RAFAEL FOMBELLIDA: POEMAS
El poeta cántabro Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959), que también asume labores de edición y es un apasionado de las revistas poéticas, publica un nuevo poemario: 'Violeta profundo' (Renacimiento, 2012). Con total gentileza me envía una selección de textos del libro. Todas las fotos son de August Sander (1876-1964), uno de los más grandes fotógrafos de todos los tiempos.
MATINAL DE DOMINGO
Blessed are the dead that the rain falls on.
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
Un día estaré muerto y no sé bien
si entraré en esta tumba en donde hay tantos.
El último, mi padre. No cabían las asas
y hubo que romperlas y ponerlas encima
de su ataúd. Eran las portezuelas
de ese cielo en que crees, en que él creía.
De los otros que hay dentro piensa que
unos se detestaban entre sí,
otros se malquerían simplemente,
que mi abuela fue tierna, pero su tío, abyecto.
La muerte de mi padre obró el milagro:
la familia está unida al fondo de este nicho
revuelta en una bolsa de plástico celeste
que algún sepulturero cerró mientras silbaba.
Yo diseñé la labra de su lápida
y le mandé grabar nombre y dos fechas.
Ya sabes, entre ellas, los días fueron suyos.
Los otros escribí con letra más pequeña.
Benditos sean todos cuando la lluvia roce
el alero de tejas saledizas
y gotee sobre el guijo que pisamos.
Permite ahora que bruña con mi paño el granito
y deje, arrodillado, mi lámpara de aceite,
porque en cuanto me pueda levantar,
de seguro tendrás que sostenerme.
ENTRE HECES Y ORINAS
Siempre es ocioso el sueño, te diría,
porque dormir es ya pudrirse un poco,
y descansar, volverse como un resto
que puede transportarse y darse tierra.
Por ello, en este alba de verano
me acerco a la terraza mientras duermes
y miro desvestirse a tres muchachas
que han bajado a la playa a muy temprana hora.
Reflexionar es tedio; observar, alegría.
Son delfines, erizos, cotas altas,
y entre higueras retozan, juegan y se acarician.
Cuento brazadas, giros, inmersiones,
nalgas duras, dorsales trabajados.
Te veo desperezar y me preocupo,
porque me quedaría aquí sesenta años.
Sé que vas a decirme lo que yo también pienso,
pero deja que espíe su lustral ablución,
aunque sepamos que ellas y nosotros nacimos
y también moriremos entre heces y orinas.
GEÓRGICA
Hermoso es aguardar su acometida.
Excitante escucharlos hociqueando
junto a los cobertizos y las cuadras,
entre el pastoso aliento del ganado.
Buscan algo de mí que no comprenden,
que enardece su sangre, y que poseo.
Cuántas veces quisiera acariciarlos,
hablarles en mi lengua, cobijar
esa mirada turbia malnacida
y entregarles la mano a su placer.
Pero los dejo huir y, amaneciendo,
el peligro se extingue con el astro
que trae prudencia y orden al presente.
Sin bravura sucumbo a la constancia
y me mancho las ropas con estiércol,
escribo algunas cartas, o me aburro.
Espero que esta noche me hagan daño,
que su instinto ajusticie mis insomnios
y, ardiéndoles la sien, me despedacen.
Ya los veo rasgar su emboscadura,
los siento traspasar las alambradas.
Leales no como hombres, como bestias,
los lobos rondarán mi intimidad.
ÁRBOL DE NOCHE
Despierta a ese cuaderno y ve vistiéndote,
pues vamos a salir. Aleja por un rato,
bajo el cerco de luz de la mesilla,
la Epístola Moral, Donde habite el olvido,
la Oda a un Ruiseñor.
El bosque te reclama
y debes anotar el modo tan grosero
con que lo trata el viento antes de amanecer.
Tus témperas procuran apuntar una imagen
de los árboles noble, enhiesta y matutina,
pero el castaño tiene, como nosotros, noche,
y en la noche tirita destemplado.
Registra su pavor en tu hoja de álbum.
La llaga en su corteza es una llaga humana
cuando tremola y suda como un roto estandarte.
No hay rama verdecida, ni brote, ni receso
en su rapto de fiebre. Sólo hay muñón, edema,
comparecencia mórbida bajo el cielo vacío.
Se ulcera el cagigal, se escarcha el haya
mientras cruje encogido como una mujer muerta.
Sostén tú la linterna y deja que me acerque.
Roble padre, intocable, constreñido en tu cíngulo,
si pudieras mirar, mirarías atónito
de qué manera tiemblo de terror rodeándote.
