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Antón Castro

PATRICIA RODRIGO: ENTREVISTA A LA DIRECTORA DE LA GALERÍA ANTONIA PUYÓ

“Me gustan los artistas

que explican

nuestro tiempo”

 

La directora de la galería Antonia Puyó, mejor espacio expositivo de 2010 para la crítica especializada, explica el estado del arte en Zaragoza y Aragón, las aventuras que emprende a diario y su voluntad de apostar por los nuevos creadores

 

 

Patricia Rodrigo Puyó (Zaragoza, 1980) ha vivido cerca del arte desde muy niña. Iba con sus padres, José y Antonia, a ver exposiciones en España y en el extranjero de arte contemporáneo. Tenía aguante, curiosidad y “no solía quejarme”. Su recorrido fue el inverso al del espectador corriente: habituada a las tendencias modernas y a los artistas que exponían en la galería de sus padres, el arte clásico era como una revelación, un deslumbramiento y una asignatura pendiente. En el fondo sería la sensación de que no conocía en profundidad la historia del arte lo que decidió su destino: abandonó el sueño de convertirse en arquitecta, como su tío Antonio, para estudiar Historia del Arte. Desde 2005, con apenas 25 años, es la directora de la galería Antonia Puyó (Madre Sacramento 31), que acaba de recibir de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte el premio a la mejor sala de exposiciones de 2010 “por su
acrisolada trayectoria como galería de arte contemporáneo pero especialmente por la renovación generacional en su gestión y por su fuerte apuesta en favor de artistas jóvenes y de nuevos medios”.

¿Por qué quería ser arquitecta?

Porque me gustaba mucho el mundo de mi tío. Siempre rodeado de planos y dibujos y de fotos de edificios. Colaboró un tiempo con el arquitecto José Manuel Pérez Latorre. Y por otra parte estaba mi padre, que era interiorista y decorador, y se quedó Moldurarte; acabaría convirtiéndose en galerista con mi madre en 1990. Y claro, a partir de entonces fue entrándome el gusanillo.

¿No todo en su vida sería arte contemporáneo?

En absoluto. He pasado veranos inolvidables en Ansó, donde disfrutaba del río y de las montañas, allí conocí a mis mejores amigos. Lo más fascinante puede ser una niñez de pueblo y yo la tuve. Ansó está muy vinculado al traje regional y nosotros tenemos una antepasada, Pascuala Mendiara, que fue modelo de los pintores Sorolla y de Zuloaga, y de fotógrafos como Ortiz Echagüe o Ricardo Compairé. Además, jugué mucho al baloncesto: tanto en Zaragoza, especialmente en el Casablanca, como en Segovia. Estuve un mes en Estados Unidos, tenía 17 años, me vieron jugar y me ofrecieron pagarme los estudios, pero al final me dio miedo.

En esos primeros años de la galería, ¿tuvo usted relación con los artistas?

Especialmente con Andrés Nagel, que exponía mucho con mi madre y con Maike Azurmendi, que coordinaba la galería. Hice un trabajo de fin de carrera sobre él: era el diálogo de una estudiante con un artista empeñada en desmontar lugares comunes. Nagel decía que siempre que leía las críticas que le hacían tenía la sensación de que hablaban de otro. Y ahí borrábamos su imagen de ‘artista maldito’. También conocí al escultor Miquel Navarro: estuve en su estudio de Mistela y compartimos muchas noches cuando yo era adolescente. Y a muchos otros, en Arco, que siempre ha sido muy importante para mí.

¿Por qué?

Me gustaba mucho. Iba siempre. Era como mi período especial de prácticas artísticas. Siempre me reservaba esos días. Estaba en la galería, como ayudante y como observadora, y veía lo que ocurría. Antonia Puyó acudió a Arco durante diez años. Arco era y es un escaparate: tenías la oportunidad de ver en unos pocos días el arte de todo el mundo. Con todas estas incitaciones, era lógico que estudiase Historia del Arte. Lo decidí el último año de instituto, en 1997. Cuando se lo dije a mis padres, me dijeron: “Pero, ¿qué carrera es esa? Eso ya lo tienes en casa. Elige otra cosa”. Entendí que me faltaba base, información, que había un vacío importante, y me fui a estudiar a la carrera a Segovia. Recuerdo que había cuatro modalidades: Restauración, Conservación, Investigación y Difusión. Yo me incliné por esta, que comprendía Museología, Crítica de Arte y Nuevos soportes.

¿Qué significó Segovia en su vida?

Significó la libertad, jugué al baloncesto con el Caja Segovia en Primera y en Primera B. Tenía un museo estupendo, el de Esteban Vicente, donde podía ver muy buenas exposiciones, y estaba muy cerca de Madrid. Al menos una vez al mes me iba al Reina Sofía y a distintas galerías de arte contemporáneo y emergente. Al acabar realicé un máster de la Complutense, de museografía y diseño de exposiciones, entre otras cosas porque soñaba con trabajar algún día en el Museo Reina Sofía. Lo hice gracias al máster durante seis meses.

No está mal. La cosa prometía.

