Blogia
Antón Castro

EL FOTÓGRAFO ANTONIO TUROK, VISTO POR PABLO J. RICO

EL FOTÓGRAFO ANTONIO TUROK, VISTO POR PABLO J. RICO

[Desde hace algún tiempo he recuperado la correspondencia con Pablo J. Rico, escritor, comisario de proyectos artísticos, soñador del arte, que reside desde hace unos años en México. Pablo trabaja con muchos artistas: publica catálogos, colabora en carpetas de arte y bibliografía, coordina y dirige exposiciones, y como casi siempre busca historias, poemas, imágenes. Me envía este texto sobre uno de los retratos más conocidos del fotógrafo Antonio Turok: “Con Antonio Turok llevo algo entre manos. Antonio es uno de los fotógrafos más ‘decisivos’ de la fotografía mexicana contemporánea. Presenté su última exposición en el Centro Nacional de la Imagen aquí en México”].

  

EL RETRATO DE MARÍA CARTONES:

 

VISIONES Y VIDENCIAS EN UN ROSTRO ENLODADO…

 

Por Pablo J. RICO

 

 

En su magnífico libro monográfico Chiapas. El fin del silencio (1998), Antonio Turok presentaba una cuidada selección de sus fotografías de entre las miles realizadas aquellos años en Chiapas (1973-1995). Confieso que una en especial me cautivó nada más verla por primera vez: el retrato de María Cartones… Antonio Turok escribía allí sobre la dramática historia de esta mujer:

 

María era una mujer indígena de San Juan Chamula que ostentaba un alto cargo religioso en su comunidad: era la esposa del pasión del carnaval, una épica celebración que conmemora la creación del mundo. El marido murió antes de cumplir su encargo y, por costumbre y tradición, María Cartones fue nombrada Martoma Sacramento, “guardián del santo”, el más alto cargo religioso que se concede a una mujer. Significaba que tenía que cumplir con las obligaciones rituales que dejó incompletas su difunto marido. Para que pudiera cumplir con este cometido, la comunidad le otorgó el permiso de viajar a San Cristóbal a vender algunos productos en el mercado y de esa forma pagar sus deudas. En el camino María fue violada por un grupo de jóvenes coletos y resultó embarazada. Cuando nació la creatura, le fue arrebatada de los brazos por un grupo de religiosas. María se hundió en la locura. Se paseaba por las calles con el rostro untado de lodo, gritando en su pobre español y en su tzotzil entrecortado:

            ––¡Por eso uso mi máscara! Me embarro de mugre el rostro para ahuyentar a los hombres que me ofendieron cuando vendía naranjas, piñas y calabazas”…

 

La máscara de María Cartones no es un simulacro ni un disfraz tras el que se esconde esa mujer. No oculta sino manifiesta, es su identidad; como lo es también su mirada mística (que no mira ni ve este mundo ni de lejos ni de cerca), esa ceguera de su locura. La cara enlodada de María Cartones la identifica e individualiza… Rostro más que máscara, transfigurado, transubstanciado, espejo en negativo de su trágica biografía, de la misma materia de sus paisajes atormentados. Todo está fundido, es indesollable, en su rostro…“Un sujeto no elige rostros; son los rostros los que eligen sus sujetos” (…) “Más que poseer un rostro, nos introducimos en él”… ––afirmaba Gilles Deleuze en Mil Mesetas, donde dedica todo un capítulo al rostro y la “rostridad”, la producción social, política y cultural de rostros e identidades…

 

No me interesa la genealogía del “pecado” de locura de María Cartones ni los mares de lágrimas ni los estratos de violencia que moldearon su rostro embarrado. Me conmueve sobre todo su verdad original e inocente, el triunfo de lo orgánico y natural en su rostro. Parece como si Michel Foucault hubiera presentido a María Cartones y escrito para ella estas palabras: “Ahora toda locura y el todo de la locura deberá tener su equivalente externo o, para decirlo mejor, la esencia misma de la locura será objetivar al hombre, empujarlo al exterior de sí mismo, desplegarlo finalmente a nivel de la pura y simple naturaleza” (…) El hombre no se convierte en naturaleza por sí mismo, sino en la medida en que es capaz de locura”… La locura retratada de María Cartones es natural, se mimetiza con la naturaleza, forma parte de ella y la representa en su retrato; es la punta del iceberg de un mundo a la deriva ensimismado en su propia catástrofe.

