SÓCRATES O EL TALÓN DE DIOS
SÓCRATES
Hay futbolistas raros que flotan sobre el césped. Se mueven, zigzaguean aquí, amagan allá, bajan el balón y reptan con elegancia animal; hay un instante en que diríamos que parecen levitar. Que fundan un orden nuevo, una placidez, un deslumbramiento. Y eso ocurría con Sócrates, el centrocampista de cuerpo casi gigante, 1.92, y de pie breve, apenas un 37, que acaba de fallecer a los 57 años. El futbolista que se parecía un poco a su ídolo Che Guevara y que se reunió en el desierto con el atrabiliario Gadafi, cuando el tirano parecía un rebelde antisistema. Si lo veías, con sus pasos grandes de zancuda, sospechabas que era lento. Era tan esbelto que pensabas que iba a ser quebradizo, vulnerable a cualquier patada o empujón. Incluso tenía algo de hippie extraviado en un estadio: con aquel pelo ensortijado, con aquella cinta que reclamaba libertad y justicia como si fuera un Mesías de los pobres.
En sus días de gloria, los futbolistas llevaban un pantalón minúsculo y ajustado: hasta por eso reclamaba la atención el jugador del Corinthians. El doctor Sócrates poseía buen porte y nada hacía pensar que fuera un gladiador. Sócrates se buscaba a sí mismo y se encontraba en los demás. En el juego colectivo, en la arrancada, en el contragolpe, en el pase preciso, en aquella elegancia que empezaba por su actitud: siempre tenía la cabeza erguida. Se encontraba con los otros, con aquella media inolvidable que formaba con Falçao, Toninho Cerezo y Zico, empujados desde atrás por Junior; arriba los esperaba a todos el cañonero Eder. Sócrates era, con Zico, el líder del Brasil de 1982, que perdió ante Italia por 3-2: aquel equipo estaba llamado a hacer historia, pero le venció su excesiva facilidad, una cierta indolencia y la soberbia, y la pegada trasalpina, por supuesto. Rossi, con tres goles, lo mandó a casa y destrozó la leyenda futura de aquel conjunto, donde brillaba Sócrates.
Brillaban los demás, y brillaban mucho, pero Sócrates era especial: era un mago, un malabarista, un jugador táctico si era necesario, buen cabeceador y, ante todo, un centrocampista imprevisible. Desconcertante. De seda y de hierro, delicado y fajador. Siempre sabía lo que había que hacer. En 1986, en el Mundial de Maradona en México, Sócrates volvía a ser el mariscal del ‘jogo bonito’ de Brasil, pero también cayó cuando empezaba a librarse la batalla del título ante Francia en los penaltis.
Sócrates trajo al fútbol algo nuevo: el compromiso social, la defensa del paria, la exaltación de la libertad y de la república. Y dejó, y para ser centrocampista no es nada desdeñable, más de 200 goles. Nadie en la historia del fútbol ha golpeado de tacón como él: marcaba hasta penaltis. Si Maradona fue “la mano de Dios” y mucho más en el altiplano mexicano en 1986, Sócrates, el doctor Sócrates de balones, estrategias y almas de espectadores a la deriva, deberá pasar a la historia como ‘El tacón de Dios’. O, simplemente, ‘Talón de Dios’.
*Este texto, con leves cambios, apareció el martes en heraldo.es.
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gonzalo villar -