JOSÉ ANTONIO DUCE. RETRATOS / 3
RAFAEL NAVARRO. FOTÓGRAFO
José Antonio Duce me mandó otra sorprendente foto: esta de un irreconocible y muy joven Rafael Navarro, fotógrafo, nacido en Zaragoza en 1940. Empezó haciendo fotos de ballet y de teatro, y poco a poco fue transitando hacia el mundo que ahora le conocemos: los dípticos, los desnudos, el cuerpo convertido en el paisaje y el paisaje transformado en cuerpo. Copio aquí el texto que le dediqué a su última exposición: ‘Testigos’. Una de las más hermosas, sin duda.
‘TESTIGOS’: RAFAEL NAVARRO
Rafael Navarro presenta en el MICAZ una de sus exposiciones más rotundas: ‘Testigos’, una mirada al paisaje donde logra convertirlo en un desnudo, en una toma interior, en un diálogo de luz, en un abanico de percepciones y de sensibilidad. Casi al revés de lo que había hecho en otros trabajos donde lograba que un cuerpo desnudo adquiriese la forma de un paisaje, donde dos nalgas parecían una colina o un promontorio al atardecer. ‘Testigos’ es un trabajo que se ha prolongado durante varios años y que condensa la historia del fotógrafo embrujado por los jardines, por las plantas, por la exuberante naturaleza de Italia, Estados Unidos, Londres, etc. Luego, con su técnica perfeccionista, con su sentido del contraste y con ese desarrollo casi intuitivo ya del sistema de zonas, Rafael Navarro ha creado su propio álbum de la naturaleza desde una percepción íntima, delicada, y lo dota de un especial sentido de la composición. Navarro se ha definido como un artista de las sensaciones, un creador de estados de ánimo y de atmósferas: aquí exhibe todo el dominio de la técnica, ensalza los detalles, observa casi lo invisible (como esa hoja mordida por un tenaz insecto), crea bodegones o ‘vanitas’ en medio del vergel, y homenajea a grandes maestros, sin duda: Edward Weston, Manuel Álvarez Bravo, Imogen Cunningham o algunos fotógrafos japoneses, de modo muy evidente. ‘Testigos’ son la fronda, las plantas, la misma luz, la sombra, el mismo fotógrafo que mira, la Leica que acecha, ‘Testigos’ somos nosotros que miramos la foto y, sin quererlo, entramos en un edén que nos mira y nos perturba. Y nos sojuzga porque es evidente el intento de atrapar y fijar la belleza en su más estilizada abstracción.
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