 

El problema de la locura atraviesa toda la obra de Foucault. Su magna obra Historia de la Locura en la época clásica no fue sino uno de sus remedios homeopáticos. Foucault hizo de su locura un arte de vivir. “Sólo podemos evitar la muerte y la locura si hacemos de la existencia un “modo”, un arte” ––escribe Deleuze refiriéndose a Foucault… Por supuesto que la locura de María Cartones no es la locura del filósofo; su oficio no fue pensar sino sobrevivir tras su máscara de barro. Su rostro era una cuestión de vida o muerte… Así lo supo ver Antonio Turok que sin querer o aun queriendo dio vida a María Cartones más allá de su locura en la cordura de su retrato. ––cordura, soga visual trenzada que nos liga felizmente voluntarios a un rostro, una mirada perdida, su ceguera de este mundo…

 

El retrato de María Cartones es mucho más que su imagen exacta, especular; ha sido fijado y está impreso en su misma materia. Es una fotografía esencial… Como afirma Bergson en el primer capítulo de Materia y Memoria, “la fotografía, cuando la hay, está ya hecha, tomada en el propio interior de las cosas y en todos los puntos del espacio”… Deleuze reivindica esta revolucionaria concepción bergsoniana de la fotografía: “El ojo está ya en las cosas, forma parte de la imagen, es su visibilidad. Bergson lo muestra: la imagen es luminosa o visible en sí misma, solamente necesita una “pantalla oscura” que la impida moverse en todos los sentidos con las demás imágenes, que impida que la luz se propague y se difunda en todas direcciones, que refleje y refracte la luz” (…) ”El ojo no es la cámara sino la pantalla. La cámara, con todas sus funciones preposicionales, es más bien un tercer ojo, un ojo mental”.

 

Me fascina la mirada del artista, cómo no, el hacer del fotógrafo, su ojo mental, cómo logra “presentir” el acontecimiento, suspender el tiempo y captar el instante haciéndolo eterno, recordarlo una vez más en su estudio cuando la producción definitiva de la fotografía… Al respecto Deleuze afirmaba que “no es que haya tiempos muertos antes o después del acontecimiento, sino que el tiempo muerto ––yo diría “ciego”–– está en el acontecimiento”… El retrato de María Cartones es un retrato de artista. Las imágenes indiferenciadas de los media nos convierten en miradas pasivas, a lo peor en mirones ociosos. Pero “no son los media sino el arte quien puede alcanzar el acontecimiento” (…) “el acontecimiento más común nos convierte en videntes”… Ese “acontecimiento” que el artista prevé y presiente en un instante, esa unidad de tiempos, espacios y formas que recompone en su estudio, sus videncias, son entre otros atributos diferenciados del artista, entre sus destrezas, sus principales señas de identidad…

 

El artista es un vidente… ––“evidentemente”. Al respecto no puedo por menos que señalar una de las últimas intuiciones de Jacques Derrida, cuando confiesa que a partir de un cierto momento se percató que el privilegio tradicional de lo visible estaba constantemente sostenido, fundado, incluso él mismo desbordado, por el privilegio del tacto… En Mémoires d’aveugle. L´autoportrait et autres ruines, Derrida reflexiona extensamente sobre todo esto. La convencional diferenciación entre ver y tocar, su especificidad sensorial, la cuestiona al referirse a un “tacto que ve”, esa exploración que suele hacer el ciego con los dedos o ese gesto tan típico de extender las manos para anticipar lo que se va a encontrar, un “prever sin ver”… El gesto del ciego es tender las manos hacia delante, explorar el vacío, anticiparse al peligro. Lo (im)previsible se busca y encuentra palpando. Es “la especulación que se aventura”, que diría Derrida…

 

Lo más sorprendente de esta reflexión de Derrida sobre la ceguera son sus analogías con respecto a la escritura y el dibujo ––¿por qué no también la fotografía?... La escritura va a través de la noche, más lejos que lo visible o lo previsible.” (…) “No (más) saber, no (más) poder: la escritura se entrega más bien a la anticipación”. Una anticipación que no sólo es previsión o predicción sino que va más allá del plan, de lo previsible y predecible; corre riesgos, es pura videncia apenas con la yema de los dedos. Así entiendo el arte, sobre todo las artes visuales, a los artistas, ciegos videntes, cuyo gesto “oscila en el vacío entre la prensión, la aprehensión, la plegaria y la imploración”…

 

El dibujante, en la medida en que dibuja es un ciego, su lápiz es un bastón de ciego, está “interesado por los ciegos”, está “comprometido entre ellos”… Una imagen que representa un ciego ––y María Cartones lo es, tanto por su locura ciega como por el éxtasis de sus visiones–– es algo más que un retrato hecho por un artista. En cualquier retrato artístico hay “una fatalidad del autorretrato”, es decir una necesidad, una especie de obligación, algo funesto, un tropismo inevitable… Al retratar un ciego, el artista retrata al ciego que él mismo es; es pues un autorretrato. El autorretratado se mira y nos mira; se mira a los ojos en los ojos de su modelo y en sus espectadores. Vidente del vidente y no de lo visible, no ve nada.… Todo retrato-autorretrato es de imaginación, pese a los espejos, los mecanismos ópticos y sus operaciones…

 

