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Antón Castro

'PASAJES DE VUELTA' DE JESÚS CUARTERO

El escritor Jesús Cuartero ha publicado recientemente su novela ‘Pasajes de vuelta’ (Eclipsados). Me explica sus intenciones y me envía dos fragmentos del libro:

 

La novela se trata de una historia frívola que no tiene muchas más pretensiones que entretener y agradar al lector durante las  tres horas que se invierten en su lectura, no obstante si que pueden apreciarse ciertos temas más serios que quedan sepultados bajo las noches neoyorquinas del protagonista. Seguro que tú encuentras otros más interesantes

a) la huella imborrable del pasado y los esfuerzos estériles que hacemos por escapar de él. De adolescente vi dos películas que me marcaron mucho al respecto. por Retorno al pasado de Jacques Tourneur y El último Valle con  Michael Caine y Omar Sharif. Siempre me ha gustado fantasear con la huída hacia adelante y los cortes por lo sano.

b) La emigración-inmigración ilegal, pero desde el punto de  vista de la clase media. La emigración por causas no económicas. No sólo de pan vive el hombre. Me apetecía mostrar el caso de alguien con el que pudiéramos sentirnos algo identificados y convertirlo en un sinpapeles que las pasa putas en un exilio autoimpuesto.  Me agradaría ver la reacción que pueden experimentar las personas que están contra los movimientos migratorios planteando que cualquiera de nosotros puede acabar de ilegal en otro país.

c) La expiación, me imagino que estudiar en un colegio de curas es lo que tiene.

d) El Real Zaragoza, este tema es algo personal pero no puedo evitar que cada vez más mi humor del comienzo de las semanas vaya unido a los resultados del equipo los domingos por la tarde. Me jode ser así, pero un empate o una derrota me enerva y me hace que hasta el miércoles no me encuentre tranquilo. La euforia de las victorias se pasa antes, y eso que no es que estemos acostumbrados precisamente.

e) El engaño y el disfraz. ¿Somos lo que hacemos? ¿Somos lo que parecemos?

 

DOS FRAGMENTOS DE ‘PASAJES DE VUELTA’

Jesús Cuartero. Eclipsados. Zaragoza, 2010.

 

La espiral rutinaria que era mi vida se quebró como una masa de hojaldre seco. Estaba en el trabajo pensando en los tres años en los que había estado viviendo con Sonia. Recordaba la tarde en la que me di cuenta de que lo nuestro no iba a funcionar. Eso fue la segunda vez que nos veíamos a escondidas en el taller de su padre. Hacíamos el amor dentro de una escultura metálica que acababa de vender a un Museo suizo. Sonia llevaba una pulsera de plata que hacía un ruido deshumanizado al golpearse con la superficie de zinc en la que estaba construida la obra no figurativa. Recuerdo que cuando me corrí, parte del semen cayó sobre la escultura, así que mi ADN debe estar expuesto en una sala del Instituto de Arte Contemporáneo de Lausana. Eso va a ser lo más cercano que voy a estar de exponer en un Museo.  Espero que los conservadores helvéticos no tengan nunca que restaurar la pieza de Ismael Gutiérrez. Al limpiar los restos físicos de la pasión sobre la superficie metálica supe que no teníamos futuro. Cuando lo dejamos dos años después, Sonia me confesó que también sabía que lo nuestro iba a ser como una copa de helado que se derretiría a los pocos minutos de servirse. Como siempre me había ganado. Lo sabía desde el día que su padre nos presentó “Aquí mi hija. Aquí el joven Sr. Faus, mi sucesor artístico…”

 

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Laura había adquirido el traspaso de la librería tres años atrás. Se la había comprado a un hombre que se llamaba Jack y que tenía un galgo que le hacía compañía. Se pasaba las tardes leyendo clásicos sobre una mecedora de principios de siglo mientras su perro, que se llamaba Jack como él, le miraba con ojos melancólicos. Jack, el humano, se cansó del negocio y puso un anuncio en varios periódicos. Laura acababa de cobrar un despido improcedente de una asesoría financiera para la que trabajaba de secretaria. Lo invirtió en Lame Duck. Le hubiese gustado cambiar el nombre. La aureola de malditismo y del perdedor le tocaba bastante las narices. Una librería que es un cero a la izquierda estaba condenada al fracaso empresarial, milagrosamente llevaba tres años sobreviviendo. No nadaba en la abundancia, pero se mantenía con la cabeza alta. Por supuesto había meses malos en los que iba a comer, más a menudo de lo que le hubiese gustado, con su padre y la farmacéutica a la casa de Long Island. Esos meses moderaba sus gastos y se quedaba con mayor frecuencia en su apartamento de Brooklyn viendo melodramas en blanco y negro con protagonistas que se parecían a Bette Davies, o incluso con la propia Bette Davies.

Lo que le daba miedo era acabar como Jack. Tener un perro que llevase su nombre. Empaquetar sus pertenencias y evaporarse como el rocío con los primeros rayos de sol. La historia de Jack me recordaba bastante a la mía. Evité mencionar el paralelismo. La última noticia que tuvo de Jack fue el día que le entregó las llaves de Lame Duck y el código de la alarma, que no era otro que la fecha de publicación de Absalom, Absalom de Faulkner.

 

 

*Las dos primeras fotos pertenecenn Jane Greer y Robert Mitchum, la primera, y a Jane Greer, la segunda; las otras dos son de Bette Davis.

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