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Antón Castro

CANTERA DE CAMPEONES / 1

 

Un superviviente del Titanic,

un Nobel y la pierna de madera

 

 

Hay pocas cosas tan emocionantes como los Juegos Olímpicos. Por allí, en las distintas pruebas, pululan esos deportistas que aspiran a la gloria, a un instante único, a la emoción máxima. Las Olimpiadas están hechas de belleza, de armonía, de lucha, de ambición, de coraje, de intensidad, y están trabajadas con los meandros de la casualidad. La suerte se alía con los atletas. O los esquiva y sobreviene la derrota o su rostro más amargo: el fracaso.

La muchedumbre rugiente está con los ídolos, sean o no de su país. ¿Quién no corrió con Carl Lewis, ‘el hijo del viento’? ¿Quién no se sintió alguna vez hermano del agónico Emil Zatópek, ‘la locomotora humana’, o de aquel campeón de todas las distancias, incansable, ‘el finlandés volador’ Paavo Nurmi? El público, más que en ninguna otra competición, está con el deportista y sus múltiples virtudes: el talento, la gallardía, la rabia, el afán de conquistar un sueño y un lugar en la eternidad.

A mí me apasiona la bibliografía olímpica. Uno de mis libros favoritos, si nos remontamos a uno un poco antiguo, es ‘Olympic Portraits’ de Annie Leibovitz, una colección de fotos en blanco y negro aparecida en 1996, donde están las grandes figuras norteamericanas: el saltador de longitud Mike Powell, los velocistas Michael Johnson, Gwen Torrence, Carl Lewis o, entre otros, aquella completísima atleta llamada Jackie Joyner-Kersée.

Más completo es ‘Olímpicos. Álbum. Los juegos Olímpicos desde 1896 hasta hoy’ (Endeavour, 2012), con el fondo de Gettyimages. Hay fotos extraordinarias: si pensamos en Barcelona-1992 me quedaría con la caída de Gail Devers cuando estaba a punto de coronarse campeona de 100 metros vallas. De 2008 destaca la cara alucinada de Usailt Bolt al correr más rápido que el aire. El libro ‘30 leyendas olímpicas. Historias de esfuerzo y superación’ (Anaya, 2012), profusamente ilustrado, es un acercamiento de Silvia Roba (le hurtan el nombre en la portada) a grandes campeones a través de tres categorías: Héroes (Bikila, Greg Louganis, Jessie Owens o Wilma Rudolph, y, con algún humor, el nadador imposible Eric Moussambani); Mitos (Spitz, Clay, Nadia Comaneci o el citado Zatópek, entre ellos, a quien Jean Echenoz le dedicó la novela ‘Correr’ en el sello Anagrama, 2011) y Dioses (Bolt, Phelps, Manuel Estiarte, el único español, o Al Oerter, el discóbolo que ganó cuatro medallas de oro). Otro libro excepcional es ‘Héroes de nuestro tiempo. 25 años de periodismo deportivo’ (Debate, 2012), de Santiago Segurola, una antología preparada por Pedro Cifuentes y Pablo Martínez Arroyo del probablemente periodista deportivo español más completo desde la democracia. Segurola habla de casi todo, y eso le permite glosar a Jessie Owens, el hombre que desafió a Hitler, a maravillosos campeones como Hicham El Guerruj, Kenenisa Bekele, Michael Phelps, al que llama “Hércules en bañador”, a la neozelandesa Cathy Freeman, a Carl Lewis, Mike Powell y Bolt, o a Sebastián Coe, aquel elegante mediofondista que ganó dos veces 1.500 y fue dos veces plata en 800, y que también ha sido el alma de Londres 2012.

Pero quizá uno de los libros más especiales y sorprendentes sea ‘Olímpicos. Historias asombrosas y divertidas anécdotas sobre medallistas olímpicos’ (Debate, 2012), que firma el periodista mexicano de ‘Excelsior’ Ramón Márquez C. Cuenta increíbles peleas de Eddie Eagan contra Jack Dempsey; o como Philip Noel Baker fue campeón olímpico de 1.500 en 1920 y algunos años después recibiría el Premio Nobel de la Paz y de Cooperación Internacional: le entregó el diploma el Rey Olaf, que había sido campeón olímpico de vela en 1928. Se cuenta la historia de Richard Norris, que naufragó en el Titanic, se negó a que le cortasen las piernas a pesar de una evidente amenaza de gangrena y lograría ganar la medalla de oro de dobles mixtos en tenis en 1924 con Hazel Wightman, rebasada la treintena. Años atrás, George Eyser, un norteamericano de origen ruso, ganó tres medallas de oro, una de plata y dos de bronce en gimnasia con una pierna de madera. Larisa Latynina se redimió de la miseria y de la enfermedad a través de las olimpiadas: ha ganado más títulos que nadie. Y Wilma Rudolph, entre otros, superó una enfermedad de nacimiento y deslumbró en Roma en las pruebas de velocidad: allí, con tres medallas de oro al cuello, fue apodada “la gacela negra”.

 

*En la foto Wilma Rudolph.

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