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Antón Castro

ALGUNOS NADADORES DE LEYENDA

En las fotos Shane Gould, Mark Spitz y Michael Phelps.

 

Las Olimpiadas son sinónimo de natación, de nadadores de leyenda. Pensamos, de inmediato, en Johnny Weismuller, el ‘Tarzán’ más famoso de todos los tiempos, en Mark Spitz, en Kornelia Ender, en Roland Matthes, en Matt Biondi, en Pieter van den Hoogeband, en Inge de Brujin, en Shane Gould, en Ian Thorpe, en Martín López-Zubero, en Jim Montgomery (el hombre que bajó por primera vez de los 50 segundos en los 100 metros libres), en Vladimir Salnikov, el rey de las largas distancias, o cómo no, en Michael Phelps, al que han apodado como “el tiburón de Baltimore”.

Hijo de policía, o de profesional que trabaja para la policía, y de una maestra, desde muy pronto se aficionó a la natación, apoyado por sus dos hermanas. Era hiperactivo y presentaba falta de concentración. Ya en Sidney-2000, recién cumplidos los quince años, iba a reclamar atención sobre él: obtuvo un quinto puesto. En Atenas-2004 se presentó dispuesto a superar el récord de Mark Spitz: aquellas siete medallas de oro que logró en Munich-1972. Spitz, con su bigotito que le hacía parecer un galán de Hollywood, realizó una exhibición portentosa. Phelps no le fue a la zaga muchos años después: se quedó con seis oros y dos bronces.

El gigante de la piscina resucitó el viejo afán: intentó superar a Spitz. Era su momento. Y en Pekín-2008 logró lo que parecía imposible: ocho medallas de oro. Algunas ‘in extremis’, desde luego, y tras tomar una decisión insólita: se entintó las gafas de oscuro, algo que ha hecho en los últimos años y que también está haciendo aquí: no quiere que le moleste nada. Es el nadador zen. No quiere que se le empañe el cristal. Solo quiere avanzar y avanzar, marcando bien la brazada, soltando con fuerza su enorme pie y alcanzando el ritmo adecuado: la armonía del oleaje, el estrépito silencioso del agua, la dirección exacta del torbellino interior de la piscina. Es el perfecto pez humano de poderosa envergadura.

Phelps cuenta con varios rivales o adversidades: primero su compañero, y sin embargo amigo, Ryan Lochte, que parece más en forma que él: le ha ganado en los trials. Y después él mismo, el propio Phelps. Ha entrenado poco en los últimos tiempos, ha competido menos, aunque ha buscado su puesta a punto, su incontenible y sincopado impulso, durante algunos meses en Colorado. Además tuvo algunos problemas: dio positivo en una prueba de alcohol mientras conducía y levantó sospechas al dejarse fotografiar con una pipa de cannabis entre las manos. Para resarcirse hubo de dar algunas charlas sobre el deporte, el alcohol y las drogas.

Phelps es impredecible. Es un prodigio y quiere superar otro récord antes de despedirse: igualar a la alada Larissa Latynina, que posee dieciocho medallas: nueve oros, cinco platas y nueve bronces. Eso sí, Phelps tiene catorce medallas de oro, más que Paavo Nurmi (diez) o Carl Lewis (nueve) y quiere convertirse en el mejor atleta olímpico de todos los tiempos, si no lo es ya. Ayer entró en acción y accedió a la final milagrosamente. Fue la primera advertencia. Tiene que recuperar toda su energía, su potencia, afinar su estilo y rescatar, a ciegas o no, con toda la determinación del mundo, el brío. En la primera final vencería Lochte y él solo se quedaría cuarto.

Casi a ciegas dispara el surcoreano Im Dong-Hyun, el récord del mundo de tiro con arco. No quiere convertirse en un espectáculo o un animal de maravillas, pero lleva camino de ello. Ve poco y acierta más que los demás. Se ha superado a sí mismo y ha agolpado al público para ver el impacto de sus flechas. Y no solo eso: la gente quiere observarlo al menos por televisión. A quien sí vimos, desde luego, ha sido al veterano Alexandre Vinokurov que a los 38 años se ha coronado campeón olímpico merced a dos golpes de inteligencia: el primer cuando decidió irse con el colombiano Urán y el segundo cuando este miró hacia atrás, y el ‘kazajo’ salió como una centella. Fue el arrebato de la picardía y la inteligencia del veterano ambicioso. Acababa de anunciar su despedida.

1 comentario

Luis -

Por "vitalidad cronológica" :)), seguí las proezas de Mark Spitz. Gigantesco monstruo donde los haya. Inolvidable.
PD:
Soy un trabajador del web. Fantástico su sitio, a todos los niveles.
Saludos.