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Antón Castro

FÉLIX ESCRIBIÓ DE CHRISTINA STEAD

FÉLIX ESCRIBIÓ DE CHRISTINA STEAD

 

El domingo, en 'El País Semanal', Javier Cercas contaba que le había regalado su ejemplar de 'El hombre que amaba a los niños' a Félix Romeo, y que acababa de enterarse por ABC que se había publicado en español. Lo que quizá no supiese Javier es que Félix ya había firmado en la página ocho de 'Artes & Letras', que era la suya, esta reseña de la novela.

 

CASA DE LOCOS

 

Pre-Textos publica 'El hombre que amaba a los niños' de Christina Stead

 

Por Félix Romeo

 

 

 

 

[Christina Stead. El hombre que amaba a los niños”.  Traducción de Silvia Barbero.  Prólogo de Felipe Benítez Reyes.  Pre Textos. Valencia, 2011. 720 páginas. 36 euros.]

 

 

Casa de locos” es la expresión que utiliza para describir su propia casa Henrietta Collyer, Henny, casada con Samuel Pollit, Sam. También la describe en ocasiones como “matadero”, y lo cierto es que para ella, que vive allí gracias a la caridad de su padre millonario, es peor que si viviera en el infierno.

    Henny se casó con Sam pese a que no esperaba mucho de su relación, pero todo ha ido mucho peor de lo que pensaba: se ha cargado de hijos, el dinero no alcanza y detesta las ideas maravillosas y totalitarias de su marido. Así habla Henny a Sam sobre Sam: “Todo el día babeando a mi alrededor y llamando amor a eso, llenándome de niños mes tras mes y año tras año, mientras yo te odiaba y te detestaba y te gritaba al oído que te apartaras de mí, pero no me soltabas. En lo más recóndito de tu corazón estabas seguro de saber de dónde provenía tu maravilloso éxito, forzándome a quedarme aquí, en esta muela podrida de casa para hacer lo que a ti te convenía, obligándome a ponerme a cuatro patas para fregar los suelos, a lavar tu sucia ropa interior, tus viejas y desgarradas sábanas, tus mantas, incluso tus trajes. He rellenado colchones para ti y tus hijos. He cocinado para toda esa pandilla de asquerosos, malvados, ignorantes y jadeantes Pollit que tanto odio. He tenido que aguantar ese olor a perros muertos en toda la casa por culpa de ese formol del que estás tan orgulloso. He tenido que aguantar tus repugnantes animales y tus colecciones idiotas y tu fertilizante orgánico apilado en el jardín y tus charlas interminables. ¡Tus charlas y charlas y más charlas, que tanto me aburrían y que me saturaban los oídos! Soltando un rollo tras otro, hasta que pensé en matarme para escapar de ti, de tu mundo de grandes fantasmadas y de tu mano dura, siempre queriendo salvar a este mundo corrompido con tus chácharas...”.

   Christina Stead (Sidney, 1902-1983) publicó “El hombre que amaba a los niños” en 1940, en Estados Unidos, y pese a su fuerza y a su originalidad la novela pasó sin pena ni gloria (algo que habrían podido evitar los estudios de Hollywood, que renunciaron a la adaptación cinematográfica que les propuso Ring Lardner Jr). En los años 60 la rescató el poeta Randal Jarrell y fue entonces cuando la quiso traducir por primera vez al español la editorial Seix Barral, aunque finalmente algunos problemas lo impidieron: Juan Ferraté le habló apasionadamente de la novela a Javier Cercas, a quien le regaló la edición americana de bolsillo que habían leído los miembros del consejo editorial. Y ha vuelto a las librerías en este siglo XXI gracias a Jonathan Franzen, conocido por “Las correcciones” y ya estrella mundial de la literatura por su nueva novela, “Libertad” (Salamandra), quien ha afirmado que “El hombre que amaba a los niños” no es sólo una de las mejores novelas del siglo XX, sino también la mejor novela jamás escrita sobre la familia y el ataque más feroz contra el patriarcado de toda la literatura”.

    Y es cierto que Christina Stead hace en la novela un magnífico y brutal retrato del patriarca Samuel Pollit, un tipo que, como escribe Felipe Benítez Reyes en el prólogo, es tan indulgente consigo mismo como exigente e inflexible con los demás. Sam se sueña como uno de esos hombres del “Renacimiento” americano, como Thoreau, reconciliado con la naturaleza, y desea moldear a todos los seres humanos (y en especial a sus seis hijos, a quienes trata como si formaran parte de uno de sus experimentos científicos) a su imagen y semejanza, que para él, orgulloso de su ciega bondad, es lo máximo. Sam es un psicópata. Como psicópatas eran otros tiranos de la época, mucho más peligrosos, como Stalin, Hitler y Franco, todos preocupados por sus hijos descarriados y todos dispuestos a convertirse en Saturno.

    Henny es menos original como personaje que Sam, y recuerda mucho a dos grandes heroínas trágicas de la novela del XIX, a Ana Karenina y, sobre todo, a Emma Bovary, igual de acosada por las deudas, igual de insatisfecha con su marido y con su maternidad e igual de defraudada por sus amantes, mucho más imaginarios que reales.

    A los problemas de relación entre Henny, Sam y su familia, se añaden los problemas económicos: tienen que abandonar su casa en la ciudad, Sam pierde su empleo, la herencia soñada se ha convertido en humo... En ese regreso idílico a la naturaleza que sueña Sam, uno tras otro se van convirtiendo en animales: el pensamiento se va adelgazando porque tienen que mantenerse despiertos para alimentar el fuego que cuece una olla enorme de pescado apestoso.

    Ha habido que esperar muchos años hasta que “El hombre que amaba a los niños” se tradujera al castellano, pero la espera ha merecido la pena. La novela de Christina Stead sigue manteniendo su fuerza y su originalidad y su clima de pesadilla.

 

    FÉLIX ROMEO

 

*He aquí la impresionante caricatura de Luis Grañena. Ella es Christina Stead.

 

 

 

 

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