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Antón Castro

ENRIQUE CARBÓ, HOY EN A DEL ARTE

ENRIQUE CARBÓ, HOY EN A DEL ARTE

 

[Esta tarde, a las 20 horas, en la galería A del Arte se inaugura la muestra ‘En el paisaje’ de Enrique Carbó (Zaragoza, 1950), para la que he escrito esta aproximación al proyecto, a su estética y a su trayectoria.]

 

LA NATURALEZA ESCULPIDA DE ENRIQUE CARBÓ

 

Por Antón CASTRO

 

Enrique Carbó (Zaragoza, 1950) llegó a la fotografía por necesidad y por el estímulo de fotógrafos y expertos en fotografía como Andrés Ferrer, Rafael Gómez Buisán, Gonzalo Bullón, Julio Álvarez, Rogelio Allepuz y Ángel Fuentes. Pronto encontraría en el paisaje una forma de interpretación de la realidad: el paisaje estaba ahí, con su orografía y con su carga cultural, como un palimpsesto de imágenes y de sueños, y había sido analizado del derecho y del revés por maestros tan distintos, entre otros, como Ansel Adams o Edward Weston, que desarrollaron un auténtico sistema de zonas que portaba la llama de la modernidad. La naturaleza era un espacio de contemplación, de observación y de metamorfosis; ellos, más que ser documentalistas, interpretaban el paisaje. Creaban un código, un universo, una caligrafía cambiante con la mudanza de las estaciones. Adams hizo del paisaje una aventura de los sentidos y un espectáculo íntimo del objetivo. Weston convirtió el cuerpo en un paisaje y el paisaje en sustancia carnal. Los dos, a su modo, eran andariegos y exploradores.

Enrique Carbó también es un paseante de las montañas. Un andarín de su órbita con la cámara al hombro. Como Briet, como Soler i Santaló, como el citado Ansel Adams. Allá arriba, más cerca del cielo que del suelo, en el confín de un ibón, en la concavidad de un barranco, en un aprisco de pastor, en un col que fue refugio de contrabandistas y ventana abierta hacia las estrellas, en las colinas del ocaso, halla su territorio: su morada, su atalaya, el confín donde la mirada es libre y donde la selva, el bosque o la piedra altiva se transforman en otra cosa: en una escultura antigua, en un menhir, en una instalación, en un palacio improvisado o en el fortín de los gnomos, tan minúsculos como invisibles. “En la montaña tienes que hacer un esfuerzo, físico y de contemplación, y eso a veces te provoca una ascesis que te limpia la mente. Allá arriba la mente trabaja y los ojos miran, en realidad ven, conquistan esa mirada productiva y productora de imágenes. Para mí la hermosura no está en el paisaje, está en la propia foto”, dice Carbó.

Lleva Enrique Carbó más de media vida caminando monte arriba. Es el montañero fotógrafo y el fotógrafo de la montaña. Huye del preciosismo o de la majestuosidad evidente de las cordilleras. El suyo, por decirlo así, es un romanticismo contenido, de piedras labradas en su propia mente y en su propia lente. Enrique es un buscador de un ángulo concreto, de una luz especial, de un relieve; se define por la posición del fotógrafo. No se conforma con lo que todos vemos: con la grandeza que invade el ojo. Con la paleta exuberante de colores. No. No se conforma con el impacto de una textura. Con el arabesco desnudo del pedregal. Le definen otros matices: la memoria, el punto de vista, la imaginación, el sueño o la piedra encontrada de golpe al mirar de forma no usada. Con los ojos de poeta que se atreve a escrutar para ver. Y aprehender.