Cómo, inarticulado, caigo al pie de tu costra
bebiendo la amargura de mis imprecaciones.
Ante los temporales somos uno y lo mismo,
mas mi nodo no vale lo que tu envergadura.
Me postro y me santiguo, árbol, padre remoto,
y ruedo bajo un cielo expandido en la Nada.
Hay alguien que me observa y me está dibujando,
pero más me avergüenza mi aciaga nimiedad.
Mi pústula se agrieta sin grandeza;
no puedo, ante el enigma, agigantar mi bóveda.
Árbol de noche, magno y crudo, este cúmulo
de mí se arropa en tu esplendor.
CONTRACUERPO
Parezco un Lucian Freud, me dices abatida.
Y qué esperas de mí, te contradigo.
Intolerante veo que despides tu rabia
hacia estragos que empiezan a ser graves.
“Hace poco tenías un culo de discóbolo…”;
me miro en el espejo, y soy un Lucian Freud.
¿Mas para qué ofenderme, si es verdad?
Enseña a ser humilde la desfiguración,
la estría, el flato, el rojo de los pómulos,
el vello en donde asoma un miembro recogido.
Por fortuna no tengo la cara de esos necios
que pinta Lucian Freud; su modelo australiano,
las fulanas obesas de Glasgow, del East End.
Soy un poco más digno, creo yo,
y tú sólo lo dices por herir.
Pero empiezo a sentirme una mole dramática,
torpe, lenta, aprensiva, desgraciada,
y cuando entro en el baño ya no quiero tentarme.
Yo soy la solitud, el cuerpo depreciado,
el desnudo infeliz que araña la tortura,
el muslo rosa, la ingle enroñecida.
Mas no lo digas nunca. O estarás obligada
a quedarte esperando ante la puerta
por si saliera el agua tintada de carmín.
AILLEURS
A menudo querrías estar donde no estás,
y sentirás nostalgia, escribió Baudelaire.
Menos mal que te tengo colgada siempre a mí
y transportas un brazo de esta cruz.
Suele ocurrirme cuando simbolizo.
Me cansa ver en cada cosa, otra.
Es un infierno, a veces, interpretar los signos
de algo que no es más que aquello que parece.
Un niño retozando por el parque es tan sólo
un niño retozando por el parque,
no es emblema de nada, de la prisa del mundo,
de la urgencia que tenga por llegar al fracaso.
Un corredor a oscuras necesita una lámpara,
no un cándido que piense que es una noche a ciegas.
Cuando orina una joven sin entornar la puerta
con las medias de rombos a mitad de las piernas,
no necesita un poeta, tan sólo un depravado.
Qué triste no saber contemplar lo evidente.
Ailleurs, ailleurs, por siempre en otro lado.
Recordabas un día que, en una excavación,
mientras nos enseñaban las cuernas de los cérvidos
que se habían asado en aquella colonia,
y los finos mosaicos restaurados,
y las vasijas y las terracotas,
yo me fijé en el ruido de una moto,
una vieja Montesa
que andaba por los campos petardeando.
Y creí, nada menos, que dividía el tiempo
en pasado y presente. Se moriría de risa
aquel labriego si se lo contara.
Pero fue la Montesa la que pasó al poema.
A veces te agradezco que me des otra vida
y sea la vida real, la de los hechos ciertos.
Y también te agradezco que hayas leído el texto
sin saltarte una coma ni asombrarte.
Por una vez quería ser un antipoeta.
NOCTURNO DEL ÁNGULO MUERTO
Oculto diapasón, once de julio.
Huele a pasada noche, a sus andrajos.
Es mi cuerpo una gota de luz negra.
De cuando en cuando un auto aclara el techo.
Cinco metros y medio hasta la lámpara.
Mal medida, una cuarta hasta su omóplato.
Los ojos son las páteras de un rito.
Nieva ausente un murmullo hasta mi sien.
La ventana es un sol cuadruplicado.
Su reflejo se pliega en cada arista.
Oigo llover. No tengo cigarrillos.
Sobre las losas una piel apremia.
Mi cráneo es la costra de una llaga.
Mi pensamiento es una lengua muerta.
El corazón se enfría palpitando.
Nado dentro de mí sin darme alcance.
Gotea un grifo, forcejea un necio.
Dos parejas alternan posiciones.
El silencio se arrastra como un río.
Nadie sale a mirar donde no hay nada.
La noche es un pick-up girando solo.
El tejado es de placas con amianto.
Una cinta me enlaza inacabable.
Me separa de mí. Pasa otro coche.