Me lo pasé muy bien. Aprendí muchísimo. Y colaboré muy en una exposición del centenario de Cervantes: ‘Las tres dimensiones del Quijote’. Operaba en tareas de organización y coordinación, en la recepción de obras, en las relaciones con museos y galerías, en la preparación de seguros. Allí me enteré de que muchos museos que dejaban sus obras las envían tuteladas por un restaurador o conservador. Me lo tomé con tanto cariño que una de mis jefas me dijo: “¡No quiero pensar cómo lo harás el día que trabajes de verdad!”.

Todo un piropo. ¿Qué ocurrió luego?

De repente, recibí una llamada de Antonia Puyó, mi madre. Me dijo que se estaba planteando cerrar la galería y que necesitaba mi ayuda para devolver todas las piezas. A la vez, había salido una posibilidad de quedarme en el Reina Sofía. Cuando vine aquí, mi madre me propuso que llevase yo la galería. Me quería pasar el testigo; de lo contrario cerraba. Yo era algo que contemplaba, claro, pero a largo plazo: tenía que aprender, vivir, viajar. Cuando regresé a Madrid se lo comenté a mis compañeros del Reina Sofía.

¿Qué le dijeron?

Que no podía renunciar. Que ese era el sueño de alguien que ame el arte: elegir a los artistas y difundir su obra, preparar las exposiciones, programar, tener una galería propia. Me decía que era la oportunidad de mi vida.

¿Cómo llegó a Zaragoza?

Fue en 2005 y vine muy ilusionada. Teníamos la Exposición Internacional en puertas y eso también abría perspectivas nuevas. Recuerdo que por entonces también se abrieron nuevas galerías.

¿Se confirmaron las expectativas en 2008?

El arte en la Expo-2008 fue lo peor. O de lo peor. Todo fue de poco nivel, incluso las piezas de la ribera, sean o no de artistas importantes, son interesantes, pero de nivel medio. La política de exposiciones en el recinto dejó mucho que desear, no hubo una auténtica apuesta por el arte contemporáneo, salvo excepciones, pocas. No hubo un proyecto artístico. O si lo hubo, se desinfló pronto y ese evento tan importante no nos permitió colocarnos en ningún sitio. Sin embargo, la Expo fue muy importante: cambiaron las riberas del Ebro y a mí me encantó redescubrir un río que siempre me ha encantado, que siento muy mío y muy nuestro. Me gusta mucho Zaragoza.

¿Y ahora, cómo le va? ¿Se puede vivir solo del arte?

Es muy complicado vivir solo de las ventas. Es casi imposible, al menos para nosotros. La galería Antonia Puyó, que hace unas seis exposiciones al año, tiene una tienda de enmarcación, redacta informes museográficos, realiza estands y vitrinas de feria o de exposición, realiza montajes, hacemos diseños museográficos. Aragón está lleno de museos y de centros  de interpretación. Y además hacemos muchas exposiciones, casi todas de La Caixa.

Por ejemplo, ¿cuántos visitantes suelen acudir a su galería? ¿Cuántos cuadros se pueden vender al año?

Descontado el día de la inauguración, nosotros recibimos alrededor de 200 personas por exposición. En algunas hay más visitantes, sobre todo si es aragonés o un consagrado. Y luego hemos notado mucho que coincidieron cerrados, durante un tiempo, el Paraninfo y el Museo Pablo Serrano, digamos que nosotros formamos parte de ese circuito. Si las cosas van bien, podríamos decir que vendemos unos treinta cuadros al año, con precios que pueden oscilar entre desde los 100 o 200 hasta los 6.000.

Todo el mundo dice que es un mal momento para las galerías.

Lo es. Para las galerías, para el arte contemporáneo y para muchas cosas. Pero yo sigo confiando en Zaragoza. Va todo más despacio con la crisis, la ciudad no acaba de dar ese cambio que necesita en materia de artes plásticas. Quizá los galeristas tengamos fama de ser un poco distantes, pero también ha llegado la hora de que la gente deje de tenerle miedo a una galería. En Zaragoza nos falta sensibilidad para el arte contemporáneo, siguen interesando mucho el paisaje y el costumbrismo, y bastante menos la abstracción. Zaragoza es una ciudad mermada por su política cultural, y espero que el Museo Pablo Serrano sea el estímulo que todos esperamos.

¿Le gusta el edificio?

Me encanta, sí. Me gusta la parte exterior, con ese color verde Insalud. Me gusta mucho que se hayan ampliado las salas de exposiciones temporales. Creo que va a costar ponerlo en marcha y me parece que tendrá que apostar por exposiciones de calidad que se mantengan un poco más de lo habitual.

¿Cuáles son las líneas maestras de Antonia Puyó?

Nos interesa mucho el arte que se hace ahora, el arte actual y emergente, nos interesa mostrar lo que está pasando en el mundo con distintos artistas, estéticas y soportes. Me gustan los artistas que explican nuestro tiempo. Querríamos exponer obras que fueran iconos o reflejo de esta época de miseria, de prejuicios, de tensiones, de contradicciones, de lo rápido que va todo. Todas estas cosas las cuentan los artistas: unos narran o abordan la dureza con un envoltorio amable y otros son duros y cuentan cosas duras. Mi sueño sería poder vivir de la galería y que me acompañen los artistas por los que hemos apostado y por los que apostaré. Mi sueño sería que madurásemos juntos. 

 

*No he podido encontrar una foto más nítida de Patricia Rodrigo Puyó. Esta pertenece al archivo, en internet, de 'El periódico de Aragón'.

 

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