‘En el paisaje’ resume la obra y el universo de Enrique Carbó. Sus obsesiones. La búsqueda de la perfección en el positivo. Su defensa de la fotografía analógica y su pasión por el laboratorio. El compromiso radical con sus principios: él desarrolla un concepto, una apuesta, una estética que dialoga con la tradición y contra ella. La cámara interviene en la escena en esta travesía de años que él denomina, tan literariamente, ‘working in progress’, un trabajo en el tiempo. Un trabajo con el tiempo de la luz. La obra siempre en marcha. En la galería A del Arte presenta varias series complementarias. O entreveradas entre sí: son como los afluentes y los meandros de un río, las partes de un todo. La primera serie se titula ‘Fictional Primitive Sculpture’ y está realizada en el col de Causiat, en Candanchú, entre la frontera de España y Francia: Carbó descubrió una piedra de cinco metros que tenía un mensaje oculto. Y digo descubrió porque le ha intentado extraer todo: el corazón, el temblor, el relieve, la forma sorprendente, la vida oculta. Al fondo, se ven distintos cielos con diversa claridad y la galanía del horizonte anchuroso. Ahí también está un matiz esencial. Dice el fotógrafo que quizá haya realizado todas las tomas con una especial luz de la tarde. “Así las fotos son como una escultura primitiva, un menhir, una piedra encontrada, casi de ficción. Estas imágenes son esculturas producidas por el movimiento de la cámara, por la posición del fotógrafo”, insiste el artista. En cierto modo, esta es una consideración que puede extenderse a toda la muestra.

La segunda serie se titula ‘Memoria de la cantera’ y está vinculada a una anécdota entrañable: en Jaca, en el denominado Paseo de la Cantera, que alude al canto de la explanada del río Aragón, hay una serie de árboles que parecen esculturas, formas fósiles, arrugas de la madera difunta. En Jaca existe, o existía, un jardinero que cuando se moría un árbol le podaba las ramas y lo dejaba ahí como un fragmento de la memoria de lo que había sido el parque. Enrique se ha acercado a esos volúmenes cuando cae la noche, o quizá ya de medianoche, y como si fuera Josef Sudek los ha fotografiado con esa apariencia estática de estructuras, totems o moles varadas en el tiempo. Esos troncos son los residuos de otra existencia: los restos del naufragio.

La tercera serie se titula ‘Gardens’. Jardines. El artista no busca, encuentra. El artista anda, mira, indaga. Se deja ir al aire de su capricho con un anhelo: tropezarse con el tesoro. Merced a la mirada, a la capacidad de edificar una abstracción desde el objetivo, halla  espacios “que me recuerdan lugares especiales, con atmósfera, diseñados por un maravilloso arquitecto de jardines”. Le sucedió en un ibón de Piedrafita, en el valle de Tena, donde encontró una suerte de jardín de los gnomos. Pero también es capaz de ver un ‘Jardín de las Delicias’ de El Bosco, con un paraíso especial para sus ominosas figuras.

Enrique Carbó ha recuperado para esta muestra obras de distintas épocas. Proyectos e imágenes que habían viajado con él a lo largo de los años y que ahora muestra por vez primera: instantáneas de la Canal de Izas, de 1992; piezas como ‘10.00’ y ‘10.05’ capturadas en Borao; ‘Le bateau ivre’, ese ‘barco borracho’ que tomó en los barrancos d’os Batanes, en el valle de Tena, en agosto de 1989. Proyectos e imágenes que ahora cristalizan en un todo y en una idea: estas “construcciones de carácter conceptual” que nacen de caminatas y de momentos excepcionales de ánimo, de luz y huida. La quinta serie sería ‘Tres estudios románticos y una coda’. Enrique Carbó no es un buscador de la belleza más deslumbrante, pero aquí, en el valle de Canfranc, aisló unos árboles y compuso un paraje especial, que recuerda a los románticos alemanes, a Hölderlin, a Friedrich, tal vez, al mundo imaginario de Goethe. La ‘coda’, que propone un retorno al origen o a los inicios, corresponde al ibón de Besiberri. Hay más piezas, al menos dos dípticos: uno es una composición que evoca el mundo pastoril de alta montaña de Ricardo Compairé (“Pero qué miraban. / Ensimismados. / Yo lo vi”, dice la leyenda) y la transparencia evocadora del lago de Pondiellos. Y el otro se titula ‘Accidente’, y capta los despojos de la avioneta Robin que se desplomó en la Canal Roja (Canfranc) el dieciséis de julio de 2000 y que él fotografió tres años después.

Enrique Carbó ofrece en ‘En el paisaje’ una síntesis de su mundo y de más de treinta años de fotografía. Hay emoción, vida, sacrificio, empecinamiento; hay una hermosa lección de arte y cultura. La cámara hace hablar a la naturaleza y esta se revela con elegancia y precisión, con la exactitud de la geometría y del volumen. En el fondo, para Enrique Carbó monte arriba se halla el perfecto paraíso para el ojo y para esa cámara de gran formato que se planta en las cumbres como un árbol centenario.

 

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