BLUES DEL HOMBRE MUERTO
Un hombre muerto es sólo y nada menos
un hombre muerto. No te aflijas
por él, ni lo adolezcas.
Un hombre muerto es cada cual, mi padre
cerrado en su crepúsculo, Domingo
Eguren, salitrero de Calama,
levadura de fierros polvorientos;
es una momia al Noroeste, un indio
chachapoya guardado como breva
reseca en su puchero de cerámica.
Un hombre muerto sirve para todo.
Para colgarlo boca abajo
dejando ver sus calcetines grises
fuera de la pernera de tergal.
Para ungirlo de óleo o vestirlo con hábitos
de bufón palatino.
Sirve para entorchar
sus paramentos y tocar con astas
sus sienes de caudillo, para ponerle cuentas
de un rosario de jade en las falanges,
escupir en sus órbitas, horadarle la tibia
y silbar, siempre a espaldas de sus deudos,
algún compás de Dead Man’s Blues.
Sirve incluso
para llorarlo con sinceridad.
Después él vencerá, tenlo muy claro.
Un hombre muerto es pan para las moscas,
grano de cereal, onza de bien.
No se corroe; depura. No se evade; alimenta.
Bajo la tierra ríe como un dios.
Con la confianza que nos falta, ríe
en la seguridad de ser indiferente.
No te aflijas por él, no lo adolezcas.
Es peñasco, dureza, costra hundida,
moneda vieja en saco de estameña.
Sidéreo cascajo, mandíbula desierta.
Un hombre muerto es esto, y nada menos.
Nos sobrevivirá, pierde las dudas.
NOCTURNO DEL TEMBLOR
Tiemblas conmigo, Noche. ¿También tú?
Me rendiste en tu selva, vaciaste mi lumbre,
besé la negación que me ofrecías,
y ahora siento tu brazo rozarme avergonzado
y tus sienes gotear un zumo muy caliente
que puja por bañar mi verdadero rostro.
¿Te arrepientes, Oscura?
¿te retraes de mí, te doy acaso sombra?
Mira mis cuencas fijas, su violeta profundo.
La casa está en silencio. Su alegría, agotada,
se acuesta como un niño que ha corrido hacia mí.
No sé cómo pedirte que ahogues ya mi lámpara
en vez de resignar mi suerte y tu propósito.
Gústame el aire, Negra, viniste para eso.
No se achique tu podre levadura.
Muérdeme como a baya de arándano silvestre
y móndame los huesos, desenvuelve lo vivo.
Estoy tendido y tiemblo, azúzate, Gran Perra.
Estoy postrado y tiemblo igual que tiemblas.
No se diga que me has tomado pánico
tú, certidumbre inmunda que me roe y consume.
Debería besarte comisuras y pómulos,
el hueco del alvéolo, tu sedienta quijada.
Debería estrechar tu envergadura seca
y confiarme entero al enamoramiento.
Pero también conmigo dentellas, Homicida,
vibras porque te admira mi impudor.
¿Quién te habrá visto así, desnuda y agitada,
caída en la desgracia de temer mi deseo?
DE PURA SOMBRA LLENO
Gáname por el gusto, dama de lejanía.
Úngeme con tu óleo, lávame con tu soplo.
Hazte toda de barro para unirte a mi escápula.
Baña en bálsamo el pliegue donde nadie me toca
y baja a devorarlo con tu hedionda fisura.
La carne no se basta, quiere luz, la más tinta,
el más enamorado de los encubrimientos.
Deja tu aplomo en mí, tu material abrazo
para que yo, en mi anillo, me ahogue sin protesta.
Es mi cuerpo planicie, contorno que desea
esa facilidad con que desciende tu hora
cuando es madura y alta y está a punto de ser;
es mi cuerpo lugar, por ello no me envisca
tu eclipse mejorado en negrura y quietud.
¿Hasta dónde, en qué plazo arribarías
franca y ardiente a mí, y me darías paso?
¿Cuánto estremecimiento, cuánto pánico
habría de preceder a tu opaco claror,
a tu mudo avenirte con mi conformidad?
Mientras me quede pulso no seré más que ascenso
a ti, sufrida aspiración sin eco.
No seré más que escombro, pormenor,
ascua, medida, brega, trazo en bruto, escasez.
Gáname por el gusto, tráeme tu victoria.
Dime Nadie, y alberga mi cabeza en tu seno.
Mis ojos están vueltos a lo que se separa.
Ocúpame la sombra, pues ya te di mi luz.
*La foto de Rafael Fombellida la he tomado de aquí:
https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-53df78fea348fc3470213f34316fbecd.jpg
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