DIARIO DEL MUNDIAL / 20
DIARIO DEL MUNDIAL / España tendrá la oportunidad de su historia ante una selección alemana que combina el poderío y la belleza y que practica, como casi nadie, el contragolpe.
El contragolpe
o cómo batir
a Schweinsteiger
En una de las primeras notas de este ‘Diario’ escribí que este iba a ser un Mundial de estrellas más que de equipos. Gran error, creo. La ciudad de Durban está asociada para mí a una figura esencial de la literatura: Fernando Pessoa. Vivió allí entre los siete y los diecisiete años con su madre y su padrastro, y era un joven perfectamente anglófilo que leía a los poetas ingleses, que soñaba con piratas y barcos, y no sé si el fútbol, tan inglés, había logrado seducirlo. Hay una preciosa foto de Pessoa, el gran poeta portugués que siempre quería ser otro, firmada por W. B. Sherwood en la que él aparece junto a un tronco, sobre el cual reposa su sombrero de fieltro. No sé si alguien se acordará hoy, en Durban, de Pessoa (durante algunos fue un escritor de culto: leído y glosado; inspiró una espléndida novela de Saramago): él es una misteriosa figura de las letras. Su paisano Cristiano Ronaldo ha pasado sin pena ni gloria, cabría decir casi lo mismo de Messi, y por ahora en el Mundial las figuras son un tanto menores: buenos, grandes jugadores, pero no absolutamente geniales como Pelé, Di Stéfano, Beckenbauer, Platini, Garrincha, Maradona o Cruyff. A ellos, que encarnan el fulgor y la poesía del fútbol, se les unen algunos candidatos inesperados: Sneijder y Robben, Villa y Casillas, Schweinsteiger, Müller y Özil.
Hoy en Durban se enfrentan los dos equipos con mayor clase. España es un conjunto que aboga por el toque, por la hermosura y por la elegancia: en las botas de sus jugadores el gol casi siempre nace del buen juego, de la fantasía, de una deslumbrante forma de asociarse y de dibujar un laberinto cuya salida a la realidad es la red. Alemania ha sido un equipo casi siempre compensado o fronterizo: intentaba administrar a su poderío natural, a esa dureza germánica tantas veces exaltada, un poco de preciosismo. Si en la Eurocopa, demasiado pendiente de Michael Ballack, no logró alcanzar la excelencia de la sutileza, aquí es otra cosa. Los alemanes golpean como nadie: vapulearon a Australia, a Inglaterra y a Argentina con un juego soberbio, diferente: físico, sin duda, pero de factura técnica, maravillosamente armado en el contragolpe. Alemania necesita golpear pronto. Con el marcador a favor se explaya a sus anchas porque lanza a sus jugadores por las bandas, y siempre tiene a Miroslav Klose muy pendiente de todo: el ariete aspira a lograr más goles que nadie en un Mundial, y parece que este será el último. Así, en el fondo, ha ganado los partidos importantes: ante Inglaterra tomó nuevos bríos cuando el árbitro negó el empate a Lampard, ante Argentina ganó de la misma forma: marcó primero, resistió las embestidas, soportó la amenaza del empate y se alargó al contragolpe. Punto y final.
Posee un equipo sólido que ha crecido y ha hecho muy bien la transición de un fútbol pesado, sin ángel, a un discurso sugestivo que destaca por su eficacia y por su firmeza. He insistido otras veces en sus figuras como el falso displicente Özil, pero quizá no he sido justo del todo con Bastian Schweinsteiger: estuvo maravilloso ante Inglaterra y le dio una lección a Maradona y a Mascherano de intensidad, de posicionamiento y de despliegue. Eso sí, cuando Alemania estaba sin luces y sin huecos, disparaba desde cualquier sitio. Como si no supiera hacer otra cosa. Es un pulmón, no es un cerebro aunque dirija y se complemente bien con Khedira.
Quizá Alemania esté un punto por encima de España. Por encima de la España que hemos visto, atosigada en la salida del balón, presionada en todo el campo, aherrojada por una intensidad física del rival, rayana a veces en la violencia. Alemania no será una perita en dulce, pero hasta se le ve un equipo más noble, nada dado a la gresca. Y ahí, España tendrá la oportunidad de su historia: combina la clase, la juventud casi insultante con la madurez, posee un estilo definido y, curiosamente, en los dos últimos partidos pareció encontrar aire en el último tramo de partido, algo que no le había sucedido ante Honduras ni Chile. España tiene momentos de brillantez, encuentra esa caligrafía tan personal que evoca el juego del Barcelona o de la España de 2008, y sabe buscar el contragolpe. Hasta en eso Alemania y España se parecen un poco. Tiene más gol Alemania, mucho más, pero este partido tiene el sabor de un choque inédito (a pesar de tanta historia que nos precede) y a la vez parece que va a ser el gran partido del campeonato. Toda una final anticipada. La final de los poetas. La final que habría soñado, visto lo visto, Fernando Pessoa, aquel niño que miraba los barcos y a los primeros futbolistas en Durban a principios del siglo XX.
*Este artículo apareció ayer en Heraldo, antes de la victoria de España por 1-0, con el testarazo de Puyol.
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