionalidad alemana, había sido nombrado teniente de las SS)”, tal como recuerda el cinéfilo y gran apasionado del fútbol Juan Tejero en su libro ‘Grandes momentos de los Mundiales de Fútbol, 1930-1974’ (T&B). Sin embargo, el gran modelo de líder fue Obdulio Varela, ‘el negro’ Varela, el caudillo de Uruguay que asestó el ‘maracanazo’ de 1950. Un directivo uruguayo bajó al vestuario y les dijo a sus jugadores que tuvieran la dignidad de perder por menos seis de goles. “Por cuatro estaría bien”, dijo.

Según una leyenda popular, Varela se dirigió a los compañeros y les mostró los periódicos deportivos brasileños que habían escrito en la portada, “Brasil, campeón”, y orinó sobre ellos. Y ya en el túnel, cuando empezaban a atisbarse los casi 200.000 espectadores de Maracaná, dijo: “No piensen en toda esa gente, no miren para arriba. El partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada. Nunca pasó nada. ¡Los de afuera son de palo!”. En el descanso, gritó: “No nos pueden ganar. Son japoneses”. Cuando marcó Friaça, Varela enfrió el partido: reclamó un fuera de juego, solicitó traductor y volvió a arengar a los suyos. Schiaffino y Gigghia –aquel que diría luego: “Solo tres personas han podido enmudecer al Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo”- le dieron la vuelta al choque, y Uruguay obtuvo su segundo título.

Por la noche, Obdulio Varela se mezcló con los derrotados. “La tristeza de la gente fue tal que terminé sentado en un bar bebiendo con ellos. Cuando me reconocieron, pensé que me iban a matar. Por suerte fue todo lo contrario, me felicitaron y nos quedamos bebiendo juntos”, confesó. En su país le regalaron un Ford, que le robaron en menos de una semana.

Los húngaros de 1954 tenían un capitán inolvidable: Ferenc Puskas, el jugador que dos años después, tras la invasión de su país, se vendría al Real Madrid y dejaría a su amigo de la infancia, el formidable medio centro Josef Boszik, para siempre. En la gran final con Alemania, Puskas jugó lesionado y su carisma y la clase de sus compañeros sucumbieron ante el empuje, el entusiasmo y el talento de Fritz Walter. Tenía 34 años y era el imprescindible director de orquesta teutón, empeño que también asumía en los ‘diablos rojos’ del Kaiserlautern.

La selección inglesa de 1966 tenía por capitán a Bobby Moore, el líbero del West Ham, uno de los defensas más elegantes de su tiempo. Beckenbuaer, el gran capitán de Alemania 1974 (reemplazaba a Uwe Seeler, que lo había sido en 1970), se fijó en él para convertirse en el jugador más fino y en el más decisivo desde la retaguardia. Moore poseía una técnica excelente, sosiego y sentido de la anticipación. En 1970 a Moore lo acusaron en Colombia de robar un brazalete de diamantes y esmeraldas cuando entró a una joyería, con Bobby Charlton, para comprarle un regalo a su mujer. Lo retuvieron cuatro días en la ciudad y cuando llegó a la concentración en México, el entrenador Sir Alf Ramsey lo recibió con esta frase: “¿Cómo estás, hijo mío?”. El día que Inglaterra cayó, en Guadalajara, ante Brasil en un partido memorable, por 1-0, Pelé buscó a Moore para intercambiar su camiseta con él. Reconocía así a un gran rival y a un defensa inmejorable.

Kazimierz Deyna, capitán de Polonia 1974.

Grandes capitanes también lo fueron Cruyff, Pasarella, Maradona, Deyna o Facchetti. En Sudáfrica no es fácil encontrar liderazgos tan determinantes: en Alemania manda Lahm; en Francia, Evra; en España, el tímido y buen tipo Casillas… Quizá el que más llame la atención sea Fabio Cannavaro, un gladiador ‘azzurro’ de casi 37 años.

 

3 comentarios

sergio aravena -

un saludo para chupilk de senillosa neuquen, q los miro todas la noche, argentina le gana a alemania 2 a 0, vamos por la revancha del 2006. aguante german,corol y yayo(ismael) jajaja

pedro bernal -

los porteros creo que somos de una raza especial solos en las desgracias y tambien en las alegrias por eso a los niños que se meten en esta dificil demarcacion en el campo tenemos que mimarlos

Marcos Callau -

Sí, estoy contigo. Cannavaro es uno de los últimos ejemplos de lo que debe ser un capitán en un Mundial y eso que Italia no está muy bien que digamos...