La palabra castellana “óptica” procede del griego “optikós” ––vista–– y se aplica a las cosas relacionadas con la luz, la visión o los aparatos, lentes, etc., destinados a perfeccionar la visión de las cosas, “ver más y mejor”, es decir sus prótesis… Una imagen artística en realidad  no es más que lo que se ve —como la imagen en un espejo. Sin embargo de algún modo extraordinario una pintura, una fotografía, actúan de prótesis de nuestras miradas, nos hacen ver más de lo que se ve, más lejos, más profundo, hasta ver lo que no se ve, lo invisible… Resulta sorprendente la contigüidad en los diccionarios de otra palabra que nada tiene que ver semánticamente con “óptica” y sin embargo parece que prolongara su significado esotérico. Me estoy refiriendo al término “optimismo”, que en filosofía sería la atribución al universo de la máxima perfección como obra que es de un ser infinitamente perfecto; también es una propensión a ver o esperar lo mejor de las cosas. Ensambladas “óptica” y “optimismo” parece como si nos quisieran revelar que “ver y reconocer” cosas tiene que ver con el optimismo del que mira y quiere ver más allá de lo que ve. Al igual que en el espejo cada uno ve según interpreta, aunque se trata de una imagen aparentemente unívoca, fiel a su objeto original. El espectador pesimista es el que no ve nada, apenas sombras, estrategias de ocultación, extravagancias… Benditos los mirones creativos, los espectadores optimistas conmovidos por su experiencia estética, hasta cierto punto también videntes cegados por el aura de la obra de arte, que no sólo recrean una obra, como diría Duchamp sino que crean su propia obra con fragmentos y despojos de lo que miran… Qué alquimia la de esta ceguera artística. Qué milagro el de estos mirones transformados en videntes… Qué maravilla la de este retrato de María Cartones ––el autorretrato de un fotógrafo vidente, ni más ni menos…

 

Un buen retrato me parece siempre la dramatización de una biografía, o, mejor dicho, el derecho natural inherente a todo hombre”… ––Baudelaire, 1859

 

 

Ciudad de México, mayo 2010

4 comentarios

CLsT sVRE -

Con permiso del Señor Anton:

Necesito ponerme en contacto contigo Pablo. Hace tantos años que he perdido tu e-mail.

Quisiera mostrarte el trabajo de un pintor amateur (una muestra de los cuatrocientos oleos que tiene) para que me des tu opinion. Personalmente me parece muy solvente, extrordinario, exportable, y moderno. Dejo e-mail. Por favor escribeme.

Myriam

Isidoro Gómez -

Sí, don Pablo, sería muy bueno que Antón le dejase colaborar, por los clavos de Cristo, cada día en su blog. No se si reventaríamos de risa, pero al menos nos divertiríamos mucho con sus textos, casi tan seminales como los de Deleuze, Foucault.. ¡Pobres mejicanos!

Pablo J. Rico -

Querido Antón… No suelo contestar las críticas a mis cosas pero sí a los insultos como los que me ha dedicado ese tipo que firma como Isidoro Gómez. Dado el cociente intelectual o la mala baba que le supongo al insultador no me extraña que adjetive de “palabrería” mi texto, seguramente haría lo mismo con una cartilla de lectura de preescolar o cualquiera de los textos originales, seminales, de Foucault, Derrida o Deleuze a los que cito.

En cuanto a sus considerandos sobre mi actual residencia mexicana tiene gracia que se escude en una especie de “nos” mayestático para definirse entre los que no “tragan” mis “bobadas”… Si tuviera la más mínima evidencia que tragando más boberías mías ese tipo fuera a vomitar toda la ponzoña que le supongo en sus entrañas y reventara de una vez, te juro, Antón, pediría por los clavos de Cristo me dejaras colaborar contigo en tu blog más a menudo, a diario si fuera posible, y librar así en unas semanas a la especie humana de tal energúmeno, al menos virtualmente. Menos mal que nos separa un océano por medio de educación y agua salada, de modos de ser y estar en la vida, en el mundo de las ideas, que no me gustaría rozarme siquiera en el autobús con tal personaje (sea “lo” que sea quien se parapeta tras “Isidoro”) no fuera a adolecer de salpullido e ictericia por el resto de mis días. Y es que la mala baba (espumosa y amarilla) es síntoma de rabia perruna, sobre todo entre perros de la calle, perdidos, abandonados o de mil leches. Aquí en México a tales perros se les llama “hijos de la chingada”…
Un saludo afectuoso y agradecido, Antón. Nuevamente te felicito por tu criterio, tu sensibilidad, toda la creatividad propia y/o ajena que nos regalas generoso cada día en tu blog…

Pablo J. Rico

Isidoro Gómez -

Un poco de criterio, señor Antón. Este texto da pena, es pura palabrería. Teniendo en cuenta las referencias -Derrida, Foucault..- no me extraña que utilice términos como rostridad o indesollable. Este Rico se ha tenido que ir a Méjico porque aquí ya no nos tragamos sus bobadas.