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Antón Castro

MINGOTE, UN CHICO DE TERUEL

MINGOTE, UN CHICO DE TERUEL

[El domingo, en el suplemento de ‘Hoy domingo’ de Heraldo de Aragón, que coordina Picos Laguna, Luis Alegre publicó este espléndido artículo sobre Antonio Mingote, a quien conoció en 2008 para una entrevista en ‘El reservado’. Cuelgo aquí el texto, lleno de calidez, de cercanía, de secretos y con una sorpresa final llena de humanidad. La ilustración es de Luis Grañena, a quien vi este fin de semana en Valderrobres con el librero Octavi Serret.]

 

 

Antonio Mingote, marqués de Daroca, fue un genio del humor suave. Hasta los 25 años vivió en Aragón y sentía un profundo amor por esta tierra.

 

ANTONIO MINGOTE, UN CHICO DE TERUEL

Por Luis ALEGRE. Heraldo de Aragón.

 

Antonio Mingote ha muerto a los 93 años. Yo le conocí cuando tenía 90. Nunca tardé tanto en conocer a alguien que admirara tanto.

 

Pertenezco a una de las muchas generaciones de españoles que han crecido con Mingote alrededor. Tal vez lo primero que vi de él, muy de niño, fueron los decorados de “Historias para no dormir”, la serie de Chicho Ibáñez Serrador en la tele de finales de los 60. Mingote tenía entonces menos de 50 años y ya formaba parte del paisaje.

 

Antonio Mingote había llegado a Madrid a mediados de los 40 como teniente del Ejército. Hacía tiempo que había descubierto que la vida militar no era lo que le iba a hacer feliz. Sus mayores pasiones eran el dibujo y el humor y desde los años 50 pudo ganarse muy bien la vida con ellas. Su gracia fue convertir en una obra de arte su mirada aparentemente naif sobre la realidad. Uno de sus grandes amigos de la época era el escritor zaragozano Carlos Clarimón. Los dos pasaban muchas horas en el Café Varela. Allí Clarimón le presentó al entonces poeta Rafael Azcona. El flechazo entre Antonio y Rafael fue inmediato. Durante muchos años fueron inseparables. Antonio llevó a Rafael a “La Codorniz”, la mítica revista de humor de la época, y Rafael comenzó a ser alguien. Rafael evocaba siempre a Mingote con enorme afecto. Era una de sus obsesiones más agradables. Era muy rara la tarde con Rafael en la que Mingote no saliera en la conversación.

 

A mí me daba mucha rabia no conocer a Mingote y decidí hacer algo al respecto. Hace tres años le escribí un email a Isabel Vigiola, su amor, su mujer, su mano derecha y su mano izquierda. Mi intención era entrevistar a Antonio para Aragón TV. En mi carta subrayé tres cosas: mi amistad con Azcona, el que yo fuera de Lechago, Teruel, y el que la entrevista estuviera destinada a la tele aragonesa. Antonio había nacido en Sitges pero se sentía muy aragonés. No era para menos. Hasta los 25 años vivió en Aragón: en Daroca - el pueblo de su padre músico y de su íntimo Ildefonso Manuel Gil - en Calatayud, en Teruel y en Zaragoza. Yo sabía que lo de Aragón le iba a llegar al alma. Isabel tardó muy poco en responderme: aunque Antonio, con 90 años, dosificaba mucho su tiempo y sus energías y apenas concedía entrevistas, en este caso la aceptaba. La razón principal estaba clara: yo, como él, era un chico de Teruel. Y a un chico de Teruel no le podía decir que no.

 

En la entrevista Antonio estuvo delicioso. Me habló de sus padres, de Daroca y Calatayud -los lugares donde estaban sus primeros recuerdos- y, sobre todo, de Teruel, una ciudad a la que llegó con ocho años y que le marcó de arriba abajo. En 1932 envió un dibujo del conejo “Roenueces” al suplemento Gente Menuda de la revista Blanco y Negro y se llevó la alegría del siglo cuando lo vio publicado. En la parte inferior del dibujo firmo así: “Angel A. Mingote. Trece años. Teruel”. En Teruel le pasaron algunas otras cosas decisivas. Allí tuvo su primera novia, o lo más parecido a una novia, y me llegó a decir que creía haber sido el primero de Teruel en atreverse a coger a su novia del brazo por la calle. Y, allí, con 17 años, sufrió el estallido de la Guerra Civil, una experiencia atroz para un chaval que se había pasado la adolescencia devorando la poesía de la generación del 27. Pero todos sus abuelos eran carlistas y él se alistó en la guerra como requeté. “Qué iba a hacer”, me dijo. Antonio nunca olvidó una escena espantosa. Mientras le estaban cortando el pelo en una peluquería de la Plaza el Torico vio cómo unos pistoleros falangistas tiroteaban a un grupo de republicanos. “Luego me di cuenta que en el otro bando las cosas eran iguales. Perdí toda esperanza”. También rememoró en la entrevista cómo hacia el final de la guerra caminó en la noche, bajo la lluvia, durante 40 kilómetros, para llegar desde Barcelona a Sitges, donde estaba su madre, a la que no veía desde hacía tres años. Al llegar a Sitges se enteró de que esa misma mañana su abuelo Esteban había muerto y luego pudo abrazarse con su madre, emocionada y rota. Al acabar la guerra vino a Zaragoza y se matriculó en Filosofía y Letras. Se recordaba como un mal estudiante al que le gustaba mucho ir al Plata: “Después de lo de la guerra, para estudiar estaba yo”.

 

En el verano de 2010 volví a llamar a casa de Antonio Mingote. Su mensaje de voz en el contestador automático era muy suyo: “Si tiene usted algo que decir, que no me extrañaría, hágalo después del pitido”. Mingote era el rey de la ironía suave. Mi intención era ésta: encargarle un cuadro que un grupo de amigos queríamos que fuera nuestro regalo de boda para Javier Bardem y Penélope Cruz. A Antonio le entusiasmó el encargo y pintó un cuadro magnífico alusivo a la pareja. Su gran amiga Pilar Bardem llegó a verse con él para contarle detalles que le pudieran servir de inspiración. Un sábado de septiembre fui a su casa a recoger el cuadro. Isabel me había anticipado el precio que Antonio solía cobrar por este tipo de trabajos y entre bastantes amigos logramos reunir la cantidad pactada. Pero Antonio se negó a cobrarnos un solo euro. Dijo que ese iba a ser su regalo de boda a una pareja que él admiraba profundamente. Pero él nunca presumió de ello y se empeñó en que no lo fuéramos contando por ahí. Ahora creo que es un estupendo momento para traicionarle: ese gesto retrata con mucha precisión su extrema elegancia. Discúlpame Antonio, pero lo tenía que contar. Ya sé que tú dirías que lo hago porque ya no me puedes regañar.

2 comentarios

Miguel -

¡Qué raro lo del contestador! Siempre cogía el teléfono Isabel.

angel portolés navarro -

magnífica entrevista a una buena y genial persona.