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Antón Castro

ADIÓS A BALTASAR LOBO EN EL PARANINFO

La mujer: materia, madre, cuerpo del deseo

 

[El Paraninfo acoge, hasta mañana domingo, una muestra de esculturas y dibujos de Baltasar Lobo (Zamora, 1910-París, 1993), un artista del exilio y la vanguardia que reivindica la maternidad y la belleza femenina]

 

Hay exposiciones que hay que verlas varias veces. Y una de ellas es la de Baltasar Lobo (Cerecinos de Campo, Zamora, 1910-París, 1993), que puede contemplarse en las dos salas de arriba del Paraninfo. Hay que volver a enfrentarse a sus temas, a sus texturas, al predominio de la curva, a esas formas que buscan la figuración absoluta sin renunciar a la abstracción, a esos cuerpos femeninos, antiguos, clásicos y modernos, que parecen dialogar con los de Pablo Gargallo, con las mujeres primitivas del arte ibérico o románico, y con aquella contundencia de la obra de Constantin Brancusi, el artista rumano que procedía del campo y que parecía un ciclón en su taller, un ciclón de talento y expresividad que acababa haciendo piezas de una estilización asombrosa.

Baltasar Lobo tiene mucho que ver con Brancusi: proceden del núcleo rural y ambos se sienten fascinados por París. Baltasar Lobo llegó a orillas del Sena un poco a la fuerza y un poco porque siempre había soñado con la capital del arte y la bohemia. Hijo de un carretero o transportista, que moriría en un bombardeo en la Guerra Civil, pronto se reveló como una criatura sensible que se formó en Valladolid y en Madrid, y que hubo de emprender el éxodo tras la derrota de la II República: lo hizo con su compañera Mercedes Guillén, periodista muy interesada por el feminismo y el anarquismo.

Lobo podría haberse ido a México, pero optó por Francia, por la Francia ocupada por los nazis, y finalmente se inclinó por París. Allí, contarían con grandes amigos y, en cierto modo, con protectores: uno de ellos, muy constante, fue Pablo Picasso, a quien le mostró sus dibujos. Y otro, fundamental, fue Henri Laurens, de quien fue ayudante y con quien perfeccionó su técnica. En la muestra del Paraninfo se perciben detalles incuestionables: Lobo era un maestro de la escultura, de los matices, del vigor expresivo, de la sensualidad, y parecía sentirse cómo por igual en el mármol y en el bronce. Lobo era un excelente dibujante: tenía esa mano precisa con el lápiz que poseen los buenos escultores. Lobo era un enamorado de la mujer: como madre que establece un hilo de complicidad y cariño y protección con sus hijos, como mujer que ansía la libertad, la expansión y la alegría, como cuerpo bello y armonioso que danza en el viento, como materia esencial que invita al amor, al sueño, que enciende el deseo y acaso una melancolía indefinible y está ligada íntimamente a la tierra y sus limos.

Tras tantas peripecias y ese círculo de amistades, Baltasar Lobo ya estaba listo para crecer. Era un republicano que había perdido el país. Era un republicano que había perdido a su padre, que le introdujo en el camino del arte y le invitaba a leer a Calderón, a Zorrilla y a los clásicos rusos. Era un republicano que se sentía incomodado con el franquismo y que no quería volver a España. Y era, ante todo, un artista con sus porfías y sus imágenes: a muchas de las mujeres que esculpió las había visto en la arena de las playas en el exilio jugando con sus hijos (hay varias piezas de niños) mientras el mundo esclarecía su destino, son madres que conocen el dolor del destierro, el sufrimiento y la muerte, son mujeres heridas, son mujeres que sueñan, mujeres-sueño. A muchas las había adivinado en las playas, con su redondo desnudo, o en la orilla se los ríos de su infancia y adolescencia, cuando empezó a soñar. De ahí la importancia de las maternidades, de las mujeres que se vencen en el puro ensimismamiento, de las mujeres que parecen salir del baño entre el oleaje bravío o que se exhiben al sol con esa carnalidad apacible, voluptuosa, sugerente.

Todo eso está en la muestra del Paraninfo. Y están los influjos que Baltasar Lobo asume: el arte ibérico y románico, el descubrimiento de las vanguardias y el especialmente el cubismo, la tentativa de realizar una obra abstracta, cuajada de movimiento y de gracia, y la figuración permanente, que le aproxima en muchas ocasiones, además de los autores ya citados, a Henry Moore. Hay un detalle capital: en esta exaltación de la belleza femenina, de la arista, de la curva, de la sensualidad, del arquetipo y de un erotismo, más contemplativo que excitante, casi místico, hay una permanente aspiración a la huida, al vuelo. Baltasar Lobo lo dijo así: “Siempre he soñado con una escultura de mármol que sea como un vuelo que se eleve desde el suelo para brillar en medio de la luz y nos haga olvidar la pesadez y la penalidad de la tierra”.

 

Baltasar Lobo. Esculturas y dibujos. Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Hasta el 17 de julio de 2011.

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