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Antón Castro

LUIS MARQUINA. IN MEMORIAM

LUIS MARQUINA. IN MEMORIAM

[Guillermo Fatás Cabeza, Catedrático de Historia y ex director de HERALDO, entre otras muchas ocupaciones y cargos, ha sido uno de los grandes amigos de Luis Marquina Marín. Ayer, en la sección de necrológicas, firmaba un espléndido artículo sobre el gran librero de Hesperia, un hombre cultivado y sabio. Traigo aquí ese texto, que se suma al que publiqué ayer por gentileza de Paco Pons. Mil gracias a ambos y todo mi afecto para su familia. Hoy domingo, a las 10.35, se celebra el funeral por Luis Marquina en Torrero. La foto de Luis Marquina es de Laura Uranga, y pertenece al archivo de Heraldo.]

 

LUIS MARQUINA. IN MEMORIAM

GUILLERMO FATÁS – Heraldo, sábado 25 de febrero de 2012

 

Zaragoza. Ha fallecido en su casa, durante la madrugada del viernes, el librero Luis Marquina y Marín, nacido en Zaragoza en 1931. Es difícil exagerar la importancia de su tarea en la difusión del libro de asunto hispanístico y aragonés. Su padre, Santiago, acopió una importante biblioteca de asunto exclusivamente referido a Aragón, a la que bautizó ‘Moncayo’, en su lugar natal de Jarque, cuyos duplicados comenzó a ofrecer Luis en la serie de catálogos ‘Aragonensia’ desde 1973: era un reclamo irresistible para los bibliófilos especializados, que leían sus sobrias descripciones y recomendaciones, a sabiendas de que procedían de un experto. Pero esa fue solamente su faceta de bibliófilo y bibliógrafo aragonés. Ejerció otra, localmente notable, en su librería Hesperia, de la plaza de los Sitios, ayudado por su inseparable esposa y compañera, Nati Murlanch, a la que había conocido en 1948. En aquel excelente establecimiento, junto a las bien elegidas novedades editoriales, había una inverosímil trastienda repleta de imprevisibles sorpresas, debidas a su ojo clínico. La pequeña recámara, poblada de libros fuera de mercado, de ficheros y de papeletas, tenía prolongación en otros lugares de la ciudad, como la calle de la Manifestación, donde decenas de miles de libros interesantes hacían de Hesperia una inagotable biblioteca borgiana. El primer catálogo de su serie general apareció en 1956. Con el tiempo, fue haciéndose notar por la selección de los títulos incluidos. Luego llegaron sus glosas y apreciaciones certeras sobre los autores, las obras, los impresores, la edición y demás circunstancias que importan al buen degustador. Le ganaron fama: en esos párrafos condensados avisaba a su lector (no siempre un cliente) de que había conseguido la primera edición española del ‘Espíritu de las leyes’ (catálogo 25) o la ‘Nueva Ciropedia’ de Ramsay (catálogo 45), raro y pionero bilingüe inglés-español de 1799, de la Imprenta Real. Y, así, cientos de mensajes útiles y precisos. Ya hace unos años que los catálogos de Hesperia cuentan con la colaboración de su hija Natibel, que en estos meses pasados ha pilotado la edición número 77. A los catálogos especializados ‘Aragonensia’ se añadieron los de ‘Arábica y Judaica’ y, más recientemente, ‘listas’ escogidas. Solo este sentido depurado de la calidad explica que sus clientes habituales estén en el Japón y en el Vaticano, y que instituciones como la Biblioteca Británica, las universidades anglosajonas de más solvencia (Harvard, Yale, Princeton, Oxford, Cambridge), lo mismo que las francesas, constelen el rico mapamundi en el que Hesperia ha situado a Zaragoza como una ciudad sobresaliente en este importante comercio de alta cultura. Comprometido con la polis, no regateó su esfuerzo en momento complicados: estuvo en el nacimiento de Andalán y en el del PSA. Formó parte del primer Gobierno socialista de la DGA, como viceconsejero y, luego, director de Cultura. De esas labores suyas, que por desgracia para la política aragonesa fueron muy breves, proceden, por ejemplo, la edición facsímil del voluminoso ‘Aragón, Reyno de María Santísima (...)’, de Roque Alberto Faci o el rescate del Bronce de Contrebia, sobresaliente pieza epigráfica aparecida fuera de control en Botorrita, que Marquina, consciente de su excepcional importancia, acertó a poner en manos de la Universidad y del Museo de Zaragoza. Licenciado en Derecho, viajero perspicaz y contertulio fascinante, amigo de sus amigos y devoto indesmayable de Aragón, era tan receptivo a la inteligencia y la belleza como agrio con la zafiedad e intolerante con la ignorancia. En el mejor sentido –el gracianesco– de la palabra, fue un gran discreto cuya ausencia se empezará a notar desde ahora mismo.

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