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Antón Castro

ADIÓS A GUSTAV LEONHARDT

Acaba de morir el gran intérprete de órgano y de clavicémbalo Gustav Leonhardt, que ha grabado excepcionalmente a Bach, especialmente las ‘Variaciones Goldberg’, y que lo encarnó en una inolvidable película de Jean-Marie Straub: ‘Crónica de Anna Magdalena Bach’ (1968). Leonhardt estuvo mucho por Aragón y Zaragoza, con González Uriol, entre otros. Hace dos o tres años conversé con Eduardo López Banzo, que había estudiado con él en Amsterdam y me dijo lo siguiente: “Me interesaba la belleza. Recuerdo que un disco que me marcó muchísimo fue uno de las ‘Variaciones Göldberg’ (Deutsche Harmonia Mundi, 1978, clave) de Bach, tocadas por Gustav Leonhardt. Me siguen pareciendo una obra única, muy particular en la historia de la música, de una intensidad y una complejidad asombrosas. Me quedé tan fascinado que quizá por eso decidí tocar el clavecín. Un día fui a la tienda y tuve la suerte de comprarme esa magnífica versión de Gustav Leonhardt, es una de sus grandes grabaciones y pasará a la historia. Lo ponía como si fuera un ‘mantra’, porque de hecho, creo que es una música que te la pones y es como si fuera un ‘mantra’. Va entrando y te va comiendo el seso, te hace conectar muchas cosas entre sí. Es una música que te hace reflexionar.

El azar es bello. Estudió en el Conservatorio de Zaragoza y al final dio clases con Gustav Leonhardt. ¿Cómo fue la experiencia?

Sí. Primero estudié en Zaragoza con José Luis González Uriol. Y luego, también con su ayuda, llegué a las manos de Gustav Leonhardt. Estuve con él en Ámsterdam, donde vive, de 1984 a 1986. Él te daba las clases como si fueran clases particulares en su propia casa, aunque era profesor del conservatorio de Ámsterdam, que apenas pisaba. Es un nuevo aristócrata del siglo XX, en su porte, en su forma de ser. En todo. Su casa es muy grande y está llena de antigüedades. Hay un clavecín en cada planta. Tener una clase con él era como encontrarse con una especie de oráculo. Te sentabas y él se sentaba como a diez metros de distancia en un sillón, te dejaba tocar y luego se levantaba y se acercaba a ti para decirte un par de cosas. Luego se volvía a ir a su butaca. Era como si quisiera aislarte en tu mundo para que hicieras música. Fue un privilegio tenerlo de profesor”.

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