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Antón Castro

GARRAPINILLOS, 0-ANENTO, 2

GARRAPINILLOS, 0-ANENTO, 2

En el fútbol casi nada es definitivo. Ni siquiera la derrota. Sin embargo, hoy el Garrapinillos jugaba en partido clave ante el Anento A Mesa Puesta, que se había destacado en la cima de la clasificación. Nos habíamos colocado a siete puntos, y habíamos bajado al cuarto puesto tras la debacle de El Burgo. En la charla de preparación del partido intentamos abordar todas las claves para ganar. La victoria empezaba en términos como mentalidad, trabajo, talento, disciplina y el cuidado de los pequeños detalles: desde un saque de banda hasta las pequeñas estrategias de defensa. Como casi siempre pusimos una alineación inédita con Luis; David Mateo, Pekerul, Lacabe, Rafa; Jorge Beltrán, Kike; Jorge Rodríguez, Diego Rodríguez y Alberto Luna; y Eloy Mateo. Volvíamos al 1-4-2-3-1. En el banquillo, a la espera, se han quedado Jorge Buil, Alberto Sancho, Alberto Rubio, Ángel Sanz y José Antonio ‘Pitu’, y jugaron todos, como es nuestra norma. El partido empezó con seriedad y con una leve superioridad de los rojillos de San Lorenzo: el campo estaba precioso, igual que la tarde, límpida, tocada aquí y allá de nubes en medio de un cielo azul casi de verano.

Así estábamos: jugando por las bandas, sobre todo por la derecha con Jorge, que ensayó varios disparos, hubo otras llegadas, no demasiada nítidas. Y en una de esas jugadas confusas, Jorge Beltrán cayó al suelo, un rival tocó el balón y dio un pase claro en profundidad: el ariete tomó la espalda a la defensa y Luis, en su salida, le hizo penalti, más o menos; el linier no levantó la bandera pero el árbitro sí, en realidad el colegiado jamás le hizo caso en ninguna apreciación al linier de los banquillos. Cero-uno, para los adversarios. El Garrapinillos siguió trabajando, peleó con entereza, casi a trompicones, sin claridad pero con insistencia y hubo dos o tres claras ocasiones: Eloy, Diego, que remató al poste, etc.

El partido, pese al resultado, estaba siendo como habíamos imaginado: intenso, librado de poder a poder, sacrificado. Y así seguimos en la segunda parte, pero hacia el minuto 20, el Anento nos tomó la espalda, uno de sus jugadores se internó y marcó entre las piernas de Luis. Seguimos peleando hacia arriba, trabajando, refrescamos el equipo, batallamos, pero al final no hubo nada que hacer: nos faltó definición y profundidad. Nos faltó un poco de temple y de serenidad, y la picardía del campeón. Si en la primera parte de la Liga, casi todo nos favorecía, ahora nada, ni siquiera ninguna de las decisiones del árbitro. Con todo, y eso ya no es consuelo, el Garrapinillos peleó mucho, trabajó en todas las líneas, recuperó a Lacabe, ha encontrado una nueva demarcación para Beltrán en el medio con Kike, que está muy trabajador y con más despliegue que nunca, e intenta fortalecer su juego con los pequeños: Jorge, Ángel (hizo una jugada muy bonita, pero disparó demasiado centrado), Alberto Rubio (rozó el gol al final), Pitu, y la calidad de Eloy Mateo, que bregó en solitario y siempre lleva peligro.

Si miramos la clasificación, nos hemos venido un poco abajo. Hemos pasado de ser líderes a bajar hasta la sexta o séptima posición; si atendemos al juego, el equipo sigue pugnando por volver a la parte alta de la tabla, por recuperar sus mejores sensaciones. Estamos decepcionados, claro: hoy no deberíamos haber perdido. Lo lógico habría sido, siquiera, un empate. Ahora, el Anento se ha marchado a diez puntos. Y nuestra fortuna se ha esfumado: cuesta admitir que un jugador como Óscar Cambra, especialmente (también echamos en falta a Jorge Blasco, demasiado intermitente por las lesiones, y a Fran, que estaba llamado a ser un puntal en el centro del campo y apenas ha jugado), haya sido tan determinante: al fin y al cabo el fútbol es el reino del gol. Y él lo tenía, y no solo eso: era una referencia para sus compañeros. Su lesión ha marcado nuestro parón. Siempre andaba por allí por la bota a punto. Con el gol entre ceja y ceja.

 

*En la foto de Jorge Buil, Enrique Kike Alcubierre pelea por un balón. Hoy volvió a realizar un gran derroche físico.

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