LA OBRA MAESTRA DE ESPAÑA
LA PIZARRA DE LOS HÉROES
Una obra maestra
para la eternidad
Antón CASTRO
España ha realizado una obra maestra: ha jugado uno de esos partidos asombrosos, llenos de inspiración, de talento, de rigor y de imaginación. Un partido perfecto para la historia: un manifiesto redondo de su estética. El juego de billar francés, el “jogo bonito” latino, la poesía más sublime que nunca del tiquitaca, la resurrección artística del Brasil de 1970. Italia llegó fortalecida a la final y con una leve ventaja psicológica. En cierto modo, el partido ante Alemania nos había hecho creer a muchos bastantes que era un equipo casi invencible, abogado del buen fútbol.
Sin embargo, desde los primeros minutos España salió desarbolada. Desarbolada de inteligencia y afinación. Pronto vimos que Xavi estaba dispuesto a realizar un partido magistral y a eclipsar al director de orquesta ‘azzurro’: Pirlo. Pronto vimos que Cesc había madurado en el debate del falso nueve y que salía a borrar cualquier sombra o incertidumbre. Y veíamos también que Silva estaba más enchufado: él quería convencer, demostrar que es un grande que respira genialidad y magia dulce. Todos. Todos estaban más concentrados que nunca. Iluminados. Ambiciosos. La baza secreta era probar al planeta que han labrado un estilo, una forma generosa de la felicidad, toda la belleza del binomio bota-cabeza sobre el césped.
España impartió una lección magistral. Abrió el manual de sus esencias más absolutas. Azuzo, recupero, hilvano, controlo, profundizo, me divierto, podría haber dicho cada uno de sus jugadores. Fue ordenada y compacta atrás, se mostró intensa, contundente y guerrera cuando fue preciso. Y Jordi Alba volvió a dictar una clase indecible desde su demarcación: aguantó, fijó a sus marcadores, robó y se lanzó al ataque como un guepardo, y así nació el segundo gol. Si el primero fue un arrebato de toque, profundidad y osadía, concluido con la astucia y los reflejos del mago canario, el segundo fue la exhibición de un concepto: el pase preciso de Xavi y el remate de Jordi Alba.
Italia quería y no podía. Italia se desgañitaba, pero no encontraba ni el balón ni la bota sedosa de Pirlo. Italia veía pasar el balón como un intruso o un objeto ajeno e imposible. Busi y Alonso robaban, combinaban, triangulaban con garbo y con la aplastante seguridad del triunfador. La noche se había aliado con el equipo noble a carta cabal. Xavi volvía a ser el tiralíneas esperado, el maestro de ceremonias, la batuta de claridades. Y luego llegarían los goles Fernando Torres y Juan Mata: los españoles culminarían el mejor partido de España y el mejor partido de la Eurocopa de 2012 con dos tantos más.
Uno se pone a soñar, uno se pone a imaginar una jornada de luz y delirio, las cifras de una victoria ideal, y no se le habría pasado por la cabeza ni la goleada y ni las dimensiones del choque. España siempre juega con más brillo con los mejores: anoche ante una Italia digna, sedienta de más títulos y orgullosa, el combinado de Del Bosque se adornó de calidad, de belleza, de sacrificio, de intensidad y de oficio, y eclipsó a la feroz competidora. Nadie le dio nada. Ni siquiera le pitaron un clarísimo penalti en el área italiana. No le dieron nada y se lo ganó todo. Este nuevo título es una confirmación y es un mentís a los agoreros, a la historia y al río de fatalidad que dibujaban los rumores y la falta de fe.
España ha coronado su propuesta. La ha elevado a la colina de la hermosura y de la emoción. Este título es para todos y es el triunfo que vuelve a demostrar que Vicente del Bosque es un hombre irrepetible: un entrenador para la historia, carne de mito, aroma de leyenda. El hombre feliz sin lágrimas. Como Iniesta, el futbolista del aire. Como Casillas, el redentor. Como Xavi, el ilusionista que usa chaqué y un ordenador central. Como los demás campeones que se han afanado en vencer cualquier augurio nefasto. Como Miki Roqué, que llora con todos en su campo de estrellas. Esta victoria también le tiene a él un puente hacia la inmortalidad.
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