FLORENCIO DE PEDRO EN FRAGA
El viernes 1 de Octubre, a las 20:30 h, en el Palacio Montcada de Fraga,
DEPEDRO inaugura su exposición
Entrespiral. Senda de la Memoria
Para esta ocasión, al ser invitado a exponer en las Salas del Palacio
Montcada, DEPEDRO ha decidido realizar obras que recojan las
series de casi dos décadas : Laberintos – Atalayas – Brumaria .
Esta muestra está compuesta por series de esculturas y grabados, en distintas dimensiones y de una gran extensión física, piezas que han sido estudiadas para adaptarlas al espacio del Palacio (s.XVII), configurando un itinerario, una deambulatio libre.
Citando a DEPEDRO: “Cada obra parte con una energía nueva, aunque viene de un periodo preexistente que se nutre de una serie de trabajos que no ven la luz pero son necesarios y previos como aproximación, abarcando un trayecto que puede cubrir varios años hasta completar una cosmología”.
El impulso irrefrenable de crear, lleva a DEPEDRO a un reto consigo mismo, consiguiendo “arquitectar” tanto exposiciones, como realizando Proyectos de Escultura Pública que le van solicitando en cualquier parte del mundo.
El espíritu de cada exposición es sorprender y emocionar, invitar a descubrir la belleza de los materiales, y ver cómo los amigos se alegran de los logros conseguidos.
Es el trayecto de una idea, guiada por un Sueño, que, madurando se hace obra, y arte compartido.
*Para esta muestra, Florencio de Pedro me ha pedido un texto. Y me ha salido esto.
FLORENCIO DE PEDRO: LA MATERIA Y SUS FUEGOS
Por Antón CASTRO
Hay artistas que se desvelan soñando. Artistas que piensan
hasta perder la noción del tiempo. Artistas que abrazan la materia
y el delirio en busca de la forma, de la imagen, del signo.
Hay artistas que viven en la pregunta permanente, artistas a la deriva
que pasean por su estudio con jardín como errabundos.
Florencio de Pedro es un pensador y un artesano, un poeta
y un panadero que amasa los sueños y estruja los metales.
Es un obrero de callosas manos y un alquimista de sonidos.
Es un hombre incesante que va del rayo a sus asuntos:
de la luna y sus espirales al centelleo de la soldadura.
Así anda siempre: como alma poseída por el diablo,
con la sienes a punto de estallarle. Es un puro sinvivir
y un arrebato de vitalidad. La creación imparable.
Siempre hace dibujos, planos, mapas. Siempre se afana
con las imágenes y los símbolos más o menos definitivos
que lo retraten y lo impulsen hacia nuevas sendas.
I
ATALAYAS
Uno de sus símbolos predilectos es la atalaya.
la torre del homenaje, la ventana que mira hacia la lejanía,
ese lugar donde se refugia el centinela de las estaciones
y el hombre sigiloso que se planta en el abismo.
Desde ahí, bien arriba, más cerca del cielo que del suelo,
se interroga sobre la fugacidad de las cosas, sobre el amor
y su levedad, sobre el arte transformado en incertidumbre
y precipicio. Mira abajo, hacia las vaguadas y los ríos agrestes,
adivina el fin, el adiós, la demolición de las quimeras.
Mira arriba y ve el celaje y su noche cárdena, tocada de astros,
atisba el espacio del pájaro, la ensenada de estrellas.
Entonces, en plena búsqueda del equilibrio de la creación,
Florencio de Pedro se queda ahí, en busca de sí mismo
y de su identidad con los ojos inundados de luz y misterio.
Se queda ahí y resuelve la perfecta manufactura del alma.
II
TRATADO DE BRUMAS
Todo en él es simetría y contigüidad. Puertas y pasadizos.
Pesadillas. Gritos en la oscuridad. Aleteos de la imaginación.
Va y viene por un territorio pantanoso de brumas.
¿Quién anda ahí, entre las aguas y las arenas movedizas,
qué espectro arroja al mundo su dolor y su llanto?
Florencio de Pedro viene y va por un vergel de neblinas.
La incertidumbre también es su reino. Y su destino.
De ahí sus brumarios: figuras, rasgos, monstruos, cabezas,
quién sabe qué ha visto, quién sabe qué ven sus ojos
estupefactos. Una voz, entre los alaridos del yunque, susurra:
“Avanza, poeta, loco del bronce, después de la niebla
está la claridad, la certeza del fuego, el oro de los tigres”.
III
EL LABERINTO DEL HOMBRE
Florencio de Pedro ha entrado en el laberinto.
En el laberinto de su conciencia, en su propio cerebro,
en el laberinto en el que fluyen los océanos y su oleaje,
en el taller donde se amontonan el bronce, el hierro,
los tórculos, las acuarelas, los dibujos, la tensión de las formas.
A veces sueña que le sajan la cabeza y que le miran dentro:
hay corrientes de agua, túneles, bosquejos del olvido,
letras de una enciclopedia o de un poema infinito,
hay espirales, líneas de luz, senderos que se bifurcan.
Todo. Todo está en ese cerebro abierto por las sienes.
Todo está en ese cerebro herido y repleto de manos humeantes.
El artista se pregunta: “¿Cómo salgo ahora yo de aquí?